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¿Milagro o Busilis?

Conmemorando el nacimiento de Jesús en estas navidades, he incorporado dos narraciones similares de dos grandes líricos de la poesía y de la prosa. Se trata del Cuento de Noche Buena de Rubén Darío (1867-1916) y de la leyenda de Maese Pérez, el organista, de Gustavo Adolfo Bécquer, (1836-1870).

Ambos relatos podrían ser clasificados de fantásticos, ya que unen a un hecho real, uno misterioso o irreal, manteniéndose la verosimilitud histórica dentro de la narración.

En las narraciones fantásticas, lo sobrenatural aparece como una ruptura de la coherencia universal, nos dice Vicente Francisco Torres en su ensayo: Rubén Darío cuentista del modernismo y de lo fantástico.

Cuento de Nochebuena es un relato lleno de gran misticismo y cristiandad que ensalza los valores morales como la humildad y la generosidad.

Cuenta Darío que el hermano Longinos, era la “perla” del convento de Santa María. Él ayudaba a fray Benito con sus manuscritos, también en la cocina, cultivaba legumbres en el huerto, y además tenía el don musical de hacer sonar el órgano como nadie. 

“[…] hacía brotar las notas como bandadas de aves melodiosas;” […] como poseído por un celestial espíritu”.

El día de Navidad Longinos se fue a la aldea muy temprano.

El monasterio donde moraba, había servido de “ […] cenáculos de hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras cosas, que favorece el poder del Bajísimo”. Los vientos llevaban ecos misteriosos, dentro de la quietud de los crepúsculos.

Entrada ya la noche regresaba el monje a su lugar cuando las sombras invadieron el paraje haciéndosele imposible localizar el villorrio. Elevó sus plegarias al “Todopoderoso”. De pronto divisó una estrella que resplandecía sirviéndole de guía. Con voz mortal, su vieja mula le habló, diciéndole que se sintiera dichoso pues Dios había escuchado su clamor.  Luego sintió una oleada de aromas y vio pasar a tres señores muy bien ataviados. Uno era el rey Gaspar, “rubio como el ángel Azrael” cargando una “mitra de oro constelada de piedras preciosas”. Otro era el rey Baltazar, de cabellera y ojos negros y brillantes que parecía ‘monarca de un país misterioso y opulento”. El último era el rey Melchor de rostro negro, turbante de rubíes y esmeraldas.

Longinos al verles se unió a la caravana. Guiados por la estrella luminosa, llegaron a un pesebre donde reinaba “la reina María, el santo José y el Dios recién nacido”. Baltazar postrándose ofreció perlas, piedras preciosas y oro. Gaspar “jarras doradas” de “raros ungüentos”.  Melchor ofreció “incienso de marfiles y de diamantes…”. Entonces Longinos al ver al niño sonreírle, le dijo toma “mis lágrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte”, mientras los reyes de oriente vieron brotar de sus labios “las rosas de sus oraciones, cuyo color superaba a todos los ungüentos y resinas” y sus lágrimas fueron convertidas en refulgentes diamantes.

Mientras tanto en el convento existía gran desconcierto y tristeza. Era la hora de la misa de Nochebuena y el monje no aparecía. De repente en el momento que el órgano debería de escucharse: “resonó, resonó, resonó, como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas excelsas voces;” sus tubos animados “de vida incomprensible y celestial”. Al poco, “el hermano Longinos de Santa María entregó su alma a Dios” […]. “Su cuerpo se conserva aún incorrupto; enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial labrada, en mármol”.

En este cuento ocurre un “milagro” donde el alma del santo monje hace sonar el instrumento.

Las leyendas de Bécquer publicadas entre 1858-1865 tienen un carácter posromántico e íntimo. La belleza de su lirismo empezó a reconocerse con el triunfo del Modernismo, movimiento finisecular encabezado por Darío.

El maese Pérez era un anciano de 76 años ciego de nacimiento. Todo el pueblo sevillano le quería por ser muy bondadoso y también porque tocaba el órgano como nadie más lo hacía. Tenía una hija, y lo único que poseía era un órgano viejo.

Todos los años, en el día de Nochebuena, durante la Misa del Gallo, en el preciso instante que el arzobispo elevaba la Sagrada Forma, el organista maese Pérez hacía vibrar sus notas musicales pareciendo cascadas diamantinas de cantos angelicales.

Ese año, sin embargo, el arzobispo llegó puntual como siempre, pero cuando se acercaba el momento preciso de hacer sonar el órgano, reinó un silencio sepulcral. El maese no se encontraba. Alguien corrió la alarma que estaba enfermo. Presentose en el acto un voluntario, proveniente de la iglesia de San Bartolomé, a quien el pueblo no quería por envidioso. De pronto, entre la algarabía de la gente conglomerada en el atrio, apareciose el maese Pérez llevado en andas por los feligreses.

Maese Pérez tuvo el presentimiento que esta sería su última visita, decidiendo así enfermo, de llegar.

Ya frente al órgano, las brillantes notas comenzaron, haciendo saltar muchas lágrimas de emoción. De pronto sonó una nota discordante, seguida del silencio.  El anciano acababa de fallecer sobre el teclado.

Al año siguiente, en lugar del maese Pérez le correspondería al mismo organista de San Bartolomé. Todos esperaron disgustados el momento de las doce campanadas para boicotearlo. Sin embargo, el sonido que salió del instrumento fue tal como si fuese el mismo maese Pérez, cosa que pareció muy extraña y misteriosa, “aquí hay busilis” entonces dijeron.

Transcurrió otro año más. El arzobispo decidió que fuera la hija del maese Pérez quien lo hiciese. Llegado el día de la Misa del Gallo, estando la hija lista frente al instrumento, súbitamente el órgano comenzó a sonar, como si fuera su mismísimo padre. “Aquí hay busilis;” dijeron nuevamente, “y el busilis era, en efecto, el alma de maese Pérez”.

Busilis que continuó sucediendo por muchos años más, hasta que el órgano ya viejo, dejó de funcionar.

En esta narración impera, la voz del narrador junto al habla coloquial de las mujeres del pueblo sevillano. En el relato dariano escuchamos la voz del narrador, sorprendiéndonos la mula, que “con clara voz de hombre mortal” sobresale entre los ecos de la naturaleza, mezclándose al murmullo de las oraciones del humilde monje.

Relatos similares que acaecen durante la víspera de Nochebuena participando las almas de los dos organistas. Hechos misteriosos de final fantástico.

La autora es Máster en literatura española.

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