“En algún lugar de La Mancha” es la frase con que Miguel de Cervantes Saavedra inicia su célebre novela de caballería sobre el ingenioso hidalgo don Quijote. Cervantes es el “padre y maestro mágico de nuestra literatura”, dice Mario Vargas Llosa en La tentación de lo imposible. Una obra que, primeramente, es fruto de la imaginación de su autor, es decir, de la libertad creadora en la que la historia del “Caballero de la Triste Figura”, aficionado lector de novelas de caballería, hace “la vigencia de una lengua a la que su genio inyectó un torrente de vida y de fantasía que todavía bullen, rebosantes de juventud”, sigue diciendo Vargas Llosa.
Precisamente, esta “lengua contaminada” que describe también nuestro único Premio Cervantes, Sergio Ramírez Mercado, es la que Darío —sigue diciendo Sergio— “devolvió a la península una lengua que entonces resultó extraña porque venía nutrida de desafíos y atrevimientos, una lengua que era una mezcla de voces revueltas a la lumbre del Caribe”.
En nuestros días continúa siendo extraña nuestra lengua, no por el hecho de su novedad en la prosa o en el verso, sino escandalosa para quienes se sienten amenazados en el poder. Tal es el caso de Tongolele no sabía bailar (2021) en la que Ramírez Mercado cuenta la trágica experiencia de Nicaragua frente a los aferrados al poder de forma autoritaria, dictatorial y dinástica: Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Sin embargo, la censura nunca ha triunfado, la verdad siempre se abre paso ante ella. Somos millones los que hoy hablamos una lengua que ha sufrido la censura, el exilio, el falso nacionalismo catalán. Una lengua al servicio de la libertad en una región en la que las dictaduras han optado por establecer dogmas y creerse dueños de la verdad. Ante ello, el oficio de hombres como Ramírez Mercado encara tal situación, diciéndolo como Rosalío Usulutlán de su novela Castigo Divino: “Pero escabrosa no ha sido mi pluma, sino la conducta de sus protagonistas”.
En un país como el nuestro de larga tradición literaria resulta un escándalo que hoy se censure al narrador vivo más importante, peor aún, que se le arrebatara su nacionalidad. Pese a eso, nuestro autor, a través de su oficio, ha vivido un “paraíso de infinitas puertas y ventanas”, sin fronteras. Ahora como un ciudadano español, pero tan nicaragüense como el Momotombo que elogió Víctor Hugo, el Son Nica de Camilo Zapata o el Palo de Mayo del Caribe.
Daniel ni Rosario pudieron frenar su novela, porque Sergio vive, en palabras de él: “La Mancha que no se deslíe ni se borra. La escritura manchada, contaminada de belleza y de verdades, de ilusión y realidad, de iniquidades y de grandeza”. Es decir, en algún lugar de Masatepe.
El autor es articulista nicaragüense en el exilio.