Capítulo 3
En los años 60 y 70 se transmitía una serie de televisión muy popular y exitosa que se llamaba La Dimensión Desconocida, o “The Twilight Zone” en inglés. Según Wikipedia, “es una serie de televisión estadounidense dedicada a la ciencia ficción, la fantasía y el terror. Cada episodio muestra un relato que plantea dilemas morales, cuestiona al espectador y lo confronta con su propia existencia, a menudo rematado por un final sorprendente”.
Arturo, José Adán Aguerri y yo, como todos los jóvenes de aquella época, habíamos sido asiduos televidentes de aquella intrigante serie, que a menudo llevaba a los viajeros a una “dimensión desconocida” y que terminaba con un final sorprendente e inesperado, como lo fueron nuestros días en El Chipote.
Una noche cuando los tres reflexionábamos sobre nuestro futuro en la celda No. 10 donde nos trasladaron a Arturo y a mí de la celda No. 11, y al poco tiempo ingresó José Adán Aguerri Chamorro, éste resumió nuestro estado en una frase que me pareció genial: “Ahora estamos viajando hacia la ´Dimensión Desconocida´”.
¿Cómo irá a ser el final de esta serie?, me pregunté, nuestra cápsula espacial que viaja en el tiempo donde no hay reloj, es nuestra celda y el ruido ensordecedor de sus puertas son sus motores. El final de la serie en este viaje a la dimensión desconocida dependerá únicamente de dos personas, que son las mismas que nos tienen aquí. En efecto, fue un final sorprendente, casi tan sorprendente y surreal, como el inicio del viaje en una patrulla policial desde mi casa en Palma Real 2.
Aquella genial producción de José Adán tenía asideros en el título de mi último artículo publicado 48 horas antes de mi captura, el miércoles 23 de junio de 2021 que recién les había comentado. Su título: “Lo irreal es la realidad en Nicaragua” y que en resumidas cuentas planteaba que la frontera entre la realidad y lo irreal ya se había borrado en Nicaragua, porque la dictadura había convertido lo irreal, en la realidad de cada día, lo que desde entonces ha continuado haciendo, invadiendo el espacio de la ciencia ficción, la fantasía y por supuesto, del terror.
En una de mis primeras “entrevistas” o interrogatorios en El Chipote, cuando el teniente investigador me preguntó qué quería decir con ese título, le respondí, exactamente lo que dice, la prueba de que está ajustado a la verdad, es precisamente que estoy aquí.
Decía en los tres párrafos concluyentes de mi último artículo, que resultó premonitorio: “Las detenciones que a diario se van sumando, son más graves y violatorias a los derechos humanos porque los ciudadanos son colocados en un régimen de total aislamiento, sin derecho a la defensa y como si fuera poco, se les receta 90 días de cárcel mientras son investigados, es decir: son declarados culpables a priori mientras se les acusa y se les demuestra su culpabilidad”.
“Esta situación, que a diario nos hace levantar de sobresalto, como si viviéramos una pesadilla, con el encarcelamiento de opositores sin derecho a la defensa, no se había visto ni en tiempos de Somoza y justifica el título de Stephen Kinzer “lo irreal se ha vuelto la realidad en Nicaragua”.
“Como en la novela política de ficción 1984 de George Orwell, estamos viviendo una nueva novela de suspenso con un diario capítulo que desafía nuestra imaginación, como el de la noche de terror que vivieron la esposa e hija de Humberto Belli. Como decía García Márquez, yo no inventé nada, la realidad caribeña supera la más lúcida imaginación”.
Pero lo que más intrigó al investigador fue este párrafo que dichosamente yo había citado entrecomillado del periodista Stephen Kinzer autor original del artículo:
“García Márquez nunca visitó Nicaragua, afirma Kinzer, no tuvo que hacerlo. Por décadas este país fue gobernado por una familia que mantenía a prisioneros en jaulas al lado de leones y arrojaba sus cuerpos a un volcán. El tirano de hoy, Daniel Ortega esta perfeccionando su estilo de otro mundo. Con su estilo estrafalario, adornado con toques y creencias esotéricas, que desafía y corta a su país de la realidad, se convierte en otro de una línea de déspotas caribeños”.
Lo que cuestionó y aparentemente, lo que más molestias causó a sus jefes, fue lo del “estilo estrafalario, adornado con toques y creencias esotéricas”. Yo respondí a la defensiva diciendo que habría que preguntarle a Stephen Kinzer, porque ese párrafo yo lo había citado entrecomillado textualmente y de su autoría, agregando que Kinzer había cubierto por el New York Times la guerra de la “Contra” con evidente simpatías hacia los sandinistas y la gran pregunta debería de ser, por qué había cambiado tanto.
Cada vez cuando regresábamos a la celda después cada “entrevista” Arturo, José Adán y yo, nos contábamos los pormenores para posteriormente hacer un análisis y ambos a menudo me advertían al escucharme, que así nunca iba a salir de El Chipote.
En este viaje a la Dimensión Desconocida, la regla es lo prohibido y la excepción, lo permitido. No se permite conocer la fecha ni hora, cualquier lectura está prohibida, escribir, hablar con otros compañeros de viaje, excepto con él o los, compañeros de celda.
Al salir de la celda hacia la clínica o a una sesión de “entrevista” era prohibido incluso, volver la mirada en cualquier dirección que no fuera hacia el piso.
Cuando iniciamos el viaje en la Dimensión Desconocida, yo insistí ilusamente al oficial que conducía la investigación, que solicitaba una entrevista con mi abogado defensor, que ni sabía que ya había sido nombrado y a quien conocí 9 meses después en los primeros días de marzo, ya durante el juicio, cuando me permitían hablar con él por apenas 5 minutos en cada uno de los 6 días o capítulos que duró la serie.
En los primeros dos meses de mi viaje a la Dimensión Desconocida, medio en broma medio en serio, les decía a los investigadores: aquí hay dos nombres que están mal puestos: el primero es “sala de visitas”, porque no hay visitas familiares.
El segundo, es una ironía que esto se llame “Dirección de Auxilio Judicial”, si aquí ni siquiera nos dejan ver a nuestros abogados y estos cuartos donde nos “entrevistan” deberían de servir para que los reos puedan hablar con sus abogados defensores.
Para matar las horas en ese largo viaje, mis compañeros Arturo y José Adán no me permitían que pusiera la cabeza en la almohada —que continuaba prestando de Arturo— sin que antes no les relatara vívidamente alguna de mis aventuras y rescates que realicé en el Lago de Nicaragua por las que 32 propietarios de lanchas deportivas de aquel entonces me otorgaron en Ometepe en el año 2001, el título honorífico que todavía me honro poseer con gran orgullo: “Almirante de la Mar Dulce”.
José Adán se distraía y mataba las horas de encierro haciendo tanto ejercicio que parecía prepararse para una competencia olímpica. También calculaba, con gran exactitud, la hora del día en dependencia de la posición del sol y la sombra que proyectaban las rejas del pequeño patio de nuestra celda.
La compañía de una o más personas, hace una gran diferencia en el estado psíquico del reo y en la forma de llevar los días aciagos de cautiverio en El Chipote, por eso yo admiro mucho y le rindo el sombrero, a quienes como Tamara Dávila, tuvieron que soportar mucho tiempo en confinamiento solitario.
Próxima entrega: Capítulo 4. Sobreviviendo en El Chipote
Entrega anterior: Capítulo 2. Primer impacto en El Chipote