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El Círculo de Estudios Jurídicos y Sociales (Cejis)

Decidí estudiar Derecho porque me pareció la carrera de carácter más general; las otras opciones que por entonces se ofrecían, no me atraían: Medicina, Farmacia, Odontología e Ingeniería. De haber existido buenas carreras de Artes y Letras o de Periodismo, quizás me hubiera inclinado por alguna de estas en vez de Derecho, pero no las había.

Después le tomé un gran gusto a los estudios jurídicos, sobre todo porque pertenecí a un grupo de estudiantes que integramos el Círculo de Estudios Jurídicos y Sociales (Cejis) que, desde un principio, decidimos que nosotros no seríamos simples abogados “codigueros”, o sea, estudiantes que nos limitáramos al estudio de los códigos sino que estudiaríamos las doctrinas jurídicas que inspiraban las distintas instituciones, plasmadas en los artículos de los códigos.

Además, le dábamos gran importancia a la Teoría General del Derecho, a la Teoría General del Estado, a la Introducción al Estudio del Derecho, que por entonces se llamaba Prolegómenos del Derecho, y también nos atraía la Filosofía del Derecho. En fin, nosotros decidimos estudiar a los teóricos y a los grandes comentaristas de los códigos y tratar de conseguir bibliografía jurídica más moderna que la que entonces se utilizaba en la antigua Facultad de Derecho de la Universidad de León, elevada a rango nacional en 1947, pero sin autonomía.

Por supuesto que teníamos algunos profesores que apreciaban también la teoría y las doctrinas jurídicas, como los doctores José Pallais Godoy, Rafael Aguilar y Salvador Mayorga Orozco, pero eran la excepción. Fue así como me fui convenciendo que se podía llegar a ser no un simple abogado sino un verdadero jurista. También partimos del principio de que las ciencias lurídicas no eran saberse de memoria los artículos de los códigos, de lo que presumían algunos de nuestros profesores y nos tomaban las lecciones de Derecho Civil, por ejemplo, sobre la base de repetir de memoria los artículos del Código, sin comprender la institución creada por ellos ni la doctrina jurídica que los inspiraba. 

A este grupo, denominado el Cejis, pertenecíamos, además de quien escribe, Ernesto Cruz, Mariano Fiallos Oyanguren, Leonel Argüello, Daniel Tapia Mercado, Orlando Barreto Argüello y, a veces, se nos unían también Roberto Incer Barquero y Oscar Tenorio.

Por medio del importador de libros por encargo, profesor Lino González, pedimos a España e Italia los textos de los comentaristas más famosos del Derecho Civil, del Derecho Procesal, del Derecho Penal y del Derecho Mercantil. Para ayudarles a nuestros mismos profesores y a los otros estudiantes del Derecho, decidimos publicar una Guía Bibliográfica para Estudiantes del Derecho, donde incluimos, para cada materia, los libros más modernos de ciencias jurídicas recomendables.

Creo que el grupo Cejis desempeñó un gran papel, en esos años, para renovar la bibliografía de los estudios jurídicos en la Facultad de Derecho de la Universidad, donde todavía se estudiaban los Prolegómenos del Derecho en el antiguo libro del doctor Buenaventura Selva, Instituciones del Derecho Civil Nicaragüense. Nosotros hicimos que comenzaran a circular los textos de Introducción al Estudio del Derecho de Eduardo García Maynez y Luis Recaséns Siches, que luego fueron los textos que utilicé cuando, a los veintiséis años de edad, asumí la cátedra de Introducción al Estudio del Derecho. 

El Cejis también tenía a su cargo un programa radial semanal de carácter cultural. También logró que la elección de los miembros del Centro Universitario de la Universidad Nacional (CUUN), fuera por clases y facultades y no en asambleas tumultuarias, donde los votos no eran bien contados.

Cuando decidí estudiar Derecho esta carrera se impartía en la entonces existente Universidad de Granada y en la antigua Universidad de León. Algunas personas me decían que los mejores abogados salían de la Facultad de Derecho de Granada, y otras, como mi tío político Juan Ramón Avilés, me recomendaban que fuera a estudiar a León donde, en esa época, el rector era el anciano abogado, doctor Juan de Dios Vanegas, muy amigo de mi tío Juan Ramón, quien le llamaba “el mantenedor de las letras en León y de los Juegos Florales”. 

De todas maneras, ese mismo año de 1951, y casualmente en el mes de las matrículas, el dictador Anastasio Somoza García decidió cerrar la Universidad de Granada, con lo que no quedó más opción que León, adonde incluso se trasladaron todos los estudiantes, incluyendo granadinos, que habían iniciado sus estudios en la Universidad de Granada.  Esto fue algo inusitado para la ciudad de León: recibir un buen contingente de estudiantes granadinos. Recuerdo que entre ellos estaban Roberto Argüello Hurtado, Fernando Zelaya Rojas, José Medina Cuadra, y otros más que por entonces estaban a la mitad de sus estudios y se graduaron en León.

De Masaya eran “el panida” Sánchez y Rodolfo Sánchez, y de Boaco Manuel Angulo. Solo me quedó la opción de León, pese a que entonces la única manera de comunicarse con León era por medio del antiguo Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua (F.C. del P. de N.), que tardaba varias horas en hacer el trayecto de Managua a León y viceversa. Los estudiantes le llamábamos “ferrocarreta”.

En esos años existía la costumbre de “pelonear” a los estudiantes de primer ingreso a la Universidad. La matrícula era casi un mes antes de que se iniciaran las clases. Mi madre decidió hacer ella el viaje a León para matricularme en la Facultad de Derecho y que no me pelonearan tan temprano. Al mismo tiempo, arregló con nuestra pariente, doña Paulita Ramírez Jerez, que me diera una pieza en su casa para habitar en ella y se encargara de mi manutención mediante el pago de una modesta suma.

Por esos días tuve el gusto de conocer en Managua a quien luego sería un fraterno amigo y compañero de lides universitarias: Mariano Fiallos Oyanguren, quien me dijo que con mucho gusto me esperaba en León y que me presentaría a varios amigos para darme la bienvenida. Me recomendó que tan pronto llegara a León que fuera al Parque Central donde su grupo se reunía todas las tardes para conversar e intercambiar chistes. Pertenecían a ese grupo: Ernesto Castellón Barreto, quien más tarde sería cuñado de Mariano, casado con su hermana Marisol; el otro amigo era un estudiante muy conocido por sus travesuras de nombre Donoso Cortés.

Pocos días antes de iniciarse las clases me trasladé a León y fui a vivir a la casa de mi pariente, descendiente del general Máximo Jerez, doña Paulita Ramírez Jerez. Se trataba de una casa esquinera muy antigua, los cuartos eran muy grandes, a mí me asignó uno. Al principio no había ningún otro estudiante que fuera huésped también de Paulita, de manera que yo era su único pensionado.

La casa esquinera quedaba dos cuadras al sur del antiguo Comando de la Guardia Nacional y, exactamente, enfrente de la casa que había sido, según me contaban, del coronel Joaquín Arrechavala quien, según las leyendas, por las noches salía a galopar en su caballo blanco por las calles empedradas de León. Sus salidas nocturnas se terminaron cuando las antiguas calles empedradas fueron sustituidas por calles pavimentadas, con lo que se terminó la leyenda, aunque todavía quedó como uno de los “espantos” de León, junto con la famosa “carreta nagua” y el “padre sin cabeza”.

La tarde misma que llegué a León decidí ir a conocer la famosa Catedral que queda, precisamente, frente al Parque Central y, de paso, encontrarme con mi amigo Mariano para que me presentara a sus amistades. Por cualquier cosa, iba preparado con una gorra en la bolsa. Llegué al parque y, tal como me lo había dicho Mariano, ahí estaba él con sus amigos sentados en el espaldar de una de las bancas.

Cuando Mariano me vio se dirigió a mí con un gran abrazo y me dijo: “Te estamos esperando, te voy a presentar a mis amigos, pero ‘papito’ sentáte primero en esta banca”. Me presentó a sus amigos y tanto Mariano como ellos sacaron sus tijeras y me dieron la bienvenida peloneándome de inmediato. Esa fue la recepción que me tenían preparada y a eso se dedicaban todas las tardes desde que comenzaban a llegar los estudiantes de primer ingreso. Como me dejaron todo “chomporoco” me recomendaron que fuera a pasarme la “doble cero” en la barbería que quedaba enfrente del parque, lo cual hice.

Ahí se completó mi bienvenida cuando el barbero que me atendió me quedó mirando al terminar su trabajo y me dijo muy seriamente: “Mirá, yo he visto pelones feos pero vos sos el más feo de todos los que he pelado”. Le agradecí su calificativo, me puse mi gorra y me regresé a pasar el resto de la tarde con mis nuevos amigos que siguieron, con dedicación digna de mejor causa, en su tarea. Ellos me explicaron que ese barbero le decía lo mismo a cuanto estudiante le tocaba pelonear, lo que me consoló un poco. Curiosamente, un futuro rector de la UNAN fue peloneado por otro futuro rector.

El autor es educador, escritor y académico. Fue rector universitario.

COMENTARIOS

  1. Hace 10 meses

    Este es el mejor escrito en esta edición de La Prensa. En los Estados Unidos el estudio del Derecho es diferente. En cada materia se estudian una serie de casos legales que ocurrieron en la vida real. Se disectan los casos. Tienes que estudiar pero no memorizar tanto la ley emanada del legislativo como el derecho consuetudinario para analizar el caso. ¿Porque de que sirve memorizar los códigos y la doctrina si no sabes cómo aplicarlos a un determinado caso? Además de eso, debido a que las leyes son dinámicas en los Estados Unidos, no tiene ningún sentido memorizar las leyes de los códigos y por eso muchos exámenes en la Escuela de Leyes son libro abierto. Sin embargo, el examen del Colegio de Abogados estatal para obtener la licencia para ejercer la profesión no es libro abierto.

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