14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Analogía sensorial

El otro día, pensando, “analizando para mí” sobre las actitudes, expresiones y en general las características de una determinada persona, de pronto me sorprendí susurrando en voz quedita, ¡insípida! Había asociado sin querer el sentido del gusto con la calificación o impresión que provoca esa persona. Entre sorprendido y curioso, seguí en mis cavilaciones.

         Reflexioné después, que si en esa clasificación sui géneris había surgido la connotación insípida, bien cabría por contraposición el término “gustosa” para una persona con características esencialmente opuestas.

         En una introspección me examiné y me encontré libre de querellas y prejuicios contra la insípida, antes bien había tenido la impresión de una “persona correcta”. Efectivamente se trata de una mujer joven, una muchacha en la tercera década que aspira ser una profesional y trata de cumplir con los requisitos para lograrlo, hasta allí nomás… anémica de sonrisas, despojada de intervenciones personales que traduzcan iniciativa, queda, muy quedita al punto que posee la “cualidad de pasar inadvertida”; físicamente con la apariencia de una mujer más bien menuda y de buen rostro que parece no inmutarse o no advertir lo que pasa. Sí me dije… sin gusto, insípida.

         Entremezclando la ideación con la conceptualización, seguí buceando en mi mente, en mi memoria la caracterización de otras personas y me “topé” con un hombre setentón, de rostro fresco, en cuanto siempre se mira abierto a la vida,  sin pretender adivinar lo que viene… rostro que no deja de iluminarlo con una sonrisa ante un momento agradable o bien tornarlo grave mientras coloca sus dedos en el entrecejo para analizar, reflexionar acerca de tal o cual instante o situación desagradable de la vida, que sale de esos casi ensimismamientos con su habitual rostro fresco e invariablemente con una palabra sensata  y provoca a su alrededor un clima agradable de tranquilidad, esperanza.

         No le he escuchado una maldición, sí le he visto ser solícito en ayudar a quien lo necesita, es “generoso al dar”, amigo de fiestas, amistoso y amigable, generalmente “adelantado” en el saludo; es profesional, pero entre sus amigos se cuentan albañiles y similares, médicos e ingenieros, curanderos, brujos, sacerdotes y pastores, se abraza con alcohólicos y abstemios y con hombres del campo y la ciudad… todos quieren ser sus amigos y cuando quieren saber de él, simplemente preguntan, ¿no has visto a … ? dicen su nombre. Basta eso para confirmar lo empático, único e irrepetible que es en su mundo que le ha tocado vivir.

         ¡Sí! … me digo ahora…”gustosa” esta persona, este hombre comunica sabor a cada acción o evento de vida en que interviene, es un agente idóneo para que los que interactuamos con él podamos darnos cuenta que la vida es gustosa, que hay que saborearla, que al igual que el sentido del gusto, podemos sentir momentos amargos, ácidos, salados, dulces, es más, agridulces; pero lo peor que nos puede pasar es perder el gusto por la vida.

         A lo largo de mi vida he experimentado cada uno de los cuatro sabores fundamentales, lo que solamente confirma que he vivido y me declaro amante de la vida, en sus diferentes modalidades: Provida, como el derecho inalienable a nacer, de todo ser que ha sido engendrado. Vida actual, como la experiencia instante a instante de la existencia que nos ha sido dada. Postvida, como la certeza para quienes creemos en Jesús, de vida eterna, la capacidad de trascender es lo que verdaderamente define a la vida.

         Es casualmente Jesús de Nazareth, el Maestro por antonomasia de la vida, quien nos enseña mediante maravillosas analogías sensoriales particularmente de la sal y la luz, cómo estos elementos pueden dar gusto y luminosidad a los ambientes en los que nos movemos. “La sal es buena; pero si deja  de estar salada,  ¿cómo podrán ustedes hacerla útil otra vez?  Tengan sal en ustedes y vivan en paz unos con otros” (Mr 9,50).

         “Tengan sal en ustedes”… que sencillamente es, sean agentes que dan sabor a la vida de sus semejantes, que preservan de la corrupción y hacen posible la vida en paz de unos con otros.

         El sensorio, lo sensorial es todo aquello que se relaciona con la capacidad que tienen nuestros sentidos de llevar información a nuestro cuerpo, como manifestaciones de vida. Casualmente en el examen clínico anotamos los médicos, “sensorio preservado” para denotar que ese paciente sea cual sea su condición en ese momento, conserva sus respuestas sensoriales como signos de vida, que le permiten comunicación con su entorno.

         De manera que insípida, que no tiene sabor y gustosa que despierta un sabor agradable, son términos que caben en la caracterización de las personas o individuos… esto solo refiriéndonos al sentido del gusto.

         ¿Qué decir de los otros sentidos? Lo dejo a la ideación y conceptualización de cada quien. Por mi parte, continuaré en mis cavilaciones y … ¡veremos!

El autor es médico

Opinión Jesús Nazareno personas Provida archivo
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí