Muchos creen que saber historia es un pasatiempo o un ejercicio académico. Están equivocados. Hay historias con mentiras que literalmente matan. La sangrienta guerra del FSLN versus la Contra, y la destrucción y empobrecimiento que sufrió el país durante la revolución sandinista (1979-1990), fueron causados por una de ellas: que Estados Unidos ha sido el peor enemigo del país; de allí el “luchamos contra el yanqui, enemigo de la humanidad”.
Un análisis objetivo y sereno de nuestra historia es suficiente para mostrar la falsedad de esta visión. En artículos anteriores suministré evidencias de cómo la intervención de EE. UU. de 1926 nunca tuvo como objetivo agredir o explotar a Nicaragua sino lograr un arreglo pacífico entre dos bandos en guerra. Claro que esto no lo hacían por altruismo, sino para evitar que la anarquía diera pie a que potencias rivales europeas se entrometieran en la zona canalera. Tampoco es cierto que la dinastía somocista fue impuesta y mantenida en el poder por EE. UU. aunque esto pienso demostrarlo en otro ensayo.
Pero no, empecinados en demonizar a EE. UU. los sandinistas rechazaron cualquier intento de armonía o coexistencia con su enemigo histórico. Veamos: el primer gobernante en ofrecer un ramo de olivo a los sandinistas fue el presidente estadounidense Carter. Apenas en septiembre de 1979, recibió cordialmente a la junta de gobierno y les ofreció 118 millones de dólares. Pero Ortega, apenas días después, viajó a Cuba donde denunció que los imperialistas (Estados Unidos), no pueden concebir que exista un pueblo libre, un pueblo independiente, un pueblo soberano,para después expresar su apoyo por países y movimientos comunistas. Pocos días después repitió una similar diatriba antinorteamericana ante las Naciones Unidas.
Aun así, el 27 de noviembre el Departamento de Estado solicitó al Congreso US$75 millones en fondos suplementarios para Nicaragua. Mientras tanto EE. UU. era el país que más financiaba la campaña de alfabetización. Pero, de nuevo, sólo un mes más tarde, una delegación de alto nivel del FSLN —Tomás Borge, Humberto Ortega, Henry Ruiz y Moisés Hassan— firmaba en Moscú un tratado de amistad y colaboración con la Unión Soviética en que decían que “la Unión Soviética y Nicaragua condenan resueltamente la política imperialista de interferencia en los asuntos internos de los pueblos latinoamericanos…”
Lo que no condenaron los comandantes fue su interferencia en los asuntos internos de El Salvador, acción que al fin alarmó a EE. UU. al descubrir que estaban enviando armas a la guerrilla salvadoreña. Carter suspendió la ayuda a y mandó a su embajador Pezzullo a Managua en enero de 1981 buscando detener dicho trasiego. No lo logró. El 20 de enero del mismo año Reagan sustituyó a Carter en la presidencia y, a través de su nuevo secretario de Estado, Alexander Haig, propuso al gobierno de Nicaragua la normalización de relaciones a cambio de la completa suspensión del tráfico de armas a El Salvador. Como tampoco lo lograra en agosto envió a Thomas Enders con una nueva propuesta: que Nicaragua suspendiese toda ayuda a la guerrilla salvadoreña y redujese su ejército a 15,000 hombres. En cambio, Estados Unidos se comprometía a no intervenir en sus asuntos internos y a proveer ayuda económica.
La propuesta tampoco prosperó. Haig mandó a Enders por última vez a Managua el 14 de marzo (1982), suavizando la propuesta inicial al limitarla a que Nicaragua suspendiese el tráfico de armas a El Salvador y redujese su ejército, ya no a 16,000 efectivos sino al nivel de sus vecinos. Quien mejor describe este capítulo es Sergio Ramírez Mercado —entonces miembro de la Junta de Gobierno— en su libro “Adiós Muchachos”. Allí admite cómo la visión de Haig era fundamentalmente geopolítica: —No le importaba mucho la clase de régimen que un país tuviera, mientras no constituyera una amenaza para la seguridad de Estados Unidos y sus aliados.
La Dirección Nacional rechazó también esta propuesta y decidió en cambio continuar apoyando la guerrilla salvadoreña y crear en Nicaragua el ejército más formidable de su historia. Reagan concluyó entonces que los sandinistas, en alianza con Cuba y la Unión Soviética, no cesarían en su empeño de llevar el comunismo a toda Centroamérica, lo que a su vez pondría en peligro a México, constituyendo una amenaza geopolítica intolerable. Decidió pues financiar una contrarrevolución que los frenara.
La causa fundamental de este desenlace era la mentira ideológica. Sergio Ramírez lo explicaría así: “Cuando la revolución triunfó en 1979 ya estábamos predestinados a un desentendimiento con Estados Unidos. El discurso no tenía fisuras. Ellos eran los causantes de todos los males de nuestra historia… la proclamación de nuestra soberanía sólo podía hacerse en contra de Estados Unidos y nuestro nacionalismo nacía de esa contradicción. Igualmente estaba entre los inevitables ayudar a otros movimientos revolucionarios…”
Y vino la guerra, los millares de jóvenes y campesinos muertos, las grandes pérdidas materiales del país y dolores sin término. De allí lo importante que es distinguir la historia verdadera de la historia mentirosa.
El autor fue ministro de educación. En 2020 publicó “Buscando La Tierra Prometida, Historia de Nicaragua 1492-2019”. [email protected].