La semana pasada volví a leer con mucha admiración El Nicaragüense, de don Pablo Antonio Cuadra (PAC).
Este libro que compila “esa obra periodística de apuntes, bocetos y mis borradores del tiempo” es una joya y un clásico por su retrato de nosotros los nicaragüenses.
En realidad, PAC personifica al nicaragüense que se “vio obligado a dejar su vida campesina” para ser poeta y escritor.
Su primer capítulo Los hijos de Septiembre, lo escribió siendo estudiante en mi Colegio Centro América de Granada y retrata la dualidad del nicaragüense con sus dos lagos, sus dos volcanes gemelos en Ometepec, su León y su Granada, y sus dos mitades que él describe como “dialogantes y beligerantes”. Lo que Rubén nuestro poeta genio llamó “armonía áspera”.
Luego siguiendo con nuestra dualidad PAC destaca que somos “fanfarrones y fantasiosos” pero que a la vez tenemos una “sobriedad desconcertante” con nuestras sencillas casas, vestidos, caites, aperos, albardas y carretas. Lo que describe como “contrastes y contradicciones”.
Recorrer esta obra magna que recomiendo lean (si no la han leído) me tomaría varias páginas, por lo que solo menciono dos temas de nuestra historia que menciona PAC y se continúan repitiendo.
Como dice en “Cuando los dioses ordenaron partir” y “El Robinsón” nuestros antepasados fueron un “pueblo emigrante por historia y geografía”. “Nuestras tribus tradicionales desalojaron y luego fueron desalojadas por nuevas oleadas de emigrantes”.
Quizás por ello en tiempos más modernos hemos sido “vagabundos, inquietos y nómadas, nos vamos de viaje, y a rodar fortuna y mejor vida”. Como Rubén “oceánico y navegante que alcanzó a ser la voz de todo el Continente y de todas las Españas” y “Agatón de Matagalpa abandonado y luego rescatado en la isla de Juan Fernández quien inspiró la famosa novela de Robinson Crusoe”.
Pero en los 1980 y recientemente de nuevo ya no partimos a rodar fortuna sino que, como el indígena que huyendo “dejó sus huellas en Acahualinca”, partimos al triste y largo exilio para que no nos metan presos y nos opriman. Por eso digo que la historia antigua se repite.
También se repiten las diferencias entre nuestras dos culturas madres: los chorotegas y los nahuas o nicaraguas. Los primeros “más civiles y antiguos los segundos militaristas y gente venediza”.
Los chorotegas eran “gente valerosa y gustaban de la vida familiar”. Son los que tienen mayores raíces indias tanto en Nicaragua como en Nicoya. “¿Se acordarán nuestros hermanos ticos que Nicoya es nuestra?”
Los chorotegas “no se gobernaban por cacique o señor único sino por comunidades y tenían una concepción más civilizada del Estado y la sociedad y una idea del ejército al servicio de la comunidad”.
En la historia más reciente los chorotegas me recuerdan a los treinta años de mis antepasados familiares conservadores (por mi madre siendo yo liberal por mi padre), los años liberales que con mucha honestidad mencionó don Humberto Belli este lunes en su artículo semanal, y los de doña Violeta y don Enrique.
Por el contrario los nahuas según los cronistas de la época eran (en castellano antiguo) “muy crudos e natura, e sin misericordia, e de ninguna piedad usan”. Eran “caciquistas y dictatoriales y formaban ejércitos depredadores de un solo hombre y un clan”.
Los chorotegas inicialmente derrotaron a los nahuas cuando estos bajaron del norte, pero al final los nahuas “cayeron sobre los confiados chorotegas y los derrotaron apoderándose de las dos mejores zonas cacaoteras de nuestro país, Chinandega y Rivas”.
Desafortunadamente nuestros antepasados nahuas han regresado nuevamente y se han apoderado no solo de Chinandega y Rivas sino de todo el país. También suprimieron la “armonía áspera” de Rubén y solo se quedaron con el “beligerante”. Pero con una diferencia. Los antiguos nahuas eran crueles pero valientes. Ustedes dirán si los nuevos nahuas desde su refugio en el Carmen son valientes.
El autor de parte de este artículo (ya que el resto son citas de don PAC) es bachiller del Colegio Centro América de Granada