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La proclamación del 15 de septiembre de 1821

Lo que ocurrió en la Ciudad de Guatemala el 15 de septiembre de 1821 fue una urgente reunión de todas las autoridades de la capital: la Audiencia y la Diputación Provincial, el Cabildo Eclesiástico y la Guarnición, el Ayuntamiento y el Real Consulado de Comercio, entre otras, convocada al día anterior por el capitán general y presidente de la Audiencia Gabino Gaínza. ¿Con qué fin? Para plantear, en principio, el problema de la independencia del reino, en vista de la proclamación del estado de Chiapas ya adherido al Plan de Iguala, fundamento del recién formado imperio mexicano de Agustín Iturbide, exactamente el 24 de enero de 1821. Pero, en el fondo, proclamar la independencia como Chiapas, es decir: con anexión a México, o sea, al Imperio de Iturbide, quien proponía como emperador al propio Fernando VII, o a otro miembro de la familia reinante en España, en el referido Plan de Iguala.

Pues bien, al acto de esa fecha memorable asistieron dos bandos: unos pocos que se oponían a la independencia (altos funcionarios y eclesiásticos obstinados, más algunos comerciantes españoles monopolistas) y la mayoría que la consideraban impostergable y habían llegado a proclamarla siguiendo ––reitero–– la orientación monárquica del Plan de Iguala. Algunos eclesiásticos importantes (sobre todo el canónigo español José María Castilla) y los miembros criollos del Ayuntamiento. En el primer bando figuraba el arzobispo Ramón Casaus y Torres —quien la rechazaba rotundamente— y José Cecilio del Valle (1777-1874), partidario de una postergación para que se pudiese consultar a las provincias. Por su parte, al segundo bando pertenecía el propio Gaínza. Este encabezaba la línea criolla, la concepción independentista oficial: planeada previamente por peninsulares y españoles americanos, predominaba entre las autoridades civiles, militares y eclesiásticas ya referidas.

Sin embargo, un tercer bando —que no estaba invitado— presionó a última hora para que las mismas autoridades proclamaran la independencia tal como la concebían los liberales: sin anexión, es decir, en forma absoluta. Ante la exigencia de la plebe, acaudillada por elementos de la capa media alta urbana como el doctor Pedro Molina (1777-1854) y su esposa María Dolores Bedoya (1783-1853) la actitud de los criollos tuvo que ceder. “El pueblo —refiere un testigo del acontecimiento: Alejandro Marure— no abandonó el salón del palacio en donde se habían reunido las autoridades hasta no hacer que Gaínza prestase en mano del Alcalde primero el juramento de independencia absoluta de México y de cualquier otra nación; porque aquel jefe había pretendido —sumándose a la línea independentista criolla, aclaramos— jurar al Plan de Iguala”.

De manera que en esta ocasión triunfó la línea independentista de la capa media alta capitalina —de ideología liberal y dirigida por profesionales o intelectuales— apoyada por la plebe. En otras palabras, lo discutido el 15 de septiembre de 1821 desembocó en una salida que obstaculizaba —al menos temporalmente— el plan anexionista de los grupos dominantes de la colonia, quienes al fin de cuentas habían decidido proclamarla de esa manera para evitar que las capas medias —tanto la alta como la baja, presentadas inesperadamente al acto como barra exigente— la realizaran por su cuenta. Esas capas urbanas constituían el pueblo a que alude el punto primero del acta de independencia y que prueba la interpretación expuesta: el hecho de que los criollos (“o españoles americanos”) no tuvieron más remedio que proclamarla para prevenir a las consecuencias que serían temibles en el caso que la proclamase el mismo pueblo.

Por tanto, a diferencia de los demás territorios del imperio español, Centroamérica consumó su independencia sin derramamiento de sangre. Mas, en realidad, ese proceso fue el resultado del entendimiento de las dos clases dominantes de la colonia: el de los funcionarios españoles (obligados por las circunstancias históricas, entre ellas la crisis de la monarquía absolutista de España, invadida por Napoleón Bonaparte y que había propiciado la creación de las efímeras cortes liberales de Cádiz) y el de los criollos, preparados para tomar el poder en ese momento. No solo ellos, sin embargo, manifestaban actitudes claras respecto a la independencia. Esta era concebida de manera distinta por los diversos grupos que constituían la sociedad colonial. La independencia deseada por los criollos de la capital de Guatemala no suponía los cambios que pensaban realizar los elementos de la capa media alta de la misma ciudad. Los primeros querían una independencia sin cambios y los segundos ambos objetivos, o más bien: deseaban la independencia para llevar a cabo reformas sustanciales.

Existían, pues, dos sectores que acusaban direcciones diferentes y hasta opuestas: la conservadora de los criollos y la liberal de la capa social citada. Unos —los criollos— luchaban por una emancipación que, conservando la estructura colonial, les facilitara el poder para gobernar de acuerdo con sus intereses de clase, económicos (todos ellos eran latifundistas explotadores de indios). Por eso, de antemano, acordaron con el capitán general Gabino Gaínza —representante de la corona— proclamar pacíficamente la independencia y colocar como jefe del nuevo Gobierno Superior, Público y Militar al mismo Gaínza.

Los otros, por el contrario, siguieron la línea orientada por el hecho de que la independencia debía hacerse violentamente: planeaban ejecutarla con las capas medias bajas —pobres y urbanas—, es decir: con la plebe. A la línea independentista criolla pertenecían todos los próceres “oficiales”: desde el marqués Juan José de Aycinena (1792-1865) hasta José Cecilio del Valle, pasando por Mariano y Antonio Larrave, Pedro de Arroyave, Mariano de Beltranena (¿?-1866) y Miguel Larreynaga (1772-1847).

La ideología de la capa media alta urbana, en cambio, era revolucionaria para su época: conforme a ideas liberales, pensaba reivindicar a la masa de trabajadores agrícolas (redistribuyéndoles la tierra) y enlazar la lucha directamente con el movimiento armado y popular de México, encabezado por el cura mestizo José María Morelos. Esta capa la integraban en Guatemala escribientes y oficinistas que vivían pobremente de pequeños sueldos, como Simón Bergaño y Villegas (1781-1828) —deportado a La Habana para depositar sus huesos en el castillo de Morro por su campaña de agitación ideológica— y Mariano Bedoya, asesinado en 1821, después de la proclamación; pequeños comerciantes como Basilio Porras y Manuel Tot, indígena.

También formaban parte de la misma capa social estudiantes como Juan Modesto Hernández —también indígena, natural de Sutiava, preso por independentista en 1813— y el mismo Tot; religiosos regulares y seculares como el padre Benito Soto, los frailes Benito Miguelena, Víctor Castrillo y el presbítero Tomás Ruiz, indio originario de Chinandega; militares de baja graduación como el teniente Joaquín Yúdice y los sargentos León Díaz y Felipe Castro; profesionales como los médicos Pedro Molina, Santiago Celis, Cirilo Flores, y los abogados José Francisco Barrundia (1784-1854) y Venancio López, otro nacido en la provincia de Nicaragua. Ninguno era criollo terrateniente y todos poseían una conciencia y afinidad de clase: incorporados a la sociedad sin posibilidades de mejorar y con mucho descontento y frustración. Por eso constituyeron un grupo de intelectuales avanzados, capaz de concebir la independencia como un cambio. Además de preparar la lucha ideológica de la misma, fueron sus próceres verdaderos entre los cuales hay que contar finalmente a los inolvidables Mateo Antonio Marure, Cayetano Bedoya y su hermana Dolores, esposa del doctor Molina.

El autor es historiador, miembro de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.

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