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El carisma vicentino

Hace 405 años se manifestó la Gracia de Dios en una familia humilde campesina, al nacer en el año 1581 Vicente de Paul. Fue el tercero de seis hermanos, su padre se percata de una sobresaliente inteligencia sobre sus hermanos, por lo que a los doce años de edad lo envió a estudiar a un convento de franciscanos, a la ciudad de Dax.

“El carisma es un don, una gracia, una bendición  que Dios otorga a una persona o a un grupo de personas para beneficio de la Iglesia y de los necesitados”. Tenemos el carisma vicentino que es un carisma misionero: “Quien dice ser un misionero dice ser un hombre llamado por Dios para salvar a las almas; porque nuestro fin es trabajar por su salvación a imitación de nuestro Señor Jesucristo que es el único y verdadero Redentor”. Por eso, Vicente de Paúl, junto con Luisa de Marillac, fundaron la pequeña Compañía de las Hijas de la Caridad, con la única finalidad de aliviar el dolor y el sufrimiento de tantos pobres, que no cuentan para la sociedad.

 No podemos hablar del carisma vicentino, sin mencionar la espiritualidad que nace de la experiencia vicentina de Jesús. Tanto el carisma como la espiritualidad es la experiencia de haber encontrado a Jesús en el servicio a los pobres y enfermos.

El carisma, se extiende por el mundo, porque el don de Dios está presente en donde exista gente pobre y sufriente que necesite ayuda, es el carisma vicentino que se hace presente a través de diferentes organizaciones agrupadas en la familia vicentina.

La espiritualidad vicentina no trata de escribir citas del santo fundador, ni de copiar oraciones, virtudes, obras, ni actos de piedad. Se trata del seguimiento de Jesús entre los más pobres y excluidos. La espiritualidad vicentina nos permite vivir el carisma vicentino: Dios nos lleva al mundo: Dios, no nos salva desde arriba ni desde afuera, sino desde la humanidad. La espiritualidad vicentina es un compromiso con el mundo. Los problemas del mundo son nuestros problemas. Los sufrimientos y las debilidades de nuestros hermanos no son ajenos a nosotros. Quizás no tengamos todas las respuestas a todos los problemas. Sin embargo, nos ponemos de pie, hombro a hombro, con los demás peregrinos para la realidad del mundo actual.

La evangelización comienza, no con palabras piadosas y frases bíblicas, sino como una respuesta a las malas noticias que la gente sufre. Vicente de Paul, fue un hombre, que antes de encontrar el buen camino, era pecador, un hombre común y corriente, como nosotros, hasta que fue tocado por la gracia de Dios y su nueva forma de vida sirvió para que Luisa de Marillac, se santificara al igual que otros hombres y mujeres vicentinos. Como dice el evangelio: “Por sus frutos le conoceréis” Lc 6, 43.

El mes de septiembre se denomina mes vicentino porque san Vicente de Paúl murió el 27 de septiembre de 1660 en País, Francia. Los miembros de la familia vicentina a través de todo el mundo, celebramos juntos la fiesta de aquel que nos enseñó a organizar la caridad y descubrir que los más empobrecidos deben ser nuestros verdaderos amos, maestros y señores… y desde lo expresado en 1 Cor. 11, 17 – 26, 33 hacer de la fuerza del Evangelio y la Eucaristía una verdadera experiencia de liberación y construcción del reinado de Dios.

 Preparémonos para celebrar la fiesta con actos concretos de servicio corporal y espiritual a nuestro Señor Jesucristo, respondiendo a los clamores fundamentales de los más empobrecidos en nuestra realidad, quienes patentizan la presencia de Cristo, y este crucificado, como la mayor gloria de Dios.

El autor es integrante de Sociedad San Vicente de Paúl.

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