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La esperanza como virtud cívica democrática

Por definición, la esperanza es una virtud teologal católica que permite a los creyentes esperar que Dios les otorgue los bienes que ha prometido, así como los que se le ruegan por medio de las oraciones.

Pero en la realidad el concepto de esperanza trasciende el ámbito religioso. Es también un “estado de ánimo (de las personas) que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”. Por ejemplo, muchos nicaragüenses tienen la esperanza en que volverá a haber libertad y democracia en el país.

La doctora Paloma de la Nuez, profesora de Historia de las Ideas Políticas en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, España, ha publicado un artículo en el periódico ABC en el cual opina que actualmente en el mundo occidental “no vivimos tiempos de esperanza”.

Asegura que “la emoción política que lo impregna todo es el miedo”, esa “pasión triste” como la calificara Baruch Spinoza, el gran filósofo neerlandés del siglo XVII. Miedo que tiene consecuencias “y podría ser incluso otra de las causas de la crisis de la democracia liberal”.

Según la profesora española, existe “la percepción de que hemos perdido el control sobre nuestras propias vidas, de que no podemos hacer nada o casi nada para evitar las consecuencias” de los grandes males que nos afligen.

Aplicando esa tesis a la situación de Nicaragua, se podría decir que los nicaragüenses —o la mayoría de ellos—  tienen la percepción de que no pueden hacer nada para quitarse de encima a un régimen autoritario que les ha quitado todas las libertades fundamentales y la democracia republicana.

Según el criterio de la experta española en historia de las ideas políticas, esa desesperanza fomenta “una angustiosa sensación de inseguridad, de peligro y vulnerabilidad, puesto que lo que no se puede controlar (…) produce sufrimiento y malestar”. Y advierte que se equivocan quienes por vivir en democracia piensan que la crueldad de las dictaduras y el miedo que provocan es un problema solo de la gente que es víctima directa de esos regímenes que practican “la tortura, la encarcelación arbitraria y el asesinato a manos de los agentes del Estado”.

Pero no debe ser así, asegura. El sufrimiento de la gente de los países con dictaduras debe ser compartido solidariamente por quienes tienen el privilegio de vivir en las democracias liberales. Y más aún, no deben perder de vista el grave peligro que representa para las democracias establecidas, el avance de las grandes potencias autoritarias como China y Rusia.

“Una condición fundamental de la libertad es la ausencia del miedo político”, explica la experta española. De manera que “la democracia liberal es y debe seguir siendo el sistema político más comprometido… manteniendo y promoviendo un entorno seguro y predecible que garantice el respeto al Estado de derecho y que proteja las libertades y los derechos de los individuos”.

Menciona además lo que dijera la filósofa Hanna Arendt, que para preservar al menos un mínimo de humanidad “en un mundo que a menudo se vuelve muy inhumano (…), quizás tengamos que asumir en estos tiempos que corren, que la esperanza, una de las virtudes teologales, deba convertirse también en una obligación cívica”.

Ciertamente, en Nicaragua la esperanza además de virtud teologal cristiana debe ser también una herramienta espiritual de confianza en que “la noche oscura” volverá a pasar, que la luz de la libertad resplandecerá de nuevo y que, como sigue resonando la consigna más emblemática de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal: “Nicaragua volverá a ser República”.

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