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La peligrosa visión empresarial del totalitarismo

El totalitarismo castrista se está reinventando al impulsar el surgimiento y desarrollo de pequeñas empresas, una actividad que no sería posible si la clase dirigente no estuviera fuertemente involucrada con el oportunista objetivo de conservar el poder.

Confieso no creer en la buena fe de los autócratas cubanos. Han demostrado tener habilidad sobrada para manipular a la población y otras personas de buena fe, sin que hayan faltado los trepadores de oficio que solo buscan favorecer sus intereses, sujetos, que todos conocemos.

Los herederos de quienes integraron “la nueva clase”, como sabiamente la identificara el yugoslavo Milovan Dilas, tienen una avidez por la riqueza y el bienestar que compite con el resentimiento y sectarismo de sus predecesores, no obstante, sabiamente, no quieren dejar el gobierno, lo que significaría perder sus invalorables prerrogativas.  

El 13 de marzo de 1968 con la llamada “ofensiva revolucionaria”, que eliminó los cerca de 60,000 pequeños negocios privados que habían sobrevivido a otras confiscaciones del castrismo, se concretó el sueño de Fidel de construir una especie de trinidad compuesta por él, la revolución y Cuba.

Las confiscaciones fueron tan absurdas, cuenta el escritor José Antonio Albertini, que un alto funcionario gubernamental, Carlos Rafael Rodríguez, uno de los fieles servidores de Castro, se opuso a la medida aduciendo que países socialistas como Checoslovaquia y Polonia no habían instrumentado esa opción, reclamo que los Castro nunca escucharon.

En la Isla, se prohibieron las navidades por decreto gubernamental un año después. El régimen dictó, los días 25, 26 y 27 de julio como feriado oficial. El caudillo, asumía el rol de Mesías, teníamos una nueva religión nacional con una vanguardia de fieles que bien hubiéramos podido llamar la Castro inquisición, apoyada en organismo de masas cuyos dirigentes, al ritmo de los cantautores del totalitarismo, eran émulos del tristemente famoso Tomás de Torquemada.

Algunos recordarán que paralelo a la escasez y a los delatores de los Comités de Defensa de la Revolución, el paredón de fusilamiento nos ensordecía y se construían más cárceles, porque muerte y presos eran lo único que producía el régimen.

Hasta 1968 habíamos vivido bajo una férrea y sangrienta dictadura, a partir de esa fecha, empezamos a padecer uno de los regímenes totalitarios más severo y funesto que ha existido, acumulando, desde su imposición, fracasos, miseria y un profundo desencanto en la mayoría ciudadana.

No podemos negar que la imposición del totalitarismo contó con la complicidad de un alto número de ciudadanos y que la contraofensiva que vivimos hoy, contraria a la naturaleza absolutista, tampoco está huérfana del apoyo de otros cubanos, de dentro y fuera, que confían en que Miguel Díaz-Canel y sus servidores, a través de la libertad económica conducirán la Isla a la democracia, como si la China de Xi Jinping fuera libre.

La pobreza extrema que generaron las confiscaciones más modestas, barberías, peluquerías y hasta el cierre de los míseros establecimientos de un zapatero remendón, condujeron al fortalecimiento de la burocracia estatal con la creación de empresas consolidadas que administraban los negocios intervenidos por sectores.

Por cierto, aunque la ineficiencia se entronizó en el país, el humor no faltó, la gente decía que la empresa más importante era la “Ecochinche”, Empresa Administradora de Chinches, ese horrendo parásito que el castrismo ha imitado a la perfección porque lleva más de seis décadas desangrando al pueblo, desvalijando a sus aliados y robándole a los empresarios que confiadamente han invertido en sus predios.

Las micro, pequeñas y medianas empresas han existido siempre y, por suerte, muchas de ellas fueron el punto de partida de grandes compañías que por su eficiencia y creatividad han sido pilares del desarrollo universal;  sin embargo, todas necesitan para su crecimiento un gobierno lo menos intrusivo posible, condición que las autoridades cubanas jamás otorgan por su naturaleza controladora y arbitraria.

En cualquier país latinoamericano, incluido los más pobres, existen pequeños negocios que ahora en la modernidad llaman Mipymes. Los gobiernos las dejan crearse y crecer sin restricciones contrario a lo que acontece en la isla de los Castro, donde hasta para viajar al exterior se necesitan permisos y la aprobación de los comisarios políticos. De ahí mis dudas sobre la legitimidad de una gestión que debería ser provechosa para los cubanos, más que para sus déspotas.

El autor es periodista cubano.

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