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La iluminación de Buda o las bondades del eucalipto

La filosofía oriental, impregnada por las miles de culturas que conviven en discordancia en el vasto continente asiático, se rige por una serie de paradigmas monolíticos sobre los que se han construido todas las leyes, imperios y vidas que se encapsulan en los límites de la lejanía del Éufrates y los Urales.

El budismo, esta vetusta rama del hinduismo que ha plagado la escena mediática occidental; entre verdaderos iluminados y lamentables intentos de oradores motivacionales, se ha colado en las cabezas de los pensadores más sólidos en esta orilla del Bósforo. Y es que la mezcla de ideas que creó la ruta de la seda y la imparable expansión de Europa a todos los confines del mundo ha hecho que la sociedad quede desensibilizada a las maravillas nacidas del consciente humano. Porque eso es Dhammacakkappavattana Sutra, el registro de la primera enseñanza del Buda Gautama tras llegar a la iluminación. En este discurso acerca de la puesta en movimiento de la rueda del Dharma se presentan las cuatro nobles verdades. Cuatro principios sobre los que se fundaron las escuelas budistas y ramas de las mismas.

Las cuatro nobles verdades son reflexiones que el Buda Gautama tuvo acerca del infinito ciclo de vida y muerte. La primera de estas máximas es que vivimos rodeados de sufrimiento, mortificaciones y pesar, el nacimiento, la muerte, la enfermedad, el no conseguir lo que se desea, alejarse de lo que uno quiere, apegarse a lo indeseable es sufrimiento. La vida no es perfecta y se debe entender esto para poder trabajar en ello.

El origen de este sufrimiento aparece de la incesante búsqueda del deseo, de la pasión y del placer porque estos nacen del “yo” y el “yo” no es más que un espejismo, una ilusión, de la propia mente. El sufrimiento solo cesa cuando nos despegamos de estos deseos y entendemos que este sufrimiento es tanto parte de la vida como de nosotros mismos. Una vez interiorizado y comprendido todo esto se puede buscar un “punto medio”, evitando las satisfacciones y los sufrimientos en exceso, viviendo en el presente de manera consciente y con una conducta ética.

Los koalas son marsupiales endémicos de las regiones costeras de Australia. Su alimentación se basa de manera exclusiva en la hoja del eucalipto, tan baja en nutrientes que los obliga a dormir un promedio de 23 horas al día. Sumado a esta dieta, los koalas tienen la masa encefálica lisa, haciendo que sus habilidades cognitivas sean casi inexistentes. En consecuencia, y para poner un ejemplo de los problemas que derivan gracias a su escasa materia gris, es que estos animales no reconocen las hojas del eucalipto si se les presentan fuera de la rama del árbol. Los koalas son simples, cubren de manera llana las necesidades más básicas de su ser; sin duda la vida diaria, la manera de hacer las cosas de los koalas no tiene ningún punto de comparación con una de las doctrinas filosóficas más importantes e innovadoras de la historia de la humanidad, ¿verdad?

El koala, por simplón y mediocre que parezca, tiene cierta nobleza en la vida austera y plena que lleva. Porque no es como el oso que se gasta los meses encerrado en la gula y el placer, ni como el arrogante león que reina sobre la sabana africana espantando moscas, ni como el colorido pájaro que busca la atención de los que le rodean con su plumaje y con su canto. El koala vive encerrado en su meditación con aroma a bálsamo, no busca más de lo que tiene, ni quiere más de lo que puede, vive entendiendo que todo lo que le rodea es parte de él y es feliz con eso.

Las enseñanzas de lo natural, el vernos reflejados en aquello que pensamos que es más simple, puede ayudarnos a aliviar el pesado camino de la vida y la dolorosa realidad de la muerte. Porque a veces se necesita ser algo koala para superar las dificultades, el pesar y el sufrimiento. [FIRMAS PRESS]

El autor es escritor panameño.

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