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Los excarcelados políticos Edwin Juarez y Lesther Braudilio Reyes, junto a otros compañeros de lucha, llegan a la frontera Estados Unidos. Foto Cortesía

De la cárcel al doble exilio. Excarcelado político cuenta su travesía en busca de asilo en Estados Unidos

Huyeron de la represión de Daniel Ortega y se refugiaron en Costa Rica, pero hasta allá los alcanzó el fanatismo y los obligó a migrar nuevamente. Luego de una larga y peligrosa travesía buscan hacer realidad el sueño de la libertad

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La mano de un soldado se extendió para ayudarlos a subir la ribera del río y poder pisar tierra firme. “Bienvenidos a Estados Unidos”. Así terminó la travesía de 4,565.7 kilómetros que siete perseguidos políticos del régimen Ortega Murillo realizaron como migrantes irregulares forzados. Durante los 63 días que duró el viaje enfrentaron múltiples obstáculos, pero ninguno frenó su deseo de alcanzar “el sueño americano”, que en su caso más que prosperidad económica es la búsqueda de libertad.

En el grupo iba el excarcelado político Edwin Alberto Juárez Aguirre, de 27 años, apresado en septiembre de 2018 durante la Marcha de las Banderas. Él fue juzgado y condenado a 15 meses de prisión, pero fue liberado en febrero de 2019 junto con otros presos políticos. Desde entonces trató de garantizar el sustento para su hija con la elaboración y comercialización de pulseras.

A él lo acompañó Lesther Braudilio Reyes Pastrán, de 42 años, apresado también en septiembre de 2018 y excarcelado en marzo de 2019 junto con otro grupo de presos políticos. También se unieron sus compañeros de lucha, Aníbal Nicolás Espinoza Maradiaga, de 72 años y retirado del Ejército; Pedro René Montoya (el Monimboseño); Luis Santiago Ordeñana, de 71 y retirado del Ejército; Johnny Alberto Balmaceda, retirado del Ejército y Hugo José Espinoza Tórrez, de 49 años. Los siete salieron de Costa Rica, su primer refugio, el pasado 1 de mayo.

Lea también: Dos exreos políticos de Ortega se entregaron este sábado a Inmigración de EE.UU.

63 días de travesía

A diferencia de otros migrantes, los integrantes de este grupo no tenían para pagar entre cinco mil y siete mil dólares que muchos pagan a los traficantes que les ofrecen llevarlos sin problemas hasta la frontera estadounidense. Ellos con muchas dificultades recogieron dinero para hacer el viaje en autobuses del transporte público y el último tramo en suelo mexicano, entre Monterrey y el río Bravo, les tocó hacerlo a pie.

Luego de una dura travesía llegaron a Estados Unidos el pasado 2 de julio, ese día se entregaron a las autoridades migratorias de ese país y tres días después salieron del centro de detención con la esperanza de empezar una nueva vida en libertad.

Costa Rica: refugio temporal y amenazas de muerte

Juárez asegura que siempre agradecerán la acogida que les brindó Costa Rica, país donde llegó en 2019 huyendo del asedio policial y la falta de oportunidades laborales que enfrentó al salir de la cárcel, como consecuencia de su activa participación en plantones, piquetes y ferias azul y blanco contra el régimen de Daniel Ortega.

En ese país se juntó con Reyes, quien también es excarcelado político y con los otros cinco compañeros de viaje. Los seis sufrieron de distinta manera la represión del régimen; unos con cárcel, otros con asedio y Montoya, a quien llaman el Monimboseño, con la vida de uno de sus hijos.

Desde entonces vivían en la misma casa, donde compartían lo poco o mucho que conseguían, pero tuvieron que dejar ese país por temor a perder la vida. “Lo que nos obligó a dejar Costa Rica fueron las amenazas que recibimos de parte de simpatizantes y miembros o agentes de Inteligencia del gobierno dictatorial de Daniel Ortega y Rosario Murillo… porque durante el tiempo que estuvimos en este país hermano también estuvimos activos en la lucha, participando en las marchas y plantones y en las diferentes organizaciones”, relata Juárez.

Según los viajeros, la primera prueba que tuvieron que superar fue pasar por Nicaragua, donde entraron por punto ciego para luego trasladarse a Managua. En la terminal del Mercado Israel Lewites tuvieron que sortear la presencia de una patrulla que rondaba la zona. Luego se trasladaron a Chinandega donde los interceptó un policía acompañado de un paramilitar. Afortunadamente solo les tomaron fotos y luego los dejaron marcharse. Al llegar a la zona de la frontera del Guasaule nuevamente se metieron al monte para salir del país.

Honduras: asaltados por policías corruptos

En Honduras tuvieron que esperar varios días para que las autoridades migratorias les permitieran continuar el viaje y cuando lo lograron, en uno de los retenes los agentes policiales los despojaron de casi todo lo que llevaban: un poco de dinero y unas cuantas piezas de ropa para cambiarse. Casi sin nada llegaron a Guatemala donde tomaron un bus expreso a Tecún Umán, en la frontera con México.

Afortunadamente personas de buen corazón les enviaron dinero para continuar el viaje, ya que para ingresar a México tuvieron que pagar a un traficante que los trasladó hasta Tapachula, en el estado de Chiapas. La falta de dinero para continuar el viaje los obligó a permanecer ahí durante poco más de un mes. Alquilaron una casa y para ahorrar lo máximo, compraban los productos y ellos cocinaban.

Cuando consiguieron dinero para los pasajes, retomaron el viaje con rumbo a la ciudad de México, donde lo primero que hicieron fue visitar la Basílica de Guadalupe, para agradecer la protección que hasta ese momento habían recibido y le pidieron a la Virgen llegar con bien a su destino.

México: transporte público no traslada migrantes

Pero fue justo ahí donde las cosas comenzaron a complicarse. Aunque les vendieron boletos para viajar a la ciudad de Acuña, en el estado fronterizo de Coahuila, no les permitieron abordar el bus, porque según los empresarios de transporte las autoridades les prohíben transportar a migrantes.

“Entonces decidimos viajar a Monterrey y allí compramos boletos para viajar a Piedras Negras, Coahuila, pero al momento de abordar el bus tampoco nos permitieron subir. Entonces allí empezó nuestra travesía a pie. Comenzamos a caminar hacia Piedras Negras en la frontera con Estados Unidos. La zona es árida y desértica, las temperaturas eran muy altas, yo diría que demasiado, León y Chinandega se quedan cortos, en algunos tramos cortos conseguíamos raid”, relata Juárez.

Además, explica que las pocas personas que se atreven a darle raid a los migrantes en esa vía se arriesgan a que las autoridades los acusen de traficantes de personas. Por lo que esos 392 kilómetros toca recorrerlos a pie.

Suelas derretidas y solidaridad

Sin embargo, muchas de las personas que transitan por ahí entregan agua, bolsas de hielo, jugos y refrescos a los viajeros para ayudarles a soportar las agobiantes temperaturas. El calor es tan brutal que los caminantes optan por descansar durante el día y avanzar en la noche. En el trayecto, también hay albergues que acogen a los caminantes y les entregan medicinas y zapatos para que puedan continuar su travesía.

“Caminando llegamos a la ciudad de Monclova, en el estado de Coahuila. Una comunidad cristiana caritativa nos extendió sus brazos. Nos dieron techo, alimentos y calzado porque nuestros zapatos ya iban en mal estado… Allí descansamos durante tres días. Luego llegamos a un lugar que se llama Allende, también en el estado de Coahuila. Allí la carretera y el aire estaban tan calientes que la suela de los zapatos de tres de los del grupo se derritió. De tan caliente que estaba, el asfalto se sentía suave y nuestros pies quedaron llenos de ampollas y en carne viva”, recuerda Juárez.

La siguiente parada fue en Cloeta, Coahuila, “ahí nos atendieron demasiado bien”, “nos volvieron a reencauchar porque las suelas de nuestros zapatos ya estaban derretidas”, cuenta Juárez y añade que en ese momento el grupo había crecido. Junto a ellos caminaban varios venezolanos, cubanos y algunos colombianos.

“Taquitos” y pasos gigantes

Como en las otras paradas, en el albergue La Casa de mi Padre, a cargo de un pastor evangélico, también les dieron donde dormir, alimentos y medicinas. “Además, en todo el camino probamos todo tipo de taquitos, las personas fueron muy amorosas”, sostiene Juárez.

“Seguimos avanzando hasta que por fin llegamos al último puesto de control a cargo del Ejército mexicano que está como a 55 kilómetros de la frontera, en la entrada de Piedras Negras. Ellos nos ofrecieron comida y medicina porque nos dolía todo, nuestros pies estaban demasiado maltratados, pero la alegría era inmensa porque habíamos coronado nuestro sueño. Con la emoción hasta se nos olvidaron todos los dolores”, asegura Juárez.

Aunque todavía faltaban 55 kilómetros para llegar al río Bravo, su cercanía los impulsó a dejar a un lado el cansancio y los dolores. “Caminamos a pasos de gigante, la gente se salía a las puertas para indicarnos por dónde estaba mejor la pasada por el río. Y cuando llegamos el grupo se hizo como de unas 25 personas, entre ellas una pareja con un bebé de unos diez meses”, relata Juárez.

No dejarse morir, ni dejar morir a nadie

Con el último aliento e impulsados por la esperanza, avanzaban hacia el río. Las fuerzas apenas daban para empujar al cuerpo, pero según Juárez el cansancio no impidió que dos miembros del grupo reaccionaran para evitar una tragedia.

“La migra de Estados Unidos estaba al otro lado del río y en el río estaba una panga del Ejército de los Estados Unidos. Íbamos todos agarrados unos de otros, pero la pareja que llevaba el bebé de unos diez meses comenzó a tener dificultades. La corriente del río los arrastró, pero don Luis (Santiago Ordeñana) de 71 años y el Monimboseño (Pedro René Montoya), fueron a socorrerlos”, recuerda Juárez.

Afortunadamente la panga se movilizó y logró rescatar y poner a salvo a la pareja y al bebé. “Entonces avanzamos hasta llegar a un barranco, allí un soldado de Estados Unidos nos extendió la mano para que pudiéramos subir y nos dijo ´bienvenidos a los Estados Unidos´. Nosotros doblamos las rodillas y le dimos gracias a nuestro creador Jehová por hacer realidad nuestro sueño”, dice Juárez.

Aunque en el centro de detención no enfrentaron las mejores condiciones por la gran cantidad de migrantes que había, el hacinamiento, la espera y angustia acabaron pronto. Tres días después todos salieron rumbo a San Antonio, Texas, donde personas caritativas les proporcionaron ropa y alimentos, mientras esperaban la fecha de su vuelo para trasladarse a Miami donde empezará la segunda parte del sueño de estos siete nicaragüenses que solo aspiran volver a vivir en libertad.

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