Hace unos 6 mil años los sumerios en tablillas de arcilla inician la escritura, surgiendo luego el testimonio escrito, es decir, la Historia, la que desde entonces recoge la actuación de los humanos con valores y antivalores.
Unos crean y otros destruyen, y ahora en pleno siglo XXI persiste la dramática realidad de la civilización al servicio de la barbarie, que se ha ensañado en la mujer, desde el inicio del pensamiento en la antigüedad, el mitológico, religioso, filosófico, metafísico.
Quienes, en las distintas civilizaciones modernas, argumentan la superioridad del hombre sobre la mujer, retuercen la ciencia, la selección natural, al señalar que en la sociedad igualitaria antes de la Historia, cuando es muy cercano el parentesco del humano con los orangutanes, se hereda genéticamente la conducta de los gorilas que se rigen por el dominio del macho que agrede, golpea y viola a las hembras. Hoy a diario destacan las denuncias de mujeres asesinadas, violadas, golpeadas, humilladas, por los “machos”, que por su protección exigen mujeres sumisas.
Sigue dominando el criterio de que el “Homo sapiens” nunca ha conocido la igualdad sexual, y que el patriarcado que impera tiene sus raíces en la evolución de nuestra especie, en parte porque más del 95 por ciento de nuestra vida humana transita en la Prehistoria violenta y salvaje, cazadora-recolectora.
Pero, desde hace nueve mil años, en la sociedad neolítica, agrícola y ganadera, las relaciones eran pacíficas, igualitarias, corporativas, predomina la armonía por la fusión y no el dualismo que separa, y existen lazos que unen a los seres humanos, animales y objetos. Señala Carl Sagan que eran sociedades con democracias igualitarias, donde las mujeres recogían bienes esenciales como frutos y hierbas curativas, y también practicaban la caza menor, y auxiliaban al hombre ante los grandes animales, y gozaban de poder político, siendo un factor de estabilidad en la comunidad sin jefes.
En los trabajos arqueológicos de Marija Gimbutas, y en los registros de los símbolos y mitos rastreados por muchos estudiosos, queda claro que Dios no siempre fue un “macho”, que la más antigua religión se centra alrededor de una Gran Diosa, y esto explica que sea el torso esculpido de una mujer, la Madre Tierra, el símbolo religioso más antiguo, que personifica el Tiempo y la Materia, y representa el primer movimiento espiritual de la humanidad: el Culto a la Gran Madre.
Es a finales del neolítico que se impone la “sociedad patriarcal”, y con esta la conciencia humana, estimada siempre como patriarcal, desechando que ni en parte fuera expresión de la sexualidad femenina. Todo cambió, la percepción de lo humano y lo divino, al demolerse los cimientos de la antigua cultura. El poema épico de los babilonios, “Enuma Elis”, escrito hace cuatro mil años, cuenta que en el Principio existe la “Tríada” formada por la diosa marina primordial Tiamat, creadora de todo, Apsu, su consorte, y su hijo Mummu, que representan el estado “no dual” previo a la creación. Pero, dioses jóvenes traídos por invasores la provocan, y de benévola y tolerante que fue con ellos, los confronta bélicamente. Los jóvenes dioses contratan a Marduck para dirigir la guerra, y este exige como pago, la facultad de fijar los destinos de los dioses.
Entonces Marduck convoca los huracanes y monta en su carroza de tormentas que tiran cuatro corceles con venenos en los hocicos, llamados Volador, Matador, Sin Piedad y Aplastador. La diosa Tiamat, con dragones, víboras y once clase de monstruos, se defiende hasta morir, y se impone la nueva cultura, cuando Marduck, con el cuerpo de la diosa crea el Universo, funda Babilonia, y forma la raza humana. De este modo Marduck se convierte en el primer dios en derrotar a las diosas, y ocupar su lugar. Este mito refleja la lucha de la psique humana en la que prevalece el macho heroico en la cultura de las civilizaciones, y tiene influencia en las raíces mitológicas del zoroastrismo, el judaísmo, el cristianismo y el islam, con la supremacía del “Dios Padre” en la Biblia, y la polarización de los géneros. Surge la nueva edad que hasta hoy prevalece en la mayoría de las ideologías, en la que el “macho” es la luz, el espíritu, el orden y la mente, y la “hembra” el caos y el cuerpo; cultura que margina a la mujer del pleno recurso de la ciencia médica cuando justificadamente la interrupción es urgente.
Todos iniciemos este complejo año inclinados con respeto y humanismo a la mujer nicaragüense, que carga el sacrificio mayor de nuestra atormentada patria, crisis ahondada hoy por la pandemia y huracanes de dolor y muerte, dándole el justo lugar, respeto y ternura, que se ha ganado en nuestra sociedad y el mundo.
El autor es general retirado del ejército, miembro de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.