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La cautela del papa

“Somos mentirosos hasta con la mentira”. Pablo Antonio Cuadra, El Nicaragüense.

 El 21 de agosto pasado, el papa Francisco se pronunció sobre Nicaragua y decepcionó a la oposición nicaragüense que esperaba de él una firme declaración de condena al impresentable gobierno de los Ortega-Murillo y de clara solidaridad con los sacerdotes perseguidos por el régimen.

La oposición debería moderar sus expectativas y tomar en consideración los tres puntos siguientes.

1. La perspectiva geopolítica papal no es igual a la nuestra. Desde el balcón del Palacio Apostólico del Vaticano –la residencia oficial del papa– se atisba la monumental complejidad de los problemas que afectan a la Iglesia católica alrededor del mundo.

Con las desventajas de su marginalidad, Nicaragua compite en ese panorama ecuménico por la atención de un papa que debe responder a una plétora de desafíos que incluyen: la persecución que sufren los católicos y otros cristianos por parte de grupos yihadistas en las Filipinas, África Occidental y el Cuerno de África; el acoso que sufren los católicos en la India por parte de extremistas hindúes; las conversiones forzadas al Islam y secuestros a mujeres católicas y de otras denominaciones cristianas en Pakistán, entre otras dificultades.

En la agenda del papa también figura su participación en procesos de pacificación en conflictos tan agudos como los de Palestina, Ucrania, Venezuela, Camerún, y Sudán del Sur. Y como si lo anterior no fuera suficiente, el papa también debe atender múltiples casos de corrupción en el manejo de los fondos del Vaticano, las intrigas palaciegas de una Curia ingobernable y los crecientes escándalos de abuso sexual contra menores perpetrados por sacerdotes, obispos y cardenales alrededor del mundo durante décadas.

2. La política de la Iglesia católica es pragmática. El papa escandalizó a la oposición cuando habló de la necesidad de un “diálogo abierto y sincero” para solucionar la crisis nicaragüense. ¿Por qué asustarse? Desde que la Iglesia católica aceptó la protección del emperador Constantino en el siglo IV EC, practica el arte de la política pragmática y calculadora. Danzó con los emperadores romanos y, aún con el inmenso poder que acumuló durante la Edad Media, tuvo que negociar con los reyes de la Europa medieval para mantener su poder. Cuando la filosofía desplazó a la teología durante la era Moderna, la Iglesia inició un nuevo baile, esta vez con el liberalismo secularizante, no sin antes haberlo condenado en un vano intento por detener el curso de la historia. El baile entre la Iglesia y los poderes seculares continúa hasta el día de hoy y no debe sorprender a nadie que Francisco busque acomodos en conflictos como el de Nicaragua.

Así pues, quienes le enrostran a Bergoglio el “ejemplo” de Juan Pablo II, por sus condenas al sandinismo, también deberían recordar que ese mismo papa le ordenó a monseñor Óscar Romero —según testimonio de María López Vigil– “esforzarse por lograr una mejor relación con el gobierno de su país”, un gobierno que asesinó a decenas de miles de salvadoreños durante los 1980, incluyendo seis jesuitas en la UCA de El Salvador, el también jesuita Rutilio Grande, el franciscano Cosme Spessotto, cuatro monjas misioneras y otros religiosos. Ese mismo régimen terminó asesinando a Romero.

3. Nicaragua es un país resbaloso (y mentiroso). El hoy manoseado José Coronel Urtecho decía que Anastasio Somoza Debayle era capaz de mentir diciendo la verdad. De igual forma, los Ortega-Murillo dicen la verdad cuando enumeran los logros de sus programas sociales; pero mienten cuando usan esos programas para disimular su proyecto de construcción de una dictadura familiar.

Por su parte, los opositores al régimen dicen la verdad cuando denuncian el clima de represión que vive el país; pero manosean el lenguaje cuando las pseudo-legales exhibiciones de reos que organiza el gobierno son denunciadas como “sesiones de tortura”, o bien cuando tipifican el conflicto político nicaragüense como persecución religiosa anticatólica, como si no supiéramos que los Ortega-Murillo reprimirían a budistas, musulmanes y rastafaris si estos los criticaran, independientemente de sus creencias.

De igual forma, los voceros de la oposición son veraces cuando denuncian detenciones arbitrarias de seglares y sacerdotes. Pero manosean la lógica y el diccionario cuando anuncian el “secuestro” por parte de la Policía Nacional de los sacerdotes y laicos que fueron desalojados de la Curia Episcopal de Matagalpa y trasladados a Managua, días después de haber denunciado que esas mismas personas habían sido “secuestradas” cuando fueron obligadas a permanecer en el local de donde los “secuestradores” de la Policía Nacional los volvieron a “secuestrar”.

 Esos mismos voceros hablan con la verdad cuando denuncian las duras condiciones en las que sobreviven los presos del régimen, pero mienten cuando anuncian que la vida de uno de esos presos “corre peligro” como resultado de una huelga de hambre de dos meses. Y pierden credibilidad cuando ese preso aparece en televisión sin las secuelas físicas que produce una huelga de hambre de esa duración.

¿No es suficiente señalar el horror que significa sobrevivir aislada en un calabozo de nuestro cruel y violento país para comprender la espantosa situación de los presos políticos del régimen? ¿Es necesario exagerar para demostrar que el fuego quema y que el agua moja? Alguien dijo que “el manoseo de la verdad es el suicidio del embustero”. El nuestro será un suicido colectivo porque nuestra tenue relación con la verdad es cada vez más conocida fuera de Nicaragua. Hasta el tal Almagro de la tal OEA declaró al comienzo de la crisis: “Necesitamos madurez de ambas partes (sandinistas y opositores). Necesitamos que dejen de mentirnos”.

No es difícil suponer que Francisco y sus asesores también duden de lo que decimos cuando nos escuchan comparar la situación de Nicaragua con la de la Alemania nazi; o cuando irreflexiva y automáticamente declaramos inocente a cualquiera que haya sido acusado por el Estado de cualquier delito; o cuando Roma –consciente del acelerado debilitamiento que sufre el capital simbólico de la Iglesia en el mundo de hoy– observa a un obispo nica blandiendo el Santísimo Sacramento como un garrote y, más tarde, temblando como poseído en una misa televisada.

 El pragmático y calculador Vaticano, quemado una y otra vez con la leche de sacerdotes y políticos mentirosos y corruptos, ve la engatusadora cuajada nicaragüense, la sopla… y procura no volverse a quemar.

El autor es profesor de ciencias políticas retirado de Western University de Canadá.

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