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Arrepentimiento

(FIRMAS PRESS) Una espina que se convierte en una daga. Un arroyo tornándose en unos rápidos. Es el sentimiento que crece dentro de los segundos de duda. Nuestras elecciones colisionan y destruyen las infinitas opciones que se nos presentan frente a nuestras narices. El café que bebemos, la marca de tabaco que nos inunda los pulmones, el tipo de alcohol que nos embriaga, el lado de la cama que nos sostiene, el color de nuestra camisa, los zapatos que nos ponemos, el lado hacia el que nos peinamos, el pie que calzamos primero, la forma en la que abrimos una puerta, la mano con la que sujetamos un vaso o el lado hacia el que nos inclinamos para dar un beso son elecciones que parecen baladíes, pero la suma de todos estos fragmentos crea el escenario donde recreamos nuestra vida.

La inconsciente decisión de escoger lo que creemos mejor a veces resulta en un amargo descubrimiento. En él se desvelan los errores que cometimos, las sentencias fallidas de nuestros sentidos y la realidad de no poder deshacer el tiempo. Lo hecho, hecho está, reza el refrán. Se nos escapa la sonrisa al voltear y mirar lo que hicimos. Esas acciones indelebles en las páginas de nuestro pasado nos mortifican y el anhelo de poder reescribirlas nos carcome por dentro. Porque la repetición constante de lo que hemos catalogado como un desacierto drena de nuestro interior hasta borrar la más cálida satisfacción de lo pasado. Es como un fuego que se ahoga con su propio humo, un viajero herido que no ha podido llegar a puerto seguro. Es la añoranza por la ingenuidad, el retorno a lo que ya no es.

El arrepentimiento, lejos de la connotación religiosa y salvadora que se le otorga a esta palabra, es la forma que tiene el corazón de advertir, de señalar, de buscar respuesta y de resguardarse ante posibles futuros. Porque mordimos del fruto prohibido, nos envenenamos de su aroma y sabor. Y con él advertimos el futuro, o eso es lo que creemos. Nos resguardamos en la adivinación de nuestra mente para acercarnos a una realidad que todavía no llega y nos abrazamos a pesar de haber errado para no tener que salir al frío exterior de nuestra existencia. Nos arropamos con el velo del miedo y nos negamos a reconciliarnos con el misterio del mañana. El arrepentimiento es un cáncer que crece con cada paso que damos, nos traslada a su reino y nos encierra en los calabozos de la incertidumbre. La indecisión nos azota como una ola que rompe sobre la costa, trayendo consigo un mar intranquilo de calamidades que aún no han ocurrido.

El capullo que se crea alrededor de aquellos que viven con el peso del arrepentimiento les ciega frente a la belleza que se esconde detrás del infinito horizonte del amanecer. La bruma se descubre cuando se atraviesa, la niebla ya no es tan espesa cuando se pasa y el dolor se cura con el tiempo. El pasado nos forma y esculpe, pero no nos define. No somos la misma persona de la que nos despedimos la noche anterior y tampoco seremos los mismos que se van a despertar en el alba del porvenir, porque el futuro esconde paraísos y praderas, desiertos colapsados por oasis y un mar en calma que escolta la verde promesa de una isla tropical. El mañana es lo que queramos que sea y el pasado es del color del cristal con el que lo veamos. Todas las acciones que nos han traído hasta este punto rebosan de acierto con cada pulsación de nuestro corazón y con cada bocanada de aire fresco. [FIRMAS PRESS]

El autor es escritor panameño.

Opinión
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