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Junior Oporta fue abandonado cuando era un bebé y ahora se convirtió en un atleta de alto rendimiento. LA PRENSA/Óscar Navarrete

“El bebé del cañal”: la increíble historia de Junior Oporta

Sobrevivió varios días abandonado en un cañal de El Rama donde lo dejaron a morir. Lo rescató una mujer que oyó su llanto. Creció y se convirtió en atleta de alto rendimiento. Buscó y perdonó a su madre y a la abuela que lo abandonaron. Quiere escribir un libro sobre su historia.

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Junior Oporta no sabe cuál es la fecha de su nacimiento, pero celebra su cumpleaños cada 21 de septiembre. De lo que sí está seguro es que tiene 32 años porque cuando su madre adoptiva lo recogió de un cañal en 1990 en El Rama, en la Costa Caribe Sur, él tenía seis meses de nacido.

En la actualidad, Junior está a punto de graduarse de la universidad como Educador Físico y se convirtió en un atleta de alto rendimiento en Costa Rica. Él es nicaragüense, pero toda su vida la ha vivido en el vecino país del sur y a pesar de todo lo que le tocó vivir en su infancia y adolescencia, dice que no guarda rencor ni odio.

La historia que le han contado a Junior es que su madre biológica vivía en una comunidad de la Costa Caribe Sur y cuando él nació, la mujer lo llevó donde la abuela del menor que vivía en El Rama, y le dijo que no podía hacerse cargo de él. La abuela estuvo con el bebé un par de meses hasta que ella misma lo dejó abandonado en un cañal cerca de su casa.

Para aquellos días, doña Ángela Oporta pasaba caminando cerca del cañal todas las mañanas para ir a trabajar y una vez escuchó el llanto de un bebé, pero no le prestó atención. El siguiente día, escuchó el mismo llanto y ya le pareció extraño. Fue varios días después que doña Ángela decidió meterse al cañal a tratar de averiguar de dónde venía ese llanto, y ahí se encontró con el bebé.

Tenía unos seis meses de nacido y estuvo varios días abandonado en ese lugar con hambre, frío, bajo el sol del día y al acecho de animales peligrosos de la zona. Doña Ángela lo recogió, se lo llevó a su casa, lo alimentó y después se dio cuenta de que ese era el nieto de una de sus vecinas.

Doña Ángela se fue con el bebé donde esa vecina, que era la abuela del menor, y esta le dijo que lo había ido a dejar en el cañal porque ella no podía hacerse cargo y desde que su hija se lo había llegado a dejar, no había sabido nada de ella para regresárselo.

–Si se lo quiere quedar, quédeselo, pero ahí se le va a morir – le dijo la abuela a doña Ángela

–Pero si me lo voy a quedar necesito saber al menos cuándo nació

— Yo creo que fue el 21 de septiembre. Algo así dijo mi hija.

Desde entonces, el 21 de septiembre de cada año, Junior celebra un día más de vida.

A inicios de este año, Junior se reencontró con su abuela, la mujer que lo abandonó en el cañal. CORTESÍA

En la pobreza

Doña Ángela ya tenía otras tres hijas en El Rama, pero ella sintió temor de que un día llegaran a su casa a tratar de quitarle al niño, así que huyó con él hacia Costa Rica. No tenía a nadie en ese país, pero se asentó en una zona rural del pacífico en donde terminó de criar a Junior.

De todo esto, Junior casi no recuerda nada porque estaba muy pequeño. “Yo me acuerdo desde que ya tenía como siete años”, comenta. Para entonces, doña Ángela ya se había juntado con un hombre en Costa Rica y vivían los tres en una humilde casita construida de tablas y plástico, y sin energía eléctrica. “Era un hogar sin amor, sin afecto, con vicios y con poca credibilidad para los sueños”, detalla Junior.

El padrastro de Junior le decía que él había nacido solamente para trabajar, así que le daba un machete para que se fuera a cortar monte. Un día, mientras caminaba con su machete a la cintura rumbo a un campo que tenía que rozar, un maestro de un colegio se lo encontró en el camino y le preguntó:

–¿Usted para dónde va con eso?

— Voy a trabajar

— No. Usted debería estar estudiando

— Es que papi dice que yo soy solo para trabajar

— No niño. Usted no nació solo para eso. Venga a estudiar

Él se quedó con la idea de querer estudiar, sobre todo porque cuando iba a trabajar, se encontraba con otros niños con uniformes y mochilas que iban rumbo a la escuela. Un día, Junior le dijo a su padrastro que quería estudiar.

–No, no, no. Olvídese de eso que eso no le va dar dinero – le respondió.

Sin embargo, doña Ángela sí le dio permiso para que se fuera a estudiar, pero que lo hiciera sin que su padrastro se diera cuenta. Cada mañana, cuando el padrastro se iba a trabajar, doña Ángela le decía que iba a ocupar a Junior para trabajar con él recogiendo cangrejos o vendiendo comidas. El hombre no decía nada y se iba.

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Junior aprovechaba para irse al colegio. Caminaba por hora y media para llegar. Ahí conoció los libros y cuando aprendió a leer, se convirtió en un lector asiduo. Le encantaban los poemas, novelas, relatos de historia y demás. Estuvo en ese colegio por unos tres años hasta que su padrastro se dio cuenta que estaba estudiando.

El hombre se molestó tanto que después de prohibirle que fuera al colegio, se llevó a la familia para otra zona, en un lugar donde no había una escuela cercana. Esa comunidad se llamaba Coopevega. Doña Ángela ya se había llevado a sus otras hijas para Costa Rica, de manera que la familia estaba completa.

Junior Oporta durante una sesión de entrenamiento. LA PRENSA/Óscar Navarrete

Un día, doña Ángela tuvo que irse a Nicaragua para hacer unos trámites y dejó a Junior, de 13 años, y sus hijas con el padrastro. Junior recuerda que una noche, su padrastro le dio alcohol hasta que se quedó dormido y el hombre aprovechó para violar a una de las hijas de doña Ángela que tenía 12 años. De esa violación, la niña resultó embarazada.

Días después, el hombre fue detenido por la Policía y condenado a 30 años de prisión. “Sigue preso”, comenta. Doña Ángela, cuando regresó de Nicaragua y se dio cuenta de todo lo sucedido cayó en una profunda depresión y como la familia ya no tenía ingresos tras la detención del hombre, Junior decidió ponerse a estudiar y a trabajar para mantener a su familia.

La primera carrera

La escuela más cercana de la casa de Junior quedaba a unas seis horas. Él cuenta que se despertaba a las 12:50 de la madrugada para alistarse y salir a las 1:30 de la mañana de su casa. Le tocaba caminar por monte unas tres horas hasta llegar a una parada de bus cerca de las cinco de la mañana. Ahí viajaba en bus unas dos horas más y llegaba a las siete de la mañana en punto para iniciar las clases en la escuela que quedaba en un lugar llamado San Ramón de Alajuela.

La familia vivía en pobreza y a veces no tenían para comer. Cuando Junior llegaba al colegio, conseguía una bolsa plástica y esperaba a que los demás estudiantes terminaran de comer para irse a la basura y buscar los restos de comida. Los echaba en la bolsa y se iba a un cerro a agradecerle a Dios que tenía algo para comer.

Mientras estudiaba de lunes a viernes, se iba a trabajar los fines de semana cortando monte para conseguir dinero para su familia. Cuando estaba ya en tercer año de secundaria, él tenía 17 años y quería dejar de estudiar porque se sentía muy agotado.

Un día, Junior se desmayó en el colegio y su profesor de educación física, Gustavo Rodríguez, lo llevó a la enfermería. Ahí se dieron cuenta en el colegio que el joven tenía más de un día sin comer.

Junior le dijo a su profesor por todo lo que estaba pasando en su casa. “Me siento triste. Estoy cansado físicamente. Los fines de semana tengo que trabajar para ayudarle a mi familia, y a veces no hay nada para comer”, le dijo el joven.

Junior ha trabajado cortando café, como guarda de seguridad, como mesero y muchos otros trabajos más para poder ayudarle a su familia. CORTESÍA

En esa ocasión, el maestro lo acompañó a su casa y al ver las condiciones en que vivía, le consiguió una beca en el colegio para que almorzara todos los días, además de una ayuda económica mensual, y también le ayudó a pagar el alquiler de una casa cercana al colegio para que se fuera a vivir ahí y no tuviera que caminar tanto.

–Pero yo no puedo dejar a mi familia – dijo el joven cuando le ofrecieron mudarse.

–Tráigase a su familia.

Después, ese mismo profesor le preguntó un día que si le gustaría competir en una maratón de cinco kilómetros que se había organizado en el colegio. Él dijo que no sabía nada sobre deportes, pero el profesor lo animó.

“Yo no tenía zapatos. Solo de aquellos zapatos burros negros y estaban despegados”, recuerda Junior. Doña Ángela le ayudó a repararle esos zapatos para la carrera y como no tenía ropa deportiva, se vistió con lo que tenía.

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El día de la carrera, los demás competidores del colegio se burlaron de él al verlo con los enormes zapatos negros y su ropa holgada. Le hicieron bromas pesadas y él se soltó en llanto, pero su profesor lo animó y le dijo que no escuchara las críticas y se concentrara en ganarles.

Una vez que la carrera empezó, la resistencia de Junior fue su gran aliada y eso le permitió hacerse con el primer lugar. Desde ese día, la vida del joven estaría entre el deporte, el trabajo y su familia.

Junior junto a la campeona mundial de boxeo, y también de raíces nicaragüenses, Yokasta Valle. CORTESÍA

La verdad

Desde muy pequeño, Junior había sentido como un rechazo por parte de sus hermanas, las hijas de doña Ángela. Le llamaban “el regalado”, y el no entendía por qué.

A los 20 años de edad, Junior estaba a punto de bachillerarse y tenía que ir a Nicaragua para gestionar unos papeles para su graduación. Antes de irse, doña Ángela le dijo que tenía algo importante que contarle y le reveló que él no era su hijo, que había sido encontrado en un cañal y ella lo adoptó.

Junior cuenta que no se molestó y más bien le agradeció a doña Ángela por haberlo criado y no dejarlo abandonado. “Ella es mi mami”, dice constantemente. Esa vez le pidió a doña Ángela que le dijera en dónde encontrar a su madre biológica y ella le indicó cómo hacerlo.

Esa vez que fue a Nicaragua, para hacer sus trámites, aprovechó para ir a buscar a su madre a El Rama. Fue preguntándole a personas del pueblo hasta que dio con ella. Estaba en un puesto a la orilla de la calle palmeando tortillas.

–Buenas tardes señora – le dijo Junior

–Buenas tardes.

–¿Usted sabe quién soy?

–No joven, hasta ahora lo veo.

–Deje me presento. Yo soy Junior Oporta. Soy el hijo que usted hace años se lo dio a mi abuela y que ella me dejó abandonado en un cañal.

La mujer dejó de palmear y se soltó en llanto. Lo abrazó y le pidió perdón por haberlo abandonado, pero él le dijo que no tenía nada que perdonarle porque no sentía rencor ni odio por lo que hizo.

Después de compartir con su madre biológica por un momento, Junior regresó a Costa Rica a bachillerarse.

Atleta

Una vez que salió del colegio, Junior quería estudiar en la universidad, pero no tenía para pagarla. Se fue a trabajar como cortador de café, también como guarda de seguridad, como mesero en un restaurante y hacía varios trabajos para poder ayudarle a su familia.

Pero Junior jamás dejó su deseo de seguir corriendo maratones, de manera que, cada vez que se daba cuenta de una competencia, se iba a inscribir. A los ganadores normalmente les pagaban una suma de dinero y eso le ayudaba a mantener a su familia. Su meta siempre fue ganar, dice.

Junior ahora corre para el equipo Coopenae. CORTESÍA

Junior se hizo popular en San Ramón porque era el joven que ganaba todas las carreras y algunas empresas pequeñas y pobladores le ayudaban a pagar las inscripciones a las competencias y a comprar zapatos para que corriera.

Para entonces, Junior entrenaba solo. Cuenta que mientras trabajaba como guarda de seguridad, hacía ejercicios por la noche o la madrugada para estar en forma. Así estuvo por varios años, hasta que un equipo profesional de atletismo llamado Coopenae le ofreció un contrato para que corriera para ellos.

Él aceptó y el equipo le ayudó a matricularse en una universidad. Ahora, Junior vive del atletismo y tiene patrocinio de una empresa. A finales de este año se graduará como educador físico y, a pesar de que ha vivido la mayor parte de su vida en Costa Rica, solo tiene nacionalidad nicaragüense y por donde va, siempre se presenta como nica.

Dice que está escribiendo un libro sobre su vida y quiere hacer una fundación para ayudarle a niños de escasos recursos que tengan potencial en el deporte, pero que no puedan costear su preparación, tal y como le sucedió a él.

A inicios de año, Junior viajó nuevamente a Nicaragua y se reencontró con su abuela, la mujer que lo dejó abandonado en el cañal cuando era un bebé. Él dice que ella ni siquiera se acordaba de él. Una de las hijas de la señora, que estaba presente cuando llegó Junior a visitarla, le ayudó a recordarlo.

–¿Usted es el niño que yo dejé botado y había fallecido? – preguntó asombrada

–Sí abuela, pero no morí.

La señora soltó en llanto.

–Perdonáme, no sabía qué hacer. Me dijeron que habías muerto. Perdón. Perdón.

–Sí abuela. Ya no cargue con ese dolor.

La Prensa Domingo atletismo Costa Rica Nicaragua archivo

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