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Cumbre del clima, ¿otra oportunidad desperdiciada?

El espectáculo de otra conferencia anual sobre el clima (COP28), comienza hoy 30 de noviembre en Dubái. Políticos y famosos llegan en jets privados, los oradores predicen un desastre inminente, las hostigadoras ONG reparten culpas, las negociaciones políticas se vuelven tensas e inevitablemente se alargan más de la cuenta. Por último, llega la firma de un nuevo acuerdo que los participantes esperan y pretenden que marcará la diferencia.

Este circo se ha repetido desde la década de 1990. A pesar de 27 conferencias anteriores con reiterados discursos ominosos y audaces promesas, las emisiones mundiales se han incrementado inexorablemente, interrumpidas solo una vez, por el cierre económico de covid-19. Este año es probable que las emisiones sean más altas que nunca antes.

La farsa de la cumbre del clima se basa en una gran mentira repetida una y otra vez: que la energía verde está a punto de sustituir a los combustibles fósiles en todos los aspectos de nuestras vidas. La afirmación ignora el hecho de que cualquier transición que se aleje de los combustibles fósiles, solo se está produciendo con enormes subvenciones financiadas por los contribuyentes.

Las grandes apuestas por la energía verde han fracasado estrepitosamente. En los últimos 15 años, el valor de las acciones de energías alternativas se ha desplomado, haciendo que las pensiones de los trabajadores de a pie se desplomen debido a que las empresas de pensiones han dado señales de virtuosismo, mientras que las acciones generales se han multiplicado más de 4 veces.

Lo que no se reconocerá en Dubái es la incómoda realidad de que, si bien el cambio climático tiene costos reales, la política climática también los tiene. En la mayoría de las conversaciones públicas, los costos del cambio climático se exageran enormemente. No hay más que ver cómo cada ola de calor se describe como un cataclismo letal del fin del mundo, mientras que las reducciones mucho mayores de muertes por inviernos más cálidos pasan desapercibidas. Sin embargo, los costos de la política climática son extrañamente ignorados.

Analizar el equilibrio entre los costos climáticos y políticos ha estado en el centro del estudio de la economía del cambio climático durante más de tres décadas. El renombrado William Nordhaus es el único economista del cambio climático reconocido con un premio Nobel. Sus investigaciones demuestran que debemos hacer algo contra el cambio climático: las reducciones tempranas de las emisiones de combustibles fósiles son baratas y reducirán los aumentos de temperatura más peligrosos. Pero su trabajo también demuestra que unas reducciones de carbono muy ambiciosas serán un mal negocio, con unos costos extraordinariamente altos y unos beneficios adicionales escasos.

Los activistas del clima, que insisten en que debemos escuchar a la ciencia, han ignorado sistemáticamente esta investigación y han animado a los líderes del mundo rico a hacer promesas climáticas cada vez mayores. Muchos líderes han llegado incluso a prometer cero emisiones netas de carbono para 2050.

A pesar de ser probablemente la política más costosa jamás prometida por los líderes mundiales, se hizo sin una sola estimación revisada por pares de los costos totales. A principios de este año, un número especial de Climate Change Economics hizo los primeros análisis de este tipo. Este asombroso trabajo ha pasado casi desapercibido para los principales medios de comunicación. Demuestra que, incluso con hipótesis muy generosas, los beneficios de perseguir el cero neto irán aumentando lentamente a lo largo del siglo. A mediados de siglo, los beneficios —es decir, los costos evitados del cambio climático— podrían ascender a un billón de dólares anuales.

Pero los costos serían mucho más elevados. Tres modelos diferentes muestran unos costos muy superiores a los beneficios para cada año del siglo XXI y hasta bien entrado el siguiente. En 2050, los costos anuales de esta política oscilarán entre 10 y 43 billones de dólares. Es decir, entre el 4 por  ciento y el 18 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial. Hay que tener en cuenta que la recaudación fiscal total de todos los gobiernos del mundo asciende hoy al 15 por ciento del PIB mundial, y los políticos podrían hacernos gastar más que eso.

A lo largo del siglo, el beneficio asciende al 1.4 por ciento del PIB mundial, mientras que el costo promedio es del 8.6 por ciento del PIB mundial. Por cada dólar de costo se obtienen unos 16 céntimos de beneficios climáticos. Es evidente que se trata de un uso atroz del dinero.

Lo único que podría evitar que esta cumbre fuera una repetición de los 27 fracasos anteriores, es que los políticos reconocieran el costo real de la política de emisiones netas cero y, en lugar de hacer más promesas de reducción de carbono, se comprometieran a aumentar drásticamente la I+D en energías verdes. Esto ayudaría a innovar el precio de una energía baja en carbono por debajo del de los combustibles fósiles, para que todos los países del mundo quieran hacer el cambio. En lugar de subvencionar la tecnología actual, que sigue siendo ineficiente, e intentar forzar una transición haciendo subir el precio de los combustibles fósiles, tenemos que conseguir que las tecnologías verdes sean realmente más baratas.

Lamentablemente, parece una esperanza descabellada. En lugar de ello, esta cumbre sobre el clima parece destinada a ser otra oportunidad desperdiciada que producirá aún más aire caliente.

El autor  es presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Best Things First.

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