Hace un año pensé escribir esta columna y no lo hice. Este año lo intenté y tenía el síndrome de la hoja en blanco. Para mí es más fácil contar las historias de los deportistas, hacer entrevistas y análisis sobre la realidad de nuestro deporte que expresar a mi interior, pero por algún motivo lo estoy haciendo. No sé si para desahogar mis penas o para ser un espejo de lo que viven muchos, sin embargo, Mario Vargas Llosa tenía razón cuando apuntó que se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquites contra la realidad, contra las circunstancias…
Hoy cumplo 29 años, es mi tercer cumpleaños lejos de casa, sin abrazar a mis padres, sin “pelear” con mis hermanas y sin “regañar” a mis sobrinos. Mi boleto de regreso de siete días se ha extendido por más de 600 días, mis planes en Nicaragua se volvieron cenizas. No pude cumplir con la salida del martes de sopa de tortilla con mi mejor amigo y comerme el nacatamal de mi abuela el domingo. Mi presente cambió y la vida me obligó a reinventarme injustamente, y aunque pagamos los pecados de otra generación, mis padres siempre me enseñaron a ver las oportunidades, entendí que mi futuro no depende de un sistema político, sino de mi capacidad de cómo reaccionar ante la adversidad.
Te puede interesar: Kevin Vivas, el nicaragüense que pelea título mundial esta noche: “No le voy a dejar la pelea a los jueces”
Y lo que más me aterra no es la incertidumbre de qué pasará mañana conmigo, dónde voy a dormir o cómo haré para pagar las facturas estratosféricas de Miami, sino perder a un ser querido y no haber estado ahí. Esa es una pesadilla que sueño aún despierto.
Es mi tercer cumpleaños lejos de casa y no entiendo cómo un inútil como yo, que solamente podía escribir y hablar de deportes, ha sobrevivido, viajado por todo Estados Unidos, conocido a personas maravillosas y se ha mantenido en la pelea por dedicarse a su pasión. Es mi tercer cumpleaños lejos de casa y, ¡Cómo deseara que fuera el último!