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La corrupción y el Estado de derecho

Decían nuestros antepasados, que la principal misión que traemos los seres humanos al venir a este mundo es dejarlo mejor que como lo encontramos. Fiel a este pensamiento, la historia nos dice que en la antigua Roma el emperador Augusto, poco antes de morir expresó: “He encontrado una ciudad de ladrillos y la dejo de mármol”.

Es francamente una tragedia que la dictadura de los Ortega-Murillo, por su inveterada costumbre de actuar en función del “vamos con todo” y por apegarse a un marxismo-leninismo trasnochado, en el que ni ellos mismos creen, lo que nos están advirtiendo es que cuando tengan que partir, van a dejarnos un país no de mármol, como decía el emperador, sino completamente en escombros.

Veamos los hechos: desde que asumieron el poder en la década de los 80 y al reasumirlo en el 2007, la dictadura no se ha dado tregua en acabar con la poca institucionalidad que teníamos. Se apoderaron, valiéndose de pactos y componendas con el PLC, de todos los poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral. Lo mismo hicieron con la Contraloría General que convirtieron en un albañal y con el Ejército y la Policía que prostituyeron, convirtiendo a estas dos últimas instituciones en bandas armadas para reprimir al pueblo y no para proteger a la ciudadanía, como lo mandatan nuestra Constitución y nuestras Leyes. En suma: un puro desastre, que nos pone ya casi a la par de los hotentotes y de otras tribus africanas, que al son de los tambores deambulan por sus tierras, huérfanos totalmente de un gobierno que se preocupe por respetar siquiera sus derechos humanos.

Es una verdad incontrovertible lo que expresaba Lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. A esto podríamos agregar que en el caso de las dictaduras, la mayoría de ellas no solo son corruptas sino también corruptoras. Llegan al poder con una mano adelante y la otra atrás, como dice nuestro pueblo, y de la noche a la mañana aparecen como jeques petroleros haciendo ostentación de grandes fortunas, que todo mundo sabe son mal habidas, porque proceden del erario o de la ayuda externa que otras naciones con mayores recursos, como Venezuela, nos otorgan para nuestro desarrollo y para auxilio de los más necesitados.

Es obvio que estos déspotas corruptos no actúan solos, para eso cuentan con la complicidad vergonzosa de sus secuaces, como la Contraloría en el caso de Nicaragua, que cada vez que les preguntan en que se han invertido los 4 mil millones de dólares, que en tiempos de bonanza entraron de Venezuela, lo que hacen es tender la mirada hacia otro lado. Es esta una de las razones por las que mientras la corruptela de los Ortega-Murillo siga usurpando el poder en Nicaragua, aupada por los partidos igualmente corruptos del FSLN y del PLC, a menos que se les presione lo suficiente, jamás podremos los nicaragüenses volver a tener libertad y menos elecciones libres, pues temen que gane, como en efecto ganaría, la unidad de todos los nicaragüenses que deseamos un Estado de Derecho que le ponga punto final a la impunidad y a las atrocidades que cometen.

Frente a este panorama sombrío que vive nuestra amada patria, más el éxodo que llega ya a los 200 mil nicaragüenses en el exilio; más los 205 reos de conciencia que junto con sus familias sufren los desafueros de la cruel dictadura; más el encarcelamiento injusto y arbitrario de nuestro obispo Rolando Álvarez, y demás guías espirituales de nuestra Iglesia católica; frente a todo este cúmulo de desgracias que se ciernen sobre Nicaragua, muchos se estarán preguntando: ¿Será posible que volvamos a salir de la noche oscura, como la llamó en la década de los 80 el ahora consagrado Santo Juan Pablo II?

¡Claro que sí! Por las circunstancias y por los imponderables de la política que me impiden profundizar en este tema, déjenme decirles únicamente que: mientras la gran mayoría de los nicaragüenses nos mantengamos incólumes en el propósito de vivir en un Estado de derecho hay esperanzas y muy fundadas por cierto.

El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

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