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Marisol Balladares junto a su hija Gloria Elena Escorcia quien se graduó de licenciada en periodismo. LA PRENSA/Cortesía

“No le avisé a nadie, solo a mi mamá”. El relato sobre la huida de Nicaragua de la periodista Marisol Balladares

Marisol Balladares y su hija Gloria Elena Escorcia salieron del país por amenazas de fanáticos del régimen orteguista. En su paso por México han sufrido hasta intentos de secuestro, pero la periodista asegura que no regresará a Nicaragua.

La periodista Marisol Balladares llevaba tres meses de no dormir en su casa en Managua. Asegura que lloraba todo el tiempo porque no podía reunirse con su hija Gloria Elena Escorcia. Ambas estaban amenazadas de muerte por parte de simpatizantes del régimen orteguista. “Te vamos a matar a vos y a tu hija, golpista”, eran los mensajes que recibía a diario.

Tenía miedo, dice, pero el terror invadió su cuerpo tras el intento de asesinato que vivió el pasado 28 de marzo, cuando un hombre se abalanzó sobre ella con un cuchillo y le hirió las manos. Ella salía de las instalaciones de radio Corporación, donde trabajaba como periodista. “Yo no voy a esperar a que me quiten la vida y la de mi hija”, pensó en ese momento.

Pero fue la noche del 14 de julio que Marisol decide salir de Nicaragua junto con su hija, de 21 años. “Agarramos dos mudadas, medicamentos, pasaportes y dinero y nos fuimos. No le avisé a nadie, solo a mi mamá. Salimos por veredas, recuerdo que llovía, y llegamos de madrugada a Honduras”, relata Balladares, de 44 años.

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Estando en Honduras consiguió un permiso legal para permanecer en este país durante un mes, sin embargo decidió marcharse hacia Guatemala el 17 de julio. Luego se movieron hacia Santa Ana, frontera con México. Recuerda que para llegar hasta esta frontera pasaron por al menos 15 retenes a bordo del bus y en cada uno debían pagar entre 10 y 15 dólares a los policías para que les permitieran el paso.

Lograron llegar al estado de Veracruz y se presentaron a Migración, donde explicaron que solo estaban de tránsito por el país, pero les explicaron que debían pagar una multa de 80 dólares. Pagaron y les dieron un permiso para permanecer en el país, también por un mes.

Amenazas de secuestro

Ese mismo día compraron un boleto de bus hacia Monterrey. Se hospedaron en un hostal y en la madrugada pidieron un uber para ir hacia la terminal de buses. “Nos montamos en el uber junto a otros migrantes y el señor se desvió de la ruta y estaba hablando en claves, entonces lo descubrimos y logramos bajarnos del carro”, dice.

Después lograron llegar hasta la estación del bus. Lo tomaron y salieron hacia Monterrey. En ese trayecto, cuenta, el bus se dañó frente a una gasolinera. La espera duró 14 horas. “Llegó tránsito, al chofer le pusieron una multa de más de 4,000 dólares por estar estacionado frente a la gasolinera. La mitad la pagó él y la otra nosotros, después llegó Migración y nos revisaron todo”, cuenta.

El bus en que viajaban Marisol y su hija se dañó en el camino. LA PRENSA/Cortesía

Se quedaron todo el día y parte de la noche en el bus. Balladares recuerda que llegaron unos hombres encapuchados, en camionetas cuatro por cuatro, el chofer les advirtió que ese grupo de hombres eran llamados las Pailas y que se dedican a secuestrar a migrantes en México y luego los llevan con los cárteles. “Nos dijeron que por cada persona los cárteles dan 5,000 dólares”, agrega. Nadie se bajó, no tomaron agua ni hicieron sus necesidades fisiológicas. Horas más tarde llegó otro grupo de hombres llamados los Polleros, pero no secuestraron a nadie.

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La periodista llamó a la policía y les ofreció dinero para que los ayudaran a moverse hasta Monterrey. Y así pasó. Llegaron a la ciudad de Reynosa y pasaron por un retén donde se debe pagar, “mucha gente ya no llevaba dinero y se quedaron”, cuenta Balladares.

Recuerda que lograron salir de Reynosa, que es el puesto fronterizo con Río Bravo. Caminaron unas 7 horas para llegar hasta el río y lograr cruzar la frontera. “Es muy complicado pasar, hay drones mexicanos, Migración mexicana que están buscando cómo agarrarte, hay mucho barro, helicópteros. Luego bajamos donde está el río, eran las 12:00 de la noche, nos dijeron que habían cocodrilos, fue horrible”, recuerda.

Así quedaron los zapatos que llevaba Marisol Balladares. LA PRENSA/Cortesía

Cuenta que en el río estaba un señor con una balsa que cobraba para pasar a los migrantes. “Antes que nos pasara a nosotras, llevó a otras personas y se habían caído a la mitad del río porque él los dejaba en ese punto y tenías que nadar, el agua estaba muy fría. Nosotras nos dimos vuelta en la balsa y una señora, en medio de la desesperación perdió a su niño de 4 años, gritamos, lloramos, fue desesperante”, dice Balladares.

Asegura que lograron pasar el río y comenzaron a correr durante cuatro horas. Llegaron a una zona llamada McAllen y siguieron caminando hacia La Joya, que es un centro para entregarse a Migración de Estados Unidos. Balladares recuerda que llamó al 911 para decirles que querían entregarse, minutos después llegó una patrulla y Balladares junto con su hija se identificaron y dijeron que necesitaban asilo político. Los patrulleros dijeron que no podían hacer esa gestión, pero que sí podían hacer el acompañamiento y entregarlas a Migración. Eso ocurrió el 22 de julio. Las atendieron, pero fueron trasladadas a otro centro, dice. Les tomaron fotografías, videos y les quitaron sus pertenencias. “Seguíamos mojadas, llenas de lodo, yo tenía la esperanza que nos dijeran ‘vayan a bañarse o cámbiense’, pero no”, cuenta.

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Recuerda que estuvo tres días en una celda llamada el Congelador. Ella estaba a la espera de que le permitieran mostrar todas las pruebas de amenazas que había recibido en Nicaragua por parte de los simpatizantes del régimen orteguista.

Gloria Elena Escorcia, hija de la periodista Marisol Balladares. LA PRENSA/Cortesía

Cuenta, además, que en el Congelador había un brote de Covid-19 y habían unas 700 personas que habían dado positivo. Ellas no tenían mascarillas nuevas, solamente la que llevaban desde que emprendieron su viaje en México. “Lavamos las mascarillas y así mojada la poníamos”, dice Balladares. Cuenta que sufrió de hipotermia, pero decidió no pedir medicamentos porque “había una regla, el que se enfermara se iba a cuarentena y yo estaba tratando de evitar eso”.

Luego, los agentes de Migración les dijeron que podían bañarse porque los llevarían a El Paso, Texas. “Nos esposaron desde las manos hasta los pies y la cintura, nos montaron a un avión”.

La tarde del 29 de julio recuerda que les dieron sus pertenencias y las montaron a un bus y las dejaron en El Paso, Texas. “Ustedes no pueden ingresar al país, se aprobó una ley de emergencia y ustedes no pueden entrar”, dice Balladares que fue la explicación de los oficiales de Migración. Ella recuerda que habían mujeres colombianas, venezolanas y otras nicaragüenses intentando convencer a los oficiales de dejarlas pasar.

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Un rescatista llegó por ellas

Luego caminaron y encontraron un hotel de paso donde permanecieron durante cuatro días. “Hablé con la periodista Tifani Roberts, de Univisión, ella me dijo que estaba en un lugar de cárteles y que era muy peligroso”, recuerda. Asegura que la periodista le ofreció rescatarla y ponerla en un lugar seguro. “Nos mandó a rescatar con un señor que es psicólogo y es un exmilitar que tiene una empresa que se dedica a rescatar a periodistas en alto riesgo, a nosotros no nos cobró nada”, dice Balladares.

Roberts confirmó a LA PRENSA que efectivamente ella gestionó la ayuda para rescatarlas y que las llevaran a un lugar seguro.

Marisol Balladares durante una transmisión en radio Corporación, donde trabajaba. LA PRENSA/Cortesía

“Recibí una llamada de Tifani y me dijo que quería pedirme un favor, que había una periodista con su hija y otra muchacha, que habían sido deportadas a Ciudad Juárez y que estaban en un área fea de la ciudad, que habían sido acosadas, que intentaron secuestrarlas un tratante de blancas, y que pasaron por varias situaciones de riesgo, le pedí los datos de ellas, y le dije que les marcara ella y les dijera que yo iría”, cuenta el rescatista mexicano Miguel Ángel Macías.

“A Marisol y su hija las saqué de un motel de paso, en un área de Juárez, llamada Waterfill, llegué al motel armado y ellas estaban en la entrada, ellas estaban todas temerosas”, dice Macías, quien asegura que ellas llevaban dos días sin comer.

Macías cuenta a LA PRENSA que pusieron a salvo a Balladares y a su hija durante una semana y media, “se les proporcionó dinero y movimos algunos contactos en Migración mexicana para saber qué se podía hacer y que no fueran detenidas y deportadas”, dice.

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Por ahora se encuentran en un asilo de ancianos en Ciudad Juárez. Ellas ayudan con la limpieza y la cocina. Además, un grupo de abogados, miembros de una ONG están trabajando en el caso de ellas para presentar todas las pruebas ante la Corte de Estados Unidos y lograr el asilo político. Balladares asegura que no regresará a Nicaragua hasta que el dictador Daniel Ortega muera.

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