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Los nuevos muros de los lamentos

En LA PRENSA del lunes 26 de septiembre se informó que la delegación de la Unión Europea (UE) en las Naciones Unidas había exhortado ese mismo día al régimen de Nicaragua a “devolver la soberanía al pueblo y restaurar la democracia genuina”. Y además demandó la libertad inmediata de los presos políticos.

     Sobre la situación de Nicaragua el Parlamento Europeo ha aprobado siete resoluciones, la más reciente el miércoles 14 de septiembre. Además, el órgano ejecutivo de la Unión Europea ha impuesto sanciones a altos personeros y algunas instituciones del régimen nicaragüense. Lo mismo que a título particular han hecho los gobiernos del Reino Unido, Estados Unidos (EE. UU.) y Canadá.

     Por otra parte, se sabe que la Asamblea General de la OEA se reunirá del 5 al 7 de octubre entrante en Lima, Perú, y que aprobará una nueva resolución sobre Nicaragua. Sería la cuarta, más las seis aprobadas por el Consejo Permanente de la misma OEA.

     Pero ninguna resolución ni sanción internacional ha cambiado en nada la situación de Nicaragua. Más bien la han empeorado, en particular las sanciones, pues cada vez que se aprueban el régimen reacciona más negativamente. Inclusive con represalias diplomáticas, como la expulsión ayer de la embajadora de la Unión Europea, y antes, el 6 de marzo del presente año, del nuncio o representante de la Santa Sede y del papa Francisco, monseñor Waldemar Stanislaw Sommertag.

     Es que las resoluciones y sanciones internacionales no tienen eficacia jurídica, solo significación política y mediática. De allí que un eminente experto en relaciones exteriores, cuyo nombre no estamos autorizados a mencionar, asegura que los acuerdos y resoluciones sobre Nicaragua, de la OEA, la Unión Europea y la ONU, solo sirven para ponerlos en un muro de las lamentaciones.

     Se refiere a que las resoluciones que dictan esos organismos son como las peticiones e intenciones de los judíos creyentes ante el Muro de los Lamentos de Jerusalén.

     El Muro de los Lamentos (o de las Lamentaciones, Kotel en idioma hebreo), es un resto del segundo Templo de Jerusalén destruido por los romanos en el año 70 de nuestra era. Tiene una extensión de 60 metros en el barrio judío y 428 en la parte árabe musulmana de la histórica ciudad.

     Se dice que los romanos dejaron en pie ese segmento del antiguo templo, para que los judíos no olvidaran nunca que fueron vencidos por el gran imperio de Roma. Pero según los judíos, ese trozo del muro quedó por la promesa de Dios de que siempre habría por lo menos una parte del templo sagrado, como símbolo de su alianza eterna con el pueblo israelita.

     Desde entonces los judíos van a ese lugar a orar y lamentarse por la pérdida del templo y la dispersión de su pueblo, y suelen introducir en los recovecos del muro papeles con peticiones a Dios. Si hay respuestas solo lo saben quienes las han depositado.

     Por eso el experto internacionalista dice que las resoluciones sobre Nicaragua de los organismos internacionales son como mensajes puestos o colgados en un muro de las lamentaciones.

     Sin embargo, peor sería que el mundo se olvidara de Nicaragua.

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