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Atilio Ibarra y Julio César Prado, dos bomberos que son leyenda en el Benemérito de Managua. Posan acá con la máquina más antigua, la Panzona. LA PRENSA/ JADER FLORES

Historias de bomberos octogenarios: “No somos héroes, somos bomberos”

Julio Prado y Atilio Ibarra, los últimos sobrevivientes activos de mayor trayectoria en el Benemérito Cuerpo de Bomberos. Sus compañeros del pasado fueron borrados con la pandemia.

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Julio César Prado llegó al Benemérito Cuerpo de Bomberos cuando tenía 18 años de edad. Ahora tiene 83 años bien vividos. Por más de sesenta años ha vestido con orgullo su uniforme de bombero. Dice que dejará de ejercer el oficio hasta el día que muera. No le queda nada pendiente por hacer.

Es una tarde de junio de 2022. Prado aceptó reunirse con un equipo de la revista Domingo por segunda vez en el cuartel que ha sido su segunda casa. Acude puntual a la cita. Desde una oficina del edificio frente al viejo estadio de beisbol en Managua cuenta que llegó al encuentro sin el permiso de Diego, el menor de sus nietos de casi cinco años. “Mi nietecito no quería que viniera. Me regaña dice que yo ya no tengo edad para andar en la calle.  Es muy lindo y me cuida”.

A sus más de 80 años de cada, tanto Atilio Ibarra como Julio César Prado se mantienen activos en el servicio bomberil. LA PRENSA/ JADER FLORES

Luce impecable. Su camisa roja con los grados de comandante, el pantalón azul, botas especiales y la gorra de bombero que se retira de la cabeza para conversar dejando a la vista su cabello cano. Sesenta y dos años de ser un apagafuegos y no pierde el toque. “Para mantenerte en esto tienes que amar tu trabajo”, agrega mientras mueve las manos. “A mi me gustaba ser bombero. Me levantaba a las dos de la madrugada cuando tenía turno y me destaqué en todo siendo el primero”.

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Es el bombero más antiguo del país, pero insiste que llegó al oficio por azares de la vida cuando tan solo era un muchacho curioso. Las enfermedades de la edad le han menguado sus llegadas al Benemérito Cuerpo de Bomberos, pero cree que morirá con las botas puestas pues, aunque su familia le reproche exponerse al virus del Covid-19 su compromiso de servicio a la población sigue tan intacto como el primer día. “Es que, si a uno le gusta una cosa, se queda”.

Sus inicios en el oficio

Fue en el año de 1958 cuando Prado se presentó por voluntad propia ante el doctor Joaquín Vijil Lejarza, fundador de la organización para reclamarle una promesa que le hizo algún tiempo atrás. “Le recordé que fui su edecán en el Estadio Nacional en una actividad de scout y me prometió que al cumplir 18 años lo buscara porque me iba hacer bombero”, relata. Se presentó un lunes y no le dio al comandante Vijil la mejor impresión porque llegó todo raspado. “Un día antes, un perro me botó de una bicicleta y me arrastró. Tenía la cara raspada en carne viva”.

Prado pasó como borracho ante Vijil quien no dudó en decírselo. Lo contradijo. “No señor, me va a disculpar. Yo no tomo ni fumo. A mí me creó una anciana y me educó con el palo de la escoba”. Ambos conversaron por varios minutos y se remontaron a la promesa. Vijil cumplió su palabra y le dio al entonces aspirante de apagafuegos la oportunidad de ingresar a las filas del Benemérito Cuerpo de Bombero sin sospechar que quedaría atrapado por el resto de su vida.

“Yo sabía manejar toda clase de camión y me pusieron a prueba para conducir la panzona y un camioncito de una rueda atrás. Eran vehículos antiguos de caja seca. Los manejé sin problemas. Y ya me quedé trabajando permanente. Al año ya andaba operando en camiones de primera salida”, Prado se emociona recordando y suelta cuatro golpes con la palma abierta de su mano sobre el escritorio. “Yo me lo ganaba, porque aquí antes, uno se ganaba el derecho a operar un camión”.

Por muchos años estuvo como raso. Es dueño de un carácter jocoso al que ni los jefes escaparon, pero también advierte que es “medio limonada”. Suelta carcajadas al recordar que una vez amarró el catre del comandante Justino Salas y cuando se iba a acostar lo haló de un mecate. Se desplomó ante sus ojos, pero no lo castigó. “Pradito, jodido, fuiste vos”. Aunque en su momento lo negó, ahora atesora la anécdota con ternura.

Los comandantes fallecidos Rubén Arróliga y Leopoldo García Meléndez aportaron mucho al crecimiento profesional de Prado. Haber estudiado hasta tercer grado de primaria no fue impedimento para superarse y conquistar al grado más alto. Fue cabo, sargento, teniente, capitán, mayor, y ahora ejerce como comandante voluntario porque se niega a retirarse de ser bombero.

Julio César Prado aprendió hasta a atender partos, como parte de su voluntariado de bombero. LA PRENSA/ JADER FLORES

Traer nuevas vidas al mundo

“Mi mayor satisfacción es que siendo bombero pude traer varias vidas al mundo”.  Ya perdió la cuenta de las veces hizo de partero a orillas de la carretera con mujeres en estados de embarazo.

Hace veinte años se encontraba con su esposa realizando compras en el mercado Oriental cuando una señora acompañada de un muchacho como de seis pies que lo miraba fijamente, no soportó la curiosidad y se le acercó para interrogarlo:

— ¿Señor, usted era bombero?

—Soy bombero — la corrigió Prado.

—¿No se acuerda de mí?

—No señora, disculpe.

—Este fue el niño que usted parteó. A mí me parteó.

La mujer se volteó al hijo y le presentó a la primera persona que lo cargó cuando recién llegó a este mundo.

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Prado había efectuado el parto frente a donde estaba la embajada americana, era un predio montoso cercano a aseguradora La Protectora, de ese entonces. “Yo recibí curso para partear a las mujeres. No crea que lo hacía a lo loco. Estudiábamos dentro y fuera de Nicaragua”.

Sostiene que en una de las tantas veces que asistió a un parto en medio de la carretera, le ocurrió que la mujer no podía parirlo. “Me dice el camillero, no lo puedo parir. Yo le pedí al marido que bajara de la ambulancia y me dejara solo con la paciente. Me reclamó y le dije que debía dejarme solo con su esposa porque ella le tenía vergüenza”. El hombre obedeció, aunque inconforme. “Le repetí le tiene vergüenza porque el parto es cochino. Ahí mismo el niño salió y empezó a llorar”.

En una de las ocasiones atendió a una embarazada con parto de gemelos. “Ahí fue cuando me captó La Prensa y salí en el periódico. Nosotros acudimos a emergencias de incendios, inundaciones, terremotos tan seguido y tantas veces que hoy las recordamos, pero ya mañana las olvidamos”. Sin embargo, Prado asegura que cuando se trata de brindar asistencia de primeros auxilios o partos de familiares prefiere que alguien más se encargue, aunque no pueda explicar la razón. “Con mi familia no me meto. No sé veo feo yo. Es como si me tocara partear una hija mía, no me gustaría”.

“Me voy tranquilo”

Al comandante Julio Prado lo crio su abuela materna en Managua. Su madre trabajaba y tenía otros hijos de los cuales ocuparse. A su padre no lo conoció. Se casó varias veces y con distintas mujeres de las que ni el nombre recuerda. Con ellas procreó veintidós hijos. Seis de ellos fallecieron y le sobreviven diecisiete. No tiene relevo en su familia. A ninguno le interesó seguir sus pasos.

“Hace cuatro meses se me murió una hija por problemas del corazón. Tenía 43 años”, dice. Le cambia el semblante cuando habla de la muerte. En mayo de 2022, falleció el comandante Leopoldo García Meléndez a la edad de cien años. Dos meses antes, despidió al comandante Ricardo Selva que era cinco años menor que Prado. “Solo yo he quedado”. Dice que tres veces se le ha escapado a la muerte en los últimos meses. “Ya solo me queda una hermana viva que radica en el extranjero”.

La pandemia del Covid-19 también ha acelerado el deceso de su familia bomberil. Su esposa, hijos y nietos han tratado de protegerlo en los últimos dos años con recomendaciones estériles que él las tilda de exageradas. “Ahorita me tienen parqueado con las salidas. Todos me piden que deje de andar en la calle”, reprocha Prado. “Papá hay muchos virus en el ambiente, vos ya no tenés las defensas altas, un medio catarrito te bota”, le advierte su hija Amanda Regina, quien es farmacéutica.

Atilio Ibarra tuvo que aprender a controlar los nervios para convertirse en un buen bombero. LA PRENSA/ JADER FLORES

Capacitarse para brindar servicio de calidad

Atilio Ibarra González es un docente jubilado y también es comandante. En septiembre de 2022 cumplirá 53 años de ser bombero voluntario. A sus 81 años, siente que le falta mucho por lograr. Es delgado, alto y moreno. Los años no le hacen justicia. Aparenta un par de décadas menos. De voz pausada y rostro serio cuenta que se casó una sola vez y tiene una hija que también es bombera. “He llevado una vida tranquila, fui maestro y debía dar el ejemplo”.

Llegó por primera vez a la Dirección General de Bomberos de Managua inspirado por sus hermanos Fanor y Asdrubal, ambos tocaban el tambor en una banda de guerra de la que aún conserva una vieja fotografía en donde aparecen los tres con el instrumento. “Éramos trece los hijos de Fanor Ibarra y Herminia González. Hemos quedado ocho hermanos vivos”.

Recuerda que acudió a una presentación de la banda musical de bomberos en la Colonia 14 de Septiembre y le gustó. Decidió que sería uno voluntario. Se organizó para combinar sus estudios de biología y química con las practicas bomberiles en el cuartel, luego se convirtió en docente de centros escolares y en bombero a tiempos parciales. Reconoce que el apoyo de su esposa Ivania Toruño fue fundamental durante todo el proceso. “La mayoría de veces las esposas quedan solas y no es fácil para ellas y para los hijos”.

Su hija Cándida Rosa y sus dos hermanos bomberos continúan dando voluntariado en el extranjero. “Fanor y Asdrubal ya fallecieron. Chema, Amanda y mi hija siguen apoyando, pero en la filial de Miami”. En su familia siempre estuvo presente la vocación de ayudar al prójimo. “Ellos están allá, pero apoyan a esta institución casualmente apoyaron para gestionar el ingreso de un nuevo camión aquí”.

Para Ibarra el tiempo ha favorecido de cierto modo a los bomberos. Ahora sus miembros cuentan con equipo de protección que en sus inicios era inexistente. “El uniforme era un pañuelito. Lo usábamos como mascarilla, camiseta, pantalón jean y botas”. Sin embargo, agrega que en los centros de trabajo se les niegan los permisos al personal que hace voluntariado. “Yo recuerdo que, si había un incendio, por ejemplo, tomaba un taxi porque en el trabajo me daban permiso, ahora a uno lo corren si hace eso”.

El comandante Atilio Ibarra aprendió a “congelar el nervio” al momento de atender una emergencia porque en caso contrario es imposible lograr efectividad. “Estamos entrenados y sabemos que no se debe ser imprudente. No hay que ser temerario ni querer ser héroe porque la vida de mi compañero está en mis manos y mi vida depende de él. Somos bomberos. No somos héroes y nos falta mucho todavía por aprender”.

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En más de una ocasión se ha olvidado que ya pertenece al grupo de los “viejos” y, se inquieta cuando su esposa lo toma del brazo para ayudarlo a cruzar la calle. “Me siento mal”, dice con una sonrisita de vergüenza para continuar su relato. “Es difícil ser dependiente.  Me gustaría plasmar ese sentimiento en un libro de experiencias vividas”.

A los 65 años, el comandante Ibarra se jubiló de docente y pasó a tener mayor incidencia en el Benemérito Cuerpo de Bomberos como asesor y miembro de la junta directiva. “Me capacité en Israel. En México me especialicé en área de desastre. Estudié en Venezuela, Colombia, Guatemala, Estados Unidos y otros países para brindar mejor atención a la población porque la gente se merece un servicio de calidad”.  Sus conocimientos le dan licencia para aportar como técnico en Seguridad e Instructor a empresas privadas que lo requieran.

Miembros del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Managua. LA PRENSA/ JADER FLORES

El muerto es nuestro

Es hasta ahora, que se da el tiempo de compartir más con su familia. Ibarra, también ha sufrido pérdidas familiares dentro de la institución apaga fuego. Hace aproximadamente cuatro años, su nieto Jason Atilio Ibarra Corea falleció en un accidente de tránsito en Carretera Nueva a León. Era bombero. Tenía 33 años de edad. Cuenta que fue a eso de las nueve de la noche que recibió una sorpresiva llamada telefónica de un desconocido cuando estaba en su casa de habitación en el Reparto Miraflores de Managua. Levantó el teléfono y respondió:

—Aló ¿usted es Atilio Ibarra, le dijo sí.

—¿Conoce a Jason Ibarra? –respondió, es mi nieto y preguntó el motivo.

—Mire, comandante, creemos que se nos fue.

Atilio Ibarra se movilizó hasta la dirección “congelando los nervios”. Llegó y se encontró con sus compañeros y con su nieto bombero muerto. Dirigió el rescate. Extrajo el cuerpo y se trasladó al hospital de León. “Se acerca un bombero y me pidió de favor que me retirara y ellos se iban a encargar de lo demás”. Se devolvió casi a las cinco de la mañana a Managua.

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