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El perdón, necesidad vital

Leyendo temprano una mañana, me detuve en el título del editorial de LA PRENSA digital: “El perdón, divino y humano ” y más aún en el párrafo final del escrito que cito textualmente: “El perdón es divino, señaló el cardenal Brenes en su sermón inaugural de la Semana Santa. Y es también un valor humano fundamental para liberarse del odio y del rencor, agregamos nosotros”.

Lo divino, divino es y para aceptar su idoneidad solamente requiere de creer que el Divino existe y apropiarnos de su palabra y ejercitarnos en poner en práctica sus enseñanzas. Un valor humano para que traspase de la virtualidad a la realidad necesita que el ser humano crea en él… y en definitiva es la realidad la que hace que el individuo acepte o rechace, se alegre o sufra, sea capaz de “digerir su propia existencia”.

Vivir la realidad es vivir en congruencia. Nadie puede estar feliz sin un trozo de pan en su mesa, tampoco puede serlo si un fusil o una bomba amenaza su cabeza.

La Semana Santa en Ucrania, por muy Santa que ha sido, no ha podido ser feliz para ningún ucraniano y por ende tampoco para los rusos que hacen la guerra… y esto debido casualmente a que la realidad exige congruencia.

En marzo 2017, en mi escrito “Setenta veces siete” decía que la vida misma ya no se cultiva y es común ver en los medios frases como “Que pague lo que ha hecho, treinta años es poco, que se pudra en la cárcel ese asesino…” y de allá acá en todo este lustro (2017-2022) hemos “evolucionado” a castigar con la perpetuidad y en dependencia de “nuestro leal saber y entender”. ¿No será más bien, a cuánta ponzoña hay en nuestro corazón?

La vida misma está llena de vicisitudes, desacuerdos, disgustos, ofensas, desengaños, traiciones y en fin un variado menú que tiene como común denominador la salsa de la amargura, que a su vez es catalizadora de una cicuta que envenena el alma y enferma prácticamente cualquier órgano o sistema del hombre. Con este menú tenemos que vivir, más bien sobrevivir y esto solo es posible cuando se es inconsciente o en las condiciones que asemejan este estado, como el sueño y la hipnosis; mas es el perdón el único bálsamo que alivia el alma, restituye el sabor normal al trajín consciente y necesario de nuestras vidas y, lo que es más, siempre que sea genuino, entierra de una vez y para siempre en el olvido las injurias y agravios recibidos… sin perdón no se puede vivir, al menos en paz y consciente; quizás sí, se podrá deambular, transitar en una vida vegetativa, de sobresalto en sobresalto.

A lo largo de mi práctica médica, recuerdo varios pacientes míos con síntomas inexplicables por los hallazgos clínicos y de sus exámenes, todos ellos, sí, con un sufrimiento que trascendía sus rostros e invadía los ambientes.

Sobresalen entre ellos una madre que le habían asesinado a su hijo mediante una trama oscura de un sicario en contubernio con la novia del muchacho;  y un señor cuya hija única preadolescente había sido seducida por una lesbiana y llevada a vivir con ella… ambos odiaban a los que consideraban como responsables del destino de sus hijos.

Tanto la señora como el señor, en un momento de gracia y lucidez aceptaron que la realidad de la vida consciente comprende momentos también de dolor, alcanzaron a entender lo inútil y dañino de su rencor, y decidieron perdonar. La señora es hoy una respetable y feliz abuela que comparte con su marido y nietos cada día de su vida; al señor me lo encontré un día de estos en un restaurante, me tocó el hombro y me dijo: “Doctor, se acuerda de mí, soy el hombre que tuvo que perdonar para sanarse, mi hija se corrigió, regresó a la casa, se casó y ahora tengo un par de nietos, voy a la iglesia y oro por todos, oro siempre por aquella mujer…”

En realidad este hombre, era otro hombre, rejuvenecido, optimista y sobre todo consciente de su realidad. 

El perdón es un acto consciente, doloroso igual que un parto natural, pero lo mismo que él, con un fruto de satisfacción, alegría y plenitud de vida. Vida a plenitud, implica la consciencia y aceptación de la realidad.

Las agresiones, las atrocidades aisladas a personas o multitudinarias emponzoñan el corazón. Tengo presente la expresión de un poblador prorruso de una región de Ucrania, que al preguntarle un periodista su impresión sobre el bombardeo a su localidad, de parte de Putin y su ejército, respondió “los odiamos de todo corazón”.

Por eso no puede haber día feliz, santo o no actualmente en Ucrania. Las negociaciones entre los dos Estados podrán, en el mejor de los casos y ojalá así sea, lograr una “paz diplomática”; mas, la paz, tolerancia y convivencia entre ambos pueblos solo será real con el perdón. Perdón que debe anteceder a los procedimientos necesarios de la justicia y que cuando es así, los blinda de excesos y sentencias venales o revanchistas. 

Darío en su poema Spes nos señala al autor y maestro del perdón… ¡Jesús, incomparable perdonador de injurias, óyeme! 

El autor es médico.

Opinión
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