El poeta Francisco de Asís Fernández, Chichí, presidente del Festival Internacional de Poesía de Granada, me envió la revista literaria Carátula, edición de junio de 2022, que rinde homenaje a Enrique “Quico” Fernández Morales (1918-1982), eminente poeta, autor teatral y cuentista nicaragüense. Y además, el padre de “Chichí”.
Carátula se publica bimensualmente, en formato digital, y es dirigida por Sergio Ramírez apoyado por un consejo editorial integrado por renombrados literatos criollos.
Todos los grandes poetas del mundo —y los de Nicaragua no son la excepción—se han inspirado para algunas de sus creaciones en temas de la mitología y la historia legendaria de Grecia. Se han inspirado en las musas lo mismo que Homero, Hesíodo, Píndaro y demás genios culturales del antiguo mundo helénico.
Se conoce muy bien que Rubén Darío, padre de la identidad cultural nicaragüense, inspiró e impregnó su obra con nombres y alusiones de la mitología griega. Salomón de la Selva escribió igualmente sobre temas mitológicos y en uno de los versos de su poema Pregón de la muerte de Helena, dice solemnemente y con perspicacia filosófica sobre la Guerra de Troya:
Larga la contienda,
terrible la guerra:
La ganen, la pierdan
los unos, los otros
ella solo abrojos
tendrá, llanto sólo…
Lujuria de muertos,
cúbrala el silencio,
¡Amyclas, callemos!
Enrique “Quico” Fernández Morales, como gran poeta y hacedor de cultura que era, se inspiró también en las musas y los temas griegos. Y la revista Carátula en su edición mencionada ofrece dos poemas suyos sobre Helena de Troya, de los cuales transcribo este que espero lo disfruten, como yo lo he disfrutado:
Morir por la belleza
PERO los dioses dijeron: Destruyamos Troya y sea su ruina
aviso permanente a las ciudades.
Y entonces, ¡qué podía el viejo Príamo
ni sus cincuenta hijos como cincuenta leones de
rebeldes melenas!
Troya sucumbió y mi corazón no acaba
de morir. Diez años fue la guerra,
y esqueletos de héroes blanquearon
las colinas holladas por los dioses.
Ni amapola nació ni anémona,
que sangre no guardara en sus pétalos, de venas de
regia estirpe. Tanta sangre,
como agua de la lluvia sobre el polvo,
para pagar el precio del amor
por la belleza pura.
¡Qué doloroso ruido hace
mi corazón! Más de diez años
de sangrar y morir en esta guerra
que es pago de mi amor por la belleza.
Y aún sigue en marcha; y tú, troyano,
caído junto al muro, con los ojos
clavados en la puerta
por donde Helena sale a ver el alba,
tendrás en mí un hermano,
que ya sé qué es morir por la belleza.
Los guardas, temerosos, en la noche
preñada de silencio y amenazas,
lanza en ristre, tras de las puertas
de cedro bien labradas,
rociaban sus vigilias con recuerdos
de la belleza única:
Tal día me miraron
sus ojos de un fulgor incomparable;
tal tarde vila sonreír; tal noche
oí su canto con la cítara,
y toda Troya estaba bien pequeña,
echada sobre la voz adormilada,
hundiéndose, más bien; como isla en el mar, en esa
música, y el mismo Héctor;
sobre la torre antigua, todo fuerza,
escuchaba con lágrimas. Como gota que cae sobre
piedra. Como lento redoble funeral, tocando en Troya
la apoteosis del héroe caído
en la lucha de ayer.
Tú que me hieres,
amaina el golpe,
que estoy en tierra, y con mis ojos
clavados en la puerta.
Troya sucumbió; pero Troya es eterna,
igual que la belleza.
Eterna Helena,
alza su canto en medio de la noche
y el mundo es muy pequeño para el eco
de su voz. Hécuba llora
sobre mi tumba.
Héctor divino, sobre las murallas,
Esbelto como torre; y tierno de alma
escucha conmovido.
Yo, cadáver
de mi amor, tengo un letrero
sobre el pecho, que dice:
Aquí fue Troya.
Asegura el consejo editorial de Carátula que Enrique “Quico” Fernández es “uno de los intelectuales nicaragüenses que más ha influido en la juventud de Nicaragua en cuanto a interesarla en el estudio de las Bellas Artes”.
Y sigue deleitando a quienes tienen y tenemos el privilegio de leerlo, agrego yo.