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Meditaciones

Era su diario personal, donde detallaba cada pensamiento que tenía, cada situación que le incomodaba; era el lugar donde plasmaba sus inquietudes, miedos e ideas. Lo apuntaba con conciencia, lo veía y entendía el porqué de lo que le ocurría. Era cauteloso en cómo se expresaba, no quería manchar estas reflexiones con el germen de un esporádico sentimiento. Una semilla maldita que arruina la eudaimonia y la virtud, la rectitud y la gracia. Marco Aurelio, emperador romano, conocía que la labor del hombre es perfeccionarse, buscar la felicidad y vivir con vistas a la excelencia. El estoicismo parece hacer que la vida, ahora emperifollada con el plástico barato de los séquitos virtuales y de las modas efímeras, recobre sentido.

Marco Aurelio vivió en el marco de la abundancia y la riqueza desmesurada, donde los vicios y las tentaciones esperan cuartear el camino del hombre recto; vivió doce años de guerra en los que tuvo que ser el farol de un imperio que sobrevivía solo con una gota de sangre; sufrió una pandemia, al igual que los que nos encontramos en los segundos del ahora, perdió a ocho hijos; pasó por la difícil senda del que lidera un Estado y mantuvo sus doctrinas inalterables, supo mantener la compostura. Practicó el prosoche, la atención atenta de las emociones y pensamientos, para escudarse de las limitaciones que vienen cuando los ciegos impulsos toman el control. Por eso escribía que el hombre nacía para trabajar, para realizar su tarea en el orden natural de las cosas.

Pero este “trabajo” no es el que enfermos de verborrea, charlatanes ciegos por la venda del dinero, escupen refiriéndose a la reducción continua del espíritu libre del hombre. El “trabajo” para Marco Aurelio no es otro que la interminable e incansable búsqueda por la virtud, por la felicidad y por el valor que debe tener una persona cada día de su vida. Porque si existe algo que define a Marco Aurelio y al estoicismo es la vida en el ahora, en el hoy, en el presente. Alejarse de las ansiedades que florecen cuando uno vive envuelto en el manto del mañana es el primer objeto del que deshacerse una vez que se empieza a recorrer el camino del estoico. Epicteto decía: “El hombre no está preocupado tanto por problemas reales como por sus ansiedades imaginadas sobre los problemas reales”.

Es el hoy, el ya, el ahora lo que se debe apreciar. Cada respiración, cada pensamiento, cada reflexión se debe revisar con cautela para así poder tener un fiel contacto con la realidad que nos rodea. Porque, como lo expuso Marco Aurelio, “aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, no obstante recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra de la que pierde. En consecuencia, lo más largo y lo más corto confluyen en un mismo punto. El presente, en efecto, es igual para todos, lo que se pierde es también igual, y lo que separa es, evidentemente, un simple instante. Luego ni el pasado ni el futuro se podría perder, porque lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien?

Ten siempre presente, por tanto, esas dos cosas: “Una, que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y describe los mismos círculos, y nada importa que se contemple lo mismo durante cien años, doscientos o un tiempo indefinido; la otra, que el que ha vivido más tiempo y el que morirá prematuramente, sufren idéntica pérdida. Porque solo se nos puede privar del presente, puesto que este solo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder”. [FIRMAS PRESS]

El autor es escritor panameño.

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