El miércoles de esta semana LA PRENSA presentó la información de que los diplomas de reconocimiento que se les entrega a las maestras y los maestros jubilados son “adornados” con las fotografías de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Para que no quepa duda, la información textual es acompañada con la imagen fotográfica de uno de los diplomas del Mined (Ministerio de Educación), en el cual su logo es escoltado por las fotos de los cogobernantes.
En realidad, como se dice en la misma información, todas las instituciones públicas están “minadas” con las fotos de Ortega y Murillo, que además “adornan” los murales llenos de consignas que se ven por todas partes. El propósito supuestamente es promover la “concientización revolucionaria” mediante el endiosamiento de los líderes, convencer que su presencia está en todas partes, como la de Dios, y que igualmente su permanencia en el poder es para siempre.
Eso es lo que se denomina “culto a la personalidad”, un concepto incorporado al lenguaje político en 1956 cuando en el 20º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Jrushov denunció los incontables y atroces crímenes de Stalin, así como el culto que se le rendía a su persona como si fuera una divinidad, promovido por él mismo y sus colaboradores más serviles.
A partir de allí surgió la creencia de que el culto de la personalidad es una perversidad propia y exclusiva del comunismo. Pero no es así. En realidad lo es de toda dictadura, cualquiera que sea su signo ideológico, se fomenta y practica tanto en una dictadura comunista o de extrema izquierda como en una tiranía de extrema derecha.
El mismo culto a la personalidad de Stalin que hubo en la Unión Soviética comunista es el que se practicó en la China de Mao Tse Tung y se practica actualmente en Corea del Norte, donde impera una dinastía comunista que se instauró en 1945, cuando, al finalizar la II Guerra Mundial la URSS y Estados Unidos dividieron y se repartieron el territorio y la población de la península coreana.
Pero la verdad es que también en dictaduras de extrema derecha ha habido —y hay— culto a la personalidad. Lo hubo en España con Francisco Franco; en República Dominicana con Trujillo; en Argentina con Perón y en Haití con Duvalier, para solo mencionar algunos casos en América Latina.
En realidad, aunque muchos no lo saben el culto a la personalidad es ajeno al marxismo original. Los fundadores del marxismo, Carlos Marx y Federico Engels, lo condenaron explícitamente pues lo consideraban contrario a sus principios ideológicos. Para ellos la historia humana se desarrolla mediante procesos socioeconómicos y políticos objetivos e impersonales, no por la acción de individuos supuestamente superiores a las demás personas.
Uno de los principales discípulos de Marx y Engels, el también alemán Karl Liebknecht, advirtió en 1889 a todos los marxistas de aquella época, que el socialismo no debe admitir ni “la idolatría y el culto a la personalidad ni los monumentos a los vivos”.
El psicólogo social español Arturo Torres da una explicación actual muy precisa de ese maligno fenómeno político: “El culto a la personalidad —ha escrito en su blog Psicología y Mente— es un fenómeno masivo de seguidismo, adulación y obediencia constante a un individuo que se ha erigido líder de un movimiento o estamento determinado, normalmente extendiéndose este al ámbito de un país entero, como mínimo”.
Agrega el especialista español: “Por otro lado, el culto a la persona se caracteriza por la actitud acrítica de quienes siguen al líder, y por el comportamiento sectario y hostil frente a quienes no obedecen, así como por las actividades ritualizadas y el uso de simbología e íconos que recuerdan al líder, de un modo similar a lo que ocurre con los símbolos en el caso de las religiones organizadas propias de las sociedades no nómadas”.
Se trata de una buena explicación de lo que ocurre actualmente en Nicaragua. Solo le falta indicar que el culto a la personalidad no es para siempre, que muchas veces es efímero, pero que en todo caso termina cuando por una u otra razón desaparecen los líderes endiosados.