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Tamara Dávila, excarcelada y desterrada política del régimen de Daniel Ortega. CORTESÍA

Tamara Dávila relata cómo vivió el peor régimen carcelario de El Chipote

Todos los excarcelados políticos de El Chipote coinciden en que Tamara Dávila sufrió particular saña. Estuvo 606 días encerrada en una celda con puerta de hierro, sin barrotes, y sin ver ni conversar con nadie. “Fueron difíciles, pero sobreviví”, dice.

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Era una celda de cuatro paredes con una puerta de pernos, que no le permitía ver hacia fuera. Tenía una ventana arriba del inodoro, que estaba en la misma celda, y un tragaluz en el techo por donde entraban los rayos del sol por el día y la luz de la luna por las noches. ¿Cómo sobrevive una persona 606 días sola en un lugar como ese? Tamara Dávila encontró la respuesta ahí mismo.

Junta a Dávila, Dora María Téllez, Ana Margarita Vijil y Suyén Barahona estuvieron en completo aislamiento. Las últimas tres estaban en celdas de barrotes, pero Dávila en una celda empernada. No tenía permiso para hablar con nadie, y los demás no tenían permitido hablarle. Tampoco podía verlos, ni viceversa, pero sí escuchaba las charlas de presos que había en las celdas vecinas. Esas pláticas le hacían saber que no estaba sola en El Chipote.

Su rutina era pensar, hacer ejercicios, meditar, estar pendiente de que abrieran la escotilla de la puerta por donde le pasaban la comida, pensar otra vez, ver pajaritos que llegaban a asomarse al tragaluz, cantar, volver a pensar. Y en medio de todo eso, el único contacto humano que podía tener: los interrogatorios. “Agradecí cada uno de esos interrogatorios porque eran la única oportunidad que tenía para salir de esa celda”.

Nada le dio más fuerza para soportar el aislamiento que su hija de seis años a quien no vio más de un año después de ser detenida. En esta entrevista, Tamara Dávila recuerda sus días en prisión con una sonrisa tierna que le achina los ojos, conteniendo lágrimas y alegando estar mejor de lo que se encuentran Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Tiene poco más de un mes de haber salido de prisión, ¿cómo se encuentra en este momento?

Estoy todavía ambientándome al cambio, a esta nueva realidad. Estoy contenta de ya no estar presa, pero también una enorme tristeza porque el país está secuestrado y todavía hay 38 presos políticos, dentro de los cuales está monseñor Rolando Álvarez. Me embarga una mezcla de sentimientos.

Entre las presas políticas, usted fue la que quizás estuvo en peores condiciones, en una celda empernada y completamente alejada del mundo exterior

Efectivamente, estuve en una celda empernada. Sí tenía dos ventanas pequeñas por donde me entraba luz. Una arriba del inodoro y otra en la parte alta de la celda que tenía una especie de tragaluz, que le llaman patio sol, pero era dentro de la celda. No podía ver a nadie, ni comunicarme. Sí tenía esa ventilación y ese pedacito de cielo que me permitió sobrevivir y conectarme con la vida, con el cielo, las estrellas, los pajaritos. Todo lo que podía ver desde ahí. Estuve en una situación de aislamiento físico en mi celda, al igual que tres mujeres más: Ana Margarita Vijil, Dora María Téllez y Suyén Barahona, y yo no podía ver a nadie ni hablar con nadie. No teníamos derecho a hablar, cuando salíamos de la celda no podíamos ver a ningún otro lado, la cabeza siempre abajo, no podía hacer gestos de saludos. Nada. Ni soñar el acceso a un libro o una biblia, un lápiz o un papel. Nada

¿Cómo eran los días sin poder ver a otro ser humano?

Fueron difíciles, pero sobreviví. En primer lugar, creo yo que gracias a la fuerza que me daba pensar que mi hija estaba fuera y que necesitaba yo estar bien para ella, porque yo sabía que la libertad iba a llegar en algún momento. Me propuse estar bien, usar el pequeño espacio que tenía para estar bien. Comencé a hacer mucho ejercicio, también a rezar, a meditar o cantar. Cantaba bien bajito porque no me permitían cantar, y también esa ventana y esa luz me salvaron, literalmente. No teníamos derecho a absolutamente nada.

¿Podía escuchar algo de afuera de la celda? Algo que le permitiera saber que no estaba sola

Escuchaba a los otros presos. Las celdas están pegadas unas a otras. Yo estaba sola, no me permitían hablar con nadie y tampoco los otros presos tenían permitido hablarme, pero yo escuchaba las voces de los demás. Eso también me daba mucha vida.

¿Lograba identificar aquellas voces?

Sí, es que a los hombres los estuvieron cambiando siempre de celda. Esa fue parte de la tortura que utilizaron con los hombres, de cambiarlos de compañeros de celda de manera recurrente porque te tenés que habituar a otra persona y cuando ya te has habituado, de repente te cambian. Entonces, pasaron por mis celdas vecinas muchos de ellos. Recuerdo a Luis Rivas, fue mi vecino mucho tiempo. Irving Larios, Pedro Mena, don Francisco Aguirre. Esas eran como las voces que más escuchaba. También Juan Lorenzo Holmann, era una voz muy fuerte y escuchar su voz, escuchar su fuerza. Me sonrío porque también escuchar su temple al discutir con quienes nos custodiaban también me daba mucho ánimo. Son como las voces que más escuché y que más alegría y ánimo me daban cuando las escuchaba. También Arturo Cruz el tiempo que estuvo.

Tamara Dávila durante una presentación que hizo la dictadura de Ortega de los presos políticos a través de los medios de comunicación oficiales. ARCHIVO

¿Qué ejercicios hacía en su celda?

De todo. Trotaba, caminaba en el mismo punto porque no tenía mucho espacio. Al principio me mareaba mucho porque estarse moviendo en un mismo lugar da vértigo, pero el cuerpo a todo se acostumbra. Hacia sentadillas, hacía pechadas. Yo nunca fui muy atlética que digamos entonces fue hacer ejercicios un poco a lo loco. Menos mal nunca me fracturé, pero mucha gente sí se fracturó y se dañó los músculos por exceso de ejercicio. Parte de las cosas médicas que sufrimos muchos tenía que ver con el ejercicio que hacíamos para poder transitar el día pesado que nos tocaba sobrellevar y estar bien.

Usted hizo una huelga de hambre para poder ver a su hija

Yo pude ver a mi hija un año y dos meses después de haber sido encarcelada. Fui la única junto con Miguel Mora que pudimos ver a nuestros hijos en ese momento. Ninguno de los presos pudo ver a sus hijos si no hasta tres meses después de eso, es decir, un año y cinco meses después de ser encarcelados, todos pudimos ver a nuestros hijos. Yo tuve que hacer una huelga de hambre para eso. Fueron cinco días, pero me costó. También la denuncia de mi familia, todas las campañas que se hicieron alrededor de ver a nuestros hijos. La campaña Sé Humano que ayudó muchísimo. La denuncia no es farándula, la incidencia no es farándula. Hemos logrado lo que hemos logrado gracias al trabajo que todos hemos hecho a lo largo de estos cinco años.

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¿Cómo fue ese reencuentro con su hija?

Fue maravilloso. Me dio vida el reencuentro con mi hija. Me permitió respirar y seguir adelante los meses que tuve que seguir hasta que llegara el nueve de febrero (día de la liberación). Yo estaba muy mal, en términos emocionales porque no había podido verla. Me dolió muchísimo. Eso fue una gran violación a nuestro derecho, pero también al derecho de los niños y niñas de ver a sus padres y sus madres. El delito que supuestamente nosotros estábamos pagando fue transferido a esos niños y niñas. Al verme con la niña, yo lloraba y lloraba y lloraba, y ella me secaba las lágrimas y me decía: “Mamá, tranquila. Todo va a estar bien, ya vamos a estar juntas”. Ver esa fortaleza en mi hija, me llenó de energía y de vitalidad. A esa niña de seis años le debo hoy estar bien, mejor que como están Daniel Ortega y la Rosario Murillo.

Además de usted, su familia vivió el encarcelamiento de otras dos de sus miembros, Ana Margarita Vijil y Dora María Téllez ¿Cómo fue todo esto para ellos?

Fue una batalla de día a día. Yo me siento sumamente orgullosa de mi familia, y la de todos los presos políticos. No dejaron un solo día de denunciar la situación que estábamos viviendo. Además, fueron sometidas todas las familias, y la mía incluida, a un régimen de deterioro emocional constante. Tenían que ir tres veces al día para dejarnos agua durante todo el primer año de encarcelamiento.

Su abuela, doña Pinita, vivió todo este proceso padeciendo de cáncer

Sí, en noviembre de 2021 ella tuvo una crisis. Pasó en cuidados intensivos. Le quitaron su pasaporte y le negaron el derecho a atención médica por ser madre de Ana Margarita Vijil, por ser mi abuela, y además por ser la suegra de Dora María Téllez. Cuando ella estuvo en cuidados intensivos, yo viví con la angustia de no saber si había salido bien porque no teníamos derecho ni a una llamada telefónica. A ella le han negado su derecho a la salud y sigue sin tener la posibilidad de tener un tratamiento directo y mejor. El mismo sistema de salud nicaragüense tiene un programa que manda a las personas enfermas con cáncer a hacerse tratamiento en Costa Rica, y ella no ha tenido esa posibilidad. Su salud sigue deteriorada, sin embargo, está feliz porque las tres estamos a salvo. Ella es una mujer guerrera que también me dio mucha luz y mucha fuerza.

Tamara Dávila con su hija antes de ser encarcelada por el régimen de Daniel Ortega. ARCHIVO

¿Cómo eran los interrogatorios en El Chipote?

El primer mes eran prácticamente hasta cuatro veces al día y después, tres veces al día. Después de los juicios que fueron entre febrero y mayo del año pasado comenzaron a sacarnos como dos veces al día y ya después nos sacaban muy poco. Las preguntas eran principalmente sobre mi participación en UNAMOS, en la Unidad Nacional, a la posibilidad de una alianza electoral, tenía que ver con temas de mi participación política, pero también preguntaban con nombre y apellido por personas. Yo no di información de ninguna persona. Tal vez eso haya incidido en que me hayan tenido tanto tiempo en esa celda

¿Alguna de las cosas que le preguntaban se acercaban a la realidad?

Pues estaban bien desinformados (ríe). Nosotros éramos los que les aclarábamos cuales eran las diferencias entre unos y otros, qué era la Coalición Nacional, qué era lo otro, pero ellos no entendían nada. Estaban desconectados. Lo que tenían los inspectores era el mandato de hacer preguntas que venían desde arriba y ellos ni estaban claros de lo que estaban hablando.

Estos interrogatorios eran prácticamente su único contacto humano

Agradecí cada uno de esos interrogatorios porque eran la única oportunidad que yo tenía para salir de esa celda y de dialogar con un ser humano. Y de pensar porque las preguntas que hacían ya te ponían a maquinar, y pelearte y a veces reírte. Fueron la oportunidad para salir de esas cuatro paredes.

Cuándo llegaban a dejarle comida, ¿no podía ver a la persona?

Si el oficial se agachaba, yo lo veía cuando abría la escotilla, pero si no se agachaba, no lo veía, pero generalmente se agachaban para asomarse qué estaba yo haciendo dentro de la celda.

¿Cómo fue cuando se dio cuenta de la muerte de Hugo Torres?

(Silencio)

Es muy duro hablar de esto. Hugo Torres sufrió mucho y de pronto su salud comenzó a deteriorarse. No le dieron la atención oportuna y murió encarcelado, con los policías en el cuarto del hospital. La saña con Hugo Torres fue desmedida. Ortega y Murillo son responsables de su muerte. Yo lo supe después, en el juicio de febrero (de 2022). Fue muy doloroso. En este momento lo recuerdo y pienso en su familia, en sus hijos, y en todo lo que debieron de sufrir. También recuerdo su sonrisa, siempre cálida y esos ojos saltones y expresivos que tenía.

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¿Qué sintió cuando se vio al espejo por primera vez desde que salió de prisión?

Fue impactante. No teníamos espejo para vernos. Hasta a los meses fue que a los hombres les permitieron un espejito para afeitarse y a las mujeres después nos permitieron ese espejito, previo a las visitas usualmente. Hasta después de una visita me llevaron a hacerme una requisa para ver si mi familiar me había dado algo, y me llevaron a un cuarto que tenía un espejo, pero que no es espejo, si no es como un vidrio y que atrás están otros viendo lo que uno está hablando con el interrogador. En ese vidrio fue la primera vez que vi mi cuerpo y me asusté bastante. El pelo me lo he dejado crecer porque mi hija me mandó a decir en una de las visitas que no me lo cortara.

¿Cómo es para usted, después de un mes, despertar cada mañana y darse cuenta que ya no está en esa celda empernada?

No ha sido fácil. Los problemas de sueño han sido recurrentes. Con problemas de ubicación, mareo cuando uno camina. Todavía no he logrado hacerme un chequeo médico, pero en esas estamos. El Departamento de Estado nos va a apoyar porque esas cosas en Estados Unidos son bien caras.

¿Qué viene para usted ahora que está en libertad, pero desterrada?

Mi meta es volver a Nicaragua. Daniel Ortega y la Rosario se van a ir porque esto es insostenible. Yo me veo volviendo a mi país cuando eso sea posible, me veo más equilibrada emocionalmente, pero yo me veo trabajando porque en Nicaragua haya libertad y justicia.

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