A medida que suben las temperaturas en verano, el alarmismo climático se hace eco de más historias sobre oleadas de calor que ponen en peligro la vida, incendios apocalípticos e inundaciones bíblicas, todo ello atribuido directamente al calentamiento global. Sin embargo, los datos que demuestran esta relación a menudo se seleccionan al azar y las respuestas políticas propuestas son enormemente ineficaces. Está claro que el calentamiento global agrava las olas de calor.
Pero la saturación de la cobertura mediática sobre las altas temperaturas en verano no explica la historia completa: las muertes causadas por las temperaturas se deben en su inmensa mayoría al frío. Un reciente estudio de la revista Lancet revela que en todo el mundo se producen 4.5 millones de muertes por el frío, nueve veces más que por el calor. El estudio también concluye que el aumento de medio grado centígrado de las temperaturas en las dos primeras décadas de este siglo, ha causado 116,000 muertes anuales adicionales debido al calor. Pero las temperaturas más cálidas también evitan ahora 283,000 muertes anuales por frío. Comunicar solo sobre lo primero nos deja mal informados.
Alrededor del mundo, los gobiernos han prometido alcanzar emisiones de carbono “netas cero” a un costo superior a los 5.6 billones de dólares anuales. Por supuesto, las poblaciones atemorizadas estarán más dispuestas a clamar por la seguridad percibida de tales políticas. Pero estas políticas ayudan muy poco, a contrarrestar las muertes por calor y frío. Incluso si todas las ambiciosas promesas mundiales de reducción de las emisiones de carbono se cumplieran por arte de magia, estas políticas solo ralentizarían el calentamiento futuro. Olas de calor más intensas seguirían matando a más personas, pero algo menos de las que habrían matado.
Una respuesta sensata se centraría primero en la resistencia, es decir, más aire acondicionado y ciudades más frescas gracias a la vegetación y el agua. Tras las olas de calor de 2003, las reformas racionales de Francia, que incluían el aire acondicionado obligatorio en las residencias de ancianos, redujeron 10 veces las muertes por calor, a pesar del aumento de las temperaturas.
Evitar tanto las muertes por frío como por calor requiere un acceso a la energía asequible. En Estados Unidos, el gas barato procedente del fracking (fractura hidráulica) permitió a millones de personas mantener el calor con presupuestos bajos, salvando 12,500 vidas al año. La política climática, que inevitablemente encarece la energía, consigue lo contrario. Junto con los picos de temperatura, las alarmantes imágenes de incendios forestales comparten las portadas este verano. Es fácil tener la sensación de que el planeta está en llamas. La realidad es que desde que los satélites de la NASA empezaron a registrar con precisión los incendios en toda la superficie del planeta hace dos décadas, se ha producido una fuerte tendencia a la baja.
A principios de la década de 2000, ardía cada año el 3 por ciento de la superficie terrestre del planeta. El año pasado, el fuego quemó el 2.2 por ciento de la superficie terrestre mundial, un nuevo mínimo histórico. Sin embargo, difícilmente se encontrarán datos al respecto en alguna parte. Este año, los incendios han quemado mucho más en América que en la última década. Esto es constantemente reportado por los medios. Pero los incendios han quemado mucho menos en África y Europa en comparación con la última década.
Acumulado hasta el 12 de agosto, el Sistema Mundial de Información sobre Incendios Forestales muestra que en realidad todo el mundo se ha quemado menos que el promedio de la última década. Apuntar erróneamente al cambio climático es peligroso porque reducir las emisiones es una de las formas menos eficaces de ayudar a prevenir futuros incendios.
Otras soluciones mucho más rápidas, eficaces y baratas son los incendios controlados para quemar los combustibles vegetales que, de otro modo, podrían provocar incendios forestales, mejorar la zonificación y la gestión forestal.
Las inundaciones también se atribuyen sistemáticamente al calentamiento global. Sin embargo, el último informe del Grupo de Expertos sobre el Clima de la ONU tiene “poca confianza en las afirmaciones generales para atribuir los cambios en las inundaciones al cambio climático antropogénico”. Los expertos subrayan que ni las inundaciones fluviales ni las costeras son actualmente estadísticamente detectables entre el ruido de fondo de la variabilidad climática natural. De hecho, el Grupo de las Naciones Unidas considera que esas inundaciones no serán estadísticamente detectables a finales de siglo, ni siquiera en un escenario extremo.
En los Estados Unidos, los daños por inundaciones solían costar el 0,5 por ciento del Producto Interno Bruto a principios del siglo XX. Ahora solo cuestan una décima parte, porque la mayor resiliencia y el desarrollo superan con creces cualquier señal climática residual. Mientras el alarmismo climático alcanza nuevas cotas de miedo, con las afirmaciones de “ebullición global” del Secretario General de la ONU entrando en territorio ridículo, la realidad es más prosaica.
El calentamiento global causará costos equivalentes a una o dos recesiones en lo que queda de este siglo. Esto lo convierte en un problema real, pero no en una catástrofe del fin del mundo que justifique las políticas más costosas. La respuesta de sentido común sería reconocer que tanto el cambio climático como las políticas de reducción del carbono conllevan costos. Deberíamos negociar cuidadosamente una vía intermedia en la que busquemos enfoques eficaces que reduzcan al máximo los daños a un costo razonable. Para mejorar en materia climática, debemos resistirnos a la narrativa engañosa y alarmista sobre el clima. El pánico es un pésimo consejero.
El autor es presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Ha sido considerado una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time, una de las 75 personas más influyentes del siglo XXI por la revista Esquire y una de las 50 personas capaces de salvar el planeta por el periódico The Guardian, del Reino Unido. Su más reciente libro en español es Falsa alarma: Por qué el pánico ante el cambio climático no salvará el planeta, que se suma a sus numerosas publicaciones, entre ellas los best seller “El ecologista escéptico” y “Cool It”.