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Las complejidades de la diplomacia política en situaciones de crisis

Un día después de que Daniel Ortega fue juramentado para seguir detentando el poder presidencial durante cinco años más, Estados Unidos (EE.UU) anunció oficialmente que no romperá las relaciones diplomáticas con Nicaragua.

La Subsecretaria  Adjunta de Asuntos del Hemisferio Occidental, Emily Mendrala, declaró al respecto que EE.UU. tiene “una  embajada en Managua y su funcionamiento es muy importante para el intercambio que tenemos con el pueblo de Nicaragua y los servicios que provee, así que la vamos a mantener”. 

La noticia es relevante, porque el Gobierno de EE.UU. calificó como ilegítimos los comicios del 7 de noviembre de 2021 en los que Ortega revalidó su permanencia en el poder presidencial. De manera  que para la  gran potencia democrática de las Américas, si las votaciones de noviembre fueron ilegítimas, el nuevo período presidencial de Ortega carece igualmente de legitimidad. Y lo mismo se puede decir en relación con la OEA y los gobiernos democráticos de Europa, que también calificaron como falsas las votaciones de noviembre.

En realidad, es muy improbable que algún país de los que no reconocieron como legítimas las votaciones del año pasado, rompa  por eso las relaciones diplomáticas con Nicaragua. Al parecer eso es lo que quieren algunos sectores de la oposición nicaragüense, pero la diplomacia política no funciona así.

Además, hay que decir claramente que al pueblo nicaragüense no le conviene que los países de la comunidad democrática internacional rompan relaciones con Nicaragua, porque quedaría en completo aislamiento e indefensión.

La política diplomática no opta por decisiones rupturistas. Por su propia naturaleza siempre deja la puerta abierta y la mano tendida para buscar el diálogo y promover soluciones negociadas de los conflictos políticos, por muy antagónicos que sean.

En todo caso la ruptura de relaciones diplomáticas es la última decisión a tomar, pero solo cuando de verdad se han agotado todas las posibilidades de diálogo y negociación. De hecho la ruptura es la antesala de la confrontación bélica, que en nuestra época es el último extremo al que nadie quiere llegar, al menos las partes democráticas de cualquier conflicto.

El  experto chileno en diplomacia, Eduardo Jara Roncarti, explica en un ensayo titulado La función diplomática, que la ruptura de relaciones solo “corresponde a sucesos excepcionalmente graves para las relaciones bilaterales…” En todo caso y ante una situación extrema, asegura el experto, puede optarse por la alternativa de la suspensión de relaciones, “que es una medida que si bien provoca los mismos efectos que la anterior, produce una sensación de transitoriedad y deja entrever la posibilidad de un cambio de actitud ante la modificación de las circunstancias que la motivaron…”

Cabe recordar, como ya lo hemos mencionado anteriormente, que EE.UU. no rompió relaciones con Nicaragua ni siquiera en el peor momento del conflicto político y militar de los años ochenta del siglo pasado. 

Y en la actualidad lo más probable es que, además de EE.UU., los demás países de la comunidad democrática internacional, mantengan sus relaciones diplomáticas con el Estado de Nicaragua, a pesar de que consideren que el Gobierno es ilegítimo de origen.  

Además de para proteger los intereses materiales de los países, el mantenimiento de las relaciones diplomáticas permitiría a la comunidad democrática internacional seguir abogando por una solución apropiada de la crisis de Nicaragua.

Editorial Daniel Ortega diplomacia política Nicaragua archivo
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