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Los espíritus de los pueblos

Dice Juan Eslava Galán en su Historia del mundo contada para escépticos que los regentes son los descendientes de los músculos de los defensores de los primeros agricultores y ganaderos, aquellos pioneros en las nuevas formas de vivir que aún tenían que lidiar con los ataques de los nómadas. En aquel momento se intercambiaba poder por seguridad, igual que ocurre hoy en día. Aquellos individuos saltaron fuera del estanque del trabajo rutinario y, alegando la gracia divina o mostrando fehacientemente su fortaleza, se “ganaron” el derecho a dirigir a sus semejantes.

Con precisión quirúrgica apunta como ejemplo el linaje del principado de Mónaco. Historia curiosa e ilustrativa de cómo la fuerza es uno de los componentes más importantes para la alteración de lo que el nacionalismo romántico alemán llamaba el Volksgeist, el espíritu del pueblo. La fuerza logra acabar con los disidentes de manera pasiva y congregar a las masas bajo una idea de unidad. Así pasó en la Prusia de Bismarck, en la Italia de Garibaldi o en la Escocia de Wallace. La unidad de inmutable tiene poco y se desdibuja con el tiempo. Lo sólido de los objetivos nacionales se convierte en arena con el paso de los infortunios y el alma de la sociedad se ve exorcizada por el peso de la comodidad. El Volksgeist ya no existe, se esfumó, se desvaneció, se quedó enterrado en las décadas que ya pasaron.

Aún hoy las sociedades siguen teniendo que ocuparse de resistir los embates de nómadas e imperios ajenos a sus fronteras. Solo tenemos que ver las luchas territoriales activas y pasivas que están ocurriendo en el globo. Millones dejan su sangre por un palmo de tierra que cimenta su valor sobre los cuerpos putrefactos de las víctimas y los victimarios de temerarias ofensivas. Ahí reside la verdadera ánima de las sociedades, la seguridad de los que viven dentro de las murallas imaginarias alzadas en los límites fronterizos, las uniones heterogéneas de los que habitan dentro de los castillos flotantes de las comunidades contemporáneas. Pero cada historia tiene dos versiones y cada muerto tiene dos padres. Cada munición su doble y cada discurso potencia los millones que lo completan.

Son los que dejaron su vida en defensa de lo que los mandamases comandaron los que sufren los ataques de máquinas creadas para sumar más pasajeros que crucen junto a Caronte las aguas del Estigia, los que vean reflejadas en sus pupilas las explosiones de ira y furia y los que se insensibilizan ante las tragedias diarias, marcadas por el rápido crecimiento de la información. Víctimas de un sistema que parece estar a punto de colapsar e implosionar bajo sus falacias. Pero no son los victimarios aquellos que aprietan el gatillo; los victimarios son los que, con lágrimas de mártir, se visten con las pieles de los verdugos para afianzarse en el poder y marcar de por vida la vida de los demás; lo son los que con garganta de oro llaman a los hijos del pueblo a hacer rodar las cabezas de los pueblos afligidos por la debilidad. Esos son los victimarios.

De ahí nacerá el nuevo Volksgeist, un nuevo espíritu del pueblo, modernizado y actualizado, una nueva visión de hacer patria. Lejos de los gritos bélicos de estrategias desfasadas, una visión de construcción que marcará los futuros lustros, alejándose cada vez más de las marcas de falaces oradores que forjan uniones ficticias y luego escapan de las repercusiones a países aliados para seguir llamando a las masas a romper las uniones de lo que una vez fue una nación, demostrando vez tras vez su desconocimiento de lo que es una unión común nacional. [FIRMAS PRESS]

El autor es escritor panameño

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