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Lo que revela la cancelación del Incae

Con la reciente expropiación del Incae, Nicaragua perdió una pieza más del entarimado institucional plural que es fundamental para el desarrollo de sociedades que aceptan y promueven la heterogeneidad de pensamiento y visiones que son inherentes a toda comunidad humana. Además, el cierre del Incae confirmó la incapacidad emocional y mental de los Ortega-Murillo para gobernar una sociedad compuesta de instituciones autónomas que ofrezcan al individuo opciones para operar fuera del ámbito de control del Estado. El Incae y la UCA fueron dos de estas instituciones. La UNAN también lo fue durante el somocismo, algo que nos ayuda a entender la diferencia entre una dictadura como la de los Somoza y un régimen que, como el actual, opera con una clara vocación totalitaria.

Podemos simplificar esta diferencia y decir, como lo hacen algunos analistas, que, en una dictadura, el dictador controla las instituciones del Estado para mantenerse en el poder, en tanto que, en un sistema totalitario –como el que se está implantando en Nicaragua–, una persona, o un partido, o una familia, no solo controla el Estado sino también la totalidad de las instituciones y espacios que operan dentro de la sociedad. El ideólogo del fascismo italiano, Giovanni Gentile, lo dijo sin ambigüedad: en un sistema totalitario “todo está dentro del Estado y nada humano o espiritual existe ni tiene valor fuera del Estado”.

La alergia totalitaria a la complejidad

Las mentes y los sistemas totalitarios son alérgicos a la complejidad. Por eso recurren a los dogmas y a las explicaciones simplonas de la realidad. Esto fue confirmado por Rosario Murillo, cuando justificó la expropiación del Incae adoptando como propia la explicación de los orígenes y objetivos de esa institución que ofrece un insustancial artículo de Carlos Escorcia. En este escrito, calificado por Murillo como “extraordinario”, Escorcia pretende haber desentrañado un tenebroso complot internacional cuando señala que el Incae formaba parte de los esfuerzos de la Alianza para el Progreso impulsada por John F. Kennedy, para contrarrestar la expansión del comunismo después de la Revolución Cubana. ¡Por supuesto! El mismo Kennedy dijo esto públicamente en varios de sus discursos.

Cualquier mente con la capacidad para pensar con un poco de profundidad, criticaría o apoyaría los esfuerzos de Washington para apuntalar su poder en el mundo en los 1960, como parte de las tensiones y contradicciones de la Guerra Fría, en la que dos potencias luchaban para hacerse hegemónicos a nivel mundial. La creación del Incae formó parte de esta dinámica que, en Centroamérica, se entrelazó con factores y fuerzas domésticas. Así, junto con los objetivos de Washington en América Latina, los países centroamericanos desesperadamente necesitaban –todavía necesitan– modernizar el funcionamiento de su sector privado. El Incae es el producto de esta complejidad y no, simplemente, de las maquinaciones de la CIA, como razonan nuestro presidente y vicepresidenta para, como dice H.C.F. Mansilla, en un escrito sobre las explicaciones ingenuas de la realidad, “no tener que fatigar su[s] cerebro[s]” enfrentando “la intrincada configuración” del mundo y de la sociedad.

Pluralidad institucional y libertad: una experiencia personal

El cierre de espacios institucionales como el Incae y la UCA reducen las oportunidades que tiene el individuo para operar fuera del ámbito de control del Estado. Yo pude hacer uso de esas oportunidades cuando, en septiembre de 1980, renuncié a la dirección del entonces Instituto Nicaragüense de Administración Pública (INAP), harto del hostigamiento de militantes sandinistas que aseguraban que el instituto era un nido de técnicos contra-revolucionarios y que en él, “solo los extranjeros eran marxistas”, como escribió indignado el difunto Paul Oquist en un informe “confidencial” que él redactó, cuando operaba como “oreja” del secretario de la Junta de Gobierno (PO, Informe sobre el INAP, 29/04/80).

No éramos ni marxistas ni contra-revolucionarios. Simplemente, sosteníamos que nuestra filosofía de la educación nos empujaba a “enseñar cómo pensar y no qué pensar”, como se lo confirmé al comandante Henry Ruiz, en mi carta de renuncia (18/09/80).

En búsqueda de un espacio para trabajar, me dirigí al Incae, institución que, dicho sea de paso, resentíamos y envidiábamos desde el INAP, porque era la preferida del Estado para la capacitación de sus funcionarios. En el Incae tuve la oportunidad de trabajar como investigador y sobrevivir como persona gracias a que, en 1980, no se había consolidado en Nicaragua lo que se está consolidando hoy: una sociedad estatizada y sin espacios plurales e intermedios que el individuo puede usar para escapar el poder del Estado.

¿A dónde podrán refugiarse hoy los trabajadores del Incae que no gozan de la movilidad de los académicos de esa institución? ¿Dónde pueden sobrevivir laboralmente en libertad mis colegas de la UCA hoy?

Homogenizar la sociedad y eliminar la crítica

La mente totalitaria reduce la complejidad del mundo a una visión y un discurso construidos a la medida de su mediocridad. Por eso, la Casimiro Sotelo jamás abrirá sus puertas a académicos independientes y, mucho menos, a quienes se atrevan a criticar a los capos del Estado. Esos capos jamás lograrán entender que, el Incae y la UCA, consideradas como “puntas de lanzas del imperialismo” por nuestra vicepresidenta, aceptaban y promovían la crítica que ellos ardorosamente rechazan.

En 1974, por ejemplo, el agudo José Coronel Urtecho criticó, desde el Incae, a los líderes del sector privado del país por concentrar sus esfuerzos en hacer dinero y por su indiferencia al desarrollo cultural del país. Instó a esos capitalistas y al mismo Incae para que la educación no fuera más “una farsa, un artefacto, una fábrica de empleados, servidores de la Empresa Privada o de los organismos del Estado” (JCU, Tres Conferencias a la empresa privada, 1974).

Permítanme otro ejemplo personal: en 1991 fui invitado por el Incae para participar en un seminario sobre modelos de educación gerencial. Mi ponencia ofreció una crítica a lo que yo caractericé como la orientación tecnocrática de los programas del Incae de ese entonces y, más concretamente, a la formación de “un gerente o empresario técnica y administrativamente capaz, pero social y políticamente analfabeto” (APB, El empresario centroamericano como actor económico y social, Revista de la CEPAL, abril, 1992).

Nadie me insultó ni fui agredido físicamente, como en más de una ocasión fueron agredidos políticos e intelectuales no sandinistas que intentaron exponer sus ideas en la UNAN. Antes bien, el Incae le otorgó un premio a mi disertación, algo demasiado complejo para quienes no entienden que entre los polos del “estás conmigo” o “contra mí”, se ubica el frágil espacio que hace posible la convivencia democrática y civilizada de la especie humana.

El autor es profesor retirado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Western Canadá.

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