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Axel Palacios salió de Nicaragua en muletas y llegó en silla de ruedas a Estados Unidos. La represión orteguista lo dejó lisiado de un pie. CORTESÍA

La difícil travesía del adolescente que llegó herido y en silla de ruedas a Estados Unidos

Hace cuatro años, la represión orteguista le arrebató a su mejor amigo frente a sus ojos. Le robó la casa a su familia, lo dejó lisiado de un pie y lo obligó a migrar a Estados Unidos. Salió en muletas de Nicaragua y llegó en silla de ruedas. Esta es su historia

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Es una tarde calurosa de agosto de 2018. Las axilas le arden. Las lleva casi en carne en viva. La fiebre lo agobia. O tal vez es la sensación del calor. Ya ni sabe. Nada le incomoda más que la herida de bala que lleva en el pie, a la altura de la tibia.

Axel Palacios en ese momento tiene 14 años y va atravesando México junto a su hermana menor y sus padres en una caravana de migrantes rumbo a Estados Unidos. Salió de Diriamba hace una semana. El plan era ir a Costa Rica, pero cuando se acercaban a Rivas, a la familia le avisaron que había retenes del Ejército de Nicaragua, así que decidieron dar la vuelta.

Quedarse en Nicaragua ya no era una opción, así que se fueron hacia el norte. El nuevo destino sería Estados Unidos.

Esta familia diriambina dejó su casa después de la Operación Limpieza en ese municipio, el 8 de julio de 2018. Para aquellos días fue que hirieron a Palacios, le mataron a su mejor amigo, golpearon a su madre y sus hermanas, y los obligaron a esconderse en una quebrada para después desplazarse a Managua.

La jueza Carolina Urbina Medrano, del Distrito Penal de Audiencias de Diriamba, giró orden de captura en contra de Palacios por los delitos de “terrorismo, golpe de Estado, tortura en perjuicio del Estado, vandalismo y narcotráfico”, según se lee en el documento que dejó la Policía en uno de los allanamientos que hicieron en su casa. Por eso es que la familia decidió migrar.

Lograron llegar a Estados Unidos casi tres meses después y ahora Palacios está cerca de terminar su secundaria. Ya tiene 18 años y aspira a entrar a la Marina de ese país para formarse como Policía, enfermero o mecánico de aviones.

Axel Palacios junto a su familia durante su travesía hacia Estados Unidos. CORTESIA

Tuvo que dejar la escuela

En el colegio La Salle de Diriamba, Axel conoció a Josué Mojica. Era cuatro años mayor que él, pero eso no les impedía que se llevaran muy bien. Estuvieron juntos en la banda de guerra del colegio, fueron parte de la barra del cacique Diriangén, el equipo de futbol de Diriamba. Deporte que, por cierto, también jugaban juntos, o si no, iban a bañarse a las costas de La Boquita en las tardes calurosas de verano.

Antes del estallido de las protestas en abril de 2018, la familia de Axel atravesaba una situación económica difícil y lo que ganaban sus padres no les daba para vivir, de manera que Axel decidió estudiar los sábados su secundaria y los días de semana consiguió trabajo en una panadería. Con eso ayudaba a su familia y también estaba ahorrando para cuando fuera a entrar a la universidad.

Cuando estallaron las protestas, Axel se involucró y con su amigo Josué se iba a los tranques, principalmente al que se ubicaba en Las Palmeras, en la entrada a Diriamba. Su padre también se dispuso a defender los tranques y su madre, que empezó cuidándolo a él, terminó también siendo parte de los que atendían heridos y ayudaban a los muchachos cuando llegaban los paramilitares a atacarlos.

Axel Palacios vio morir a su mejor amigo que recibió un disparo en el abdomen en 2018 por parte de paramilitares. CORTESIA

Mientras estuvieron las protestas, Axel no dejó de ir a clases los sábados, hasta que una vez, uno de sus compañeros lo amenazó.

-Vas a ver vos chavalo. Te voy a pegar un balazo – le dijo el hombre.

Se trataba de un paramilitar que estudiaba con él en ese colegio.

No fue el único que lo amenazó, cuenta el joven. Otros paramilitares que también estudiaban ahí le dijeron que no querían verlo protestando o que se atuviera a las consecuencias. Él lo platicó con su mamá y tuvo que dejar de ir al colegio.

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El empujón de Josué

El 8 de julio de 2018, a las cinco de la mañana, la familia de Axel estaba durmiendo en la casa cuando el padre de Axel recibió una llamada.

-Están atacando – le dijeron

Él ya sabía que tenía que ir ayudar. Los disparos de los paramilitares que entraron a la ciudad esa mañana para ejecutar la Operación Limpieza, terminaron por despertar a Axel y a sus hermanas. Sus padres se fueron a ayudar a los tranques, y les dijeron a sus hijos que se quedaran en la casa.

“Yo me les escapé a mis hermanas y me le fui a mi mamá”, cuenta Axel, quien se encontró minutos después a unas cuadras con Josué y un grupo de unos 30 jóvenes. Estaban por decidir qué hacían para tratar de defender su ciudad cuando escucharon una ráfaga de paramilitares.

El grupo se dividió en dos y todos corrieron para resguardar su vida. Llegaron hasta el tranque de La Libertad, en la salida hacia Jinotepe, pero ahí quedaron acorralados. Uno a uno los jóvenes fueron saliendo de la barricada y refugiándose en las cuadras vecinas, y los últimos dos en quedar en el tranque fueron Axel y Josué.

Tanto Axel como sus padres se involucraron en los tranques. Esta foto se la tomaron en 2018 para denunciar que su casa había sido tomada por paramilitares. CORTESIA

Axel cuenta que ellos tenían solamente chibolas, una hulera y piedras para contrarrestar las balas de paramilitares. En un momento, les dejaron de disparar y Axel aprovechó para ponerse de pie y tirarles una chibola con su hulera.

Estaba perfilado. Con la boca abierta y el ojo izquierdo cerrado. Haciendo resistencia con la mano izquierda mientras estiraba la hulera y apuntaba con la mano derecha. Estaba a punto de soltar la chibola, pero no se percató que un paramilitar ya le estaba apuntando desde una esquina.

El paramilitar disparó y casi al mismo tiempo, Josué alcanzó a empujar a Axel quien cayó al suelo y Josué le cayó encima. Cuando quisieron levantarse, se percataron que los dos estaban empapados de sangre.

Los dos se tocaban el cuerpo. Los brazos. Piernas. Pecho. Abdomen. El abdomen. Ahí le pegó la bala a Josué, esa que Axel, cuatro años más tarde mientras cuenta los hechos, estaba seguro que era para él.

Josué se acostó en el suelo al lado de Axel. Quería decirle algo

-Ma… Ma…

-No hablés, no hablés – le decía Axel

No supo qué le quería decir su amigo en esas que serían sus últimas palabras. “Se estaba ahogando con su misma sangre”, recuerda el joven. Axel estaba desesperado. Pedía ayuda en medio del llanto.

El padre de Axel lo vio desde lejos y se fue con otro señor a ayudarle a los jóvenes a salir de ahí, pues los paramilitares ya estaban bastante cerca. Tomaron a Axel de los brazos para que se levantara, pero él no quería.

-Llevate a Josué. Dejáme a mí – pedía Axel

Trataron de ayudarle a Josué a levantarse, pero no se pudo. Todavía es difícil para Axel tratar de explicar ese momento. “Él ya estaba. Estaba… ¿Cómo te digo? Ya estaba muerto pues. En las últimas”.

Tuvieron que dejar a Josué y se fueron a resguardar a otra barricada mientras los paramilitares avanzaban hacia el lugar donde estaban ellos. Mientras quería correr, Axel se caía. Sentía que no podía poner el pie derecho. Estaba como adormecido.

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Como estaba totalmente bañado de la sangre de Josué, no había visto que él también tenía un disparo en la tibia y tampoco sintió en qué momento lo impactaron. Su padre cargó al joven hasta la barricada y ahí se quitó la camisa y se la puso a su hijo en la herida para tratar de reducir el sangrado.

Axel no podía dejar de ver atrás. En la barricada, a través de una rendija entre los adoquines mal acomodados, vio como los paramilitares ya habían llegado a donde estaba el cuerpo tendido de Josué. Lo hincaban con el arma para ver si seguía con vida, y como último recurso, hasta saltaron sobre su cuerpo, recuerda Axel.

El paramilitar que saltó sobre Josué se quitó la capucha y se limpió el sudor que tenía con un pañuelo. Axel vio su cara. Una que jamás va a olvidar porque dice que conoce a esa persona. Es de la Juventud Sandinista de Diriamba, pero se reserva su nombre por temor a represalias con sus familiares que siguen en Nicaragua

El dolor más horrible

Axel y su padre junto a otros pobladores diriambinos que estaban en los tranques tuvieron que huir por montes y veredas. Eran cerca de las once de la mañana de ese 8 de julio. El grupo de Axel se tuvo que ir a esconder a una quebrada y permanecieron ahí por diez días.

En esa quebrada, llegó su mamá también a refugiarse y cuando lo vio con el disparo y bañado de sangre, ella rompió en llanto.

Unos estudiantes de medicina que estaban en el lugar le dijeron que era necesario sacarle la bala y curar la herida, así que tuvieron que improvisar con las pinzas de un cortaúñas y sin anestesia. Axel pegaba gritos. Dice que es el dolor más horrible que ha sentido en su vida. “Es un dolor caballo. Ardor y dolor al mismo tiempo”, describe.

Axel recibió un balazo en la zona baja de la pierna derecha y casi pierde el pie. Estuvo varios meses en terapia para poder caminar nuevamente. CORTESIA

Una vez que le sacaron los residuos de la bala. Le vendaron la herida y pasó varios días con fiebre. El grupo aguantó frío por las noches y el calor asfixiante durante el día. La pierna se le comenzó a infectar y comían de vez en cuando porque un señor llegaba a dejarles comida rápido y se iba.

Su madre, había tenido que salirse de la quebrada la tarde del mismo 8 de julio porque las otras dos hijas de la familia estaban solas. En esos diez días, los paramilitares y la Policía llegaron a allanarlos tres veces.

Preguntaban dónde estaba el “Flaco”, que es a como le decían a Axel. La segunda vez que llegaron, fue en persona el jefe policial de Carazo, Pedro Argueta, y le preguntó a la señora que donde estaban su hijo y su esposo.

-Sabemos que su hijo está herido. Solo queremos darle atención médica.

-Es que yo no tengo hijos varones. Solo mujeres – respondió la madre de Axel para despistar a los policías.

Llegaron una tercera vez y “la golpearon y le hicieron cosas feas” a la madre de Axel, cuenta el joven. A sus hermanas las arrodillaron en el piso, las apuntaron con las armas “y las hicieron ver todo lo que le estaban haciendo a mi mamá”. En ese entonces, sus hermanas tenían 11 y 17 años. Su madre tenía 39.

Esta es la orden de captura que dejaron policías en la casa de la familia durante uno de los allanamientos. CORTESIA

En muletas

Varios familiares de los que estaban escondidos en Diriamba fueron a Managua a buscar ayuda a las organizaciones defensoras de derechos humanos, hasta que los llegaron a sacar en un microbús y se los llevaron a la capital en donde estuvieron alojados un tiempo en casas de seguridad.

La familia de Axel no regresó a Diriamba. Su casa fue tomada por paramilitares y la convirtieron en un cuartel temporal. Después la desocuparon, pero se la entregaron a una reconocida familia sandinista de la ciudad, señala Axel.

Mientras estuvo en Managua, Axel no quiso que lo llevaran a un hospital por temor a represalias. Un médico privado pudo revisarle la herida y le dijo que no había nada que hacer. Debían amputarle el pie, pero él se negó. No era fácil perder un pie a los 14 años. A ninguna edad.

Con la orden de captura en contra de Axel y su casa ocupada en Diriamba, la familia decidió partir al exilio. La hija mayor decidió quedarse porque quería terminar su carrera universitaria.

Consiguieron unas muletas para que Axel pudiera moverse y con lo poco que tenían emprendieron el viaje. Como no pudieron llegar a Costa Rica, se fueron a Estados Unidos. Cruzaron Honduras y Guatemala en bus, pero tenían que entrar a México de manera irregular. Ahí empezaron la travesía a pie.

Ya casi no tenían dinero y en Chiapas, al sur de México, les recomendaron que esperaran una caravana de migrantes que se dirigía a Estados Unidos, así podían avanzar acompañados. La familia decidió esperar unos días la caravana que estaba integrada principalmente por hondureños y salvadoreños.

Cuando la caravana los alcanzó, ellos se sumaron. Eran los únicos nicaragüenses en el grupo de unas 150 personas. Ahí iba la familia diriambina, huyendo de la represión orteguista y tratando de sortear a los grupos delincuenciales.

Axel y su familia dormían en bancas, parques o en pequeñas tiendas improvisadas junto a los otros migrantes de la caravana. CORTESIA

“Ahí vimos como secuestraban niños”, recuerda Axel, por lo cual la familia se amarró las manos entre ellos con un viejo mecate para evitar que les pasara algo. Iban descansando en pueblos donde las personas les daban comida, dormían en bancas o en las aceras a la merced del frío y los delincuentes de la zona.

Llegaron caminando hasta Tonalá, en el Estado de Jalisco. El gobernador del lugar supo de la historia de Axel y al verlo caminando con las muletas y sus axilas lastimadas, le regaló una silla de ruedas para que pudiera continuar el viaje. “Yo todavía le sigo agradeciendo mucho”, dice el joven.

En un momento se separaron de la caravana y se fueron por Matamoros hasta que llegaron a entregarse a las autoridades estadounidense en el puesto fronterizo.“Les dijimos a los oficiales que veníamos huyendo del régimen de Ortega y que queríamos pedir asilo político”.

Había una lista de espera y se encontraron con cubanos, haitianos, venezolanos y personas que llevaban meses en la frontera esperando que los dejaran pasar, pero a ellos los dejaron entrar sin mayor problema después de explicarle su situación a los agentes de migración estadounidenses.

Estuvieron un día en un centro de detención en donde los interrogaron y posteriormente les permitieron quedarse en Estados Unidos mientras hacen su proceso de asilo. A Axel lo llevaron a una clínica para que se revisara el pie. Lo tenía muy infectado, y él se hizo a la idea de que lo iba a perder a como le habían dicho en Managua, pero en la consulta le dijeron que todavía podía recuperarlo.

Con tratamiento se curó de la infección y terminó de sanar la herida. La bala no hizo mucho daño en el hueso, por lo que con terapia pudo volver a caminar. Actualmente solo cojea y siente dolores cuando hace frío.

Otro mal de salud llegó a su vida en un día común de 2019, en la escuela. Axel empezó a sentirse mal. Estaba platicando con sus compañeros y se desvaneció. Lo llevaron a la enfermería, y tuvieron que llamar al 911.

Después de varios estudios médicos, le dijeron que padecía de diabetes tipo 1 y que necesitaba inyectarse insulina entre 4 y 5 veces al día. Se tiene que inyectar de por vida. Si se le pasa una dosis, puede desvanecerse y hasta darle un infarto, le advirtieron.

Tratando de averiguar el origen de la diabetes, le preguntaron que si había sufrido de estrés o de alguna emoción fuerte y su madre le contó al médico todo lo que habían vivido en Nicaragua y el especialista concluyó que era posible que desarrollara la enfermedad a partir de esa experiencia.

Axel tiene 18 años y padece de diabetes tipo 1. Se inyecta insulina cuatro veces al día y hay ocasiones en que necesita una quinta dosis. CORTESIA

Su padre trabaja casi que de sol a sol, y su madre tiene dos trabajos. Axel y su hermana menor están dedicados a los estudios y la hermana mayor que se había quedado en Nicaragua para terminar su carrera, finalmente tuvo que irse a Estados Unidos en 2020, después de que fuera detenida por la policía durante 24 horas y le preguntaran por su hermano y su padre, además de otros jóvenes que estuvieron en los tranques en Diriamba.

Ha consultado con personas que reclutan a jóvenes para la Marina sobre su deseo de entrar a esa institución y le han dicho que sí es posible que entre a pesar de sus limitaciones físicas y puede aprender mecánica de aviones o enfermería.

Mucho tiempo después Axel pudo hablar con la mamá de Josué por teléfono. “Fue difícil para los dos. Lloré mucho con ella. Le conté todo lo que había pasado”, comenta el joven, quien dice tener un altar de su amigo con velas en la sala de la casa y cada 8 de julio lo recuerda como su héroe, quien dio su vida para que él ahora cuente la historia.

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