14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

En este pozo fue encontrado el cuerpo de la niña Jesbelin Espinoza Calero, asesinada en noviembre de 2017 un par de semanas antes de cumplir 12 años, en un pueblito de Estelí. La mataron dos hombres que la conocían y uno de ellos incluso pretendía tener un “noviazgo” con la menor. Actualmente uno de sus agresores está intentando que se revise su condena, alegando “buen comportamiento”. LA PRENSA/ Archivo/ Oscar Navarrete

“Me las degolló, me las mató a las dos”. El drama de las niñas asesinadas en Nicaragua

Ochenta niñas han sido asesinadas en Nicaragua de 2014 a 2020. En la gran mayoría de los casos el agresor era conocido por su víctima y gozaba de la confianza de la familia. Esto es lo que hay detrás de los crímenes cometidos contra niñas

La tarde que la asesinaron Diana Raquel Gutiérrez Hernández salió de su casa, en el barrio capitalino La Primavera, para ir a buscar a su hermana mayor. Solo caminó unas cuadras antes de que Víctor Ortiz, un vecino de toda la vida, la tomara por la fuerza para obligarla a entrar a su vivienda. Era el 25 de mayo de 2018. Entonces Ortiz tenía 24 años; Diana Raquel, solamente 12.

Después de matar a la niña, el hombre envolvió en plástico el pequeño cuerpo y lo arrojó a una letrina abandonada. Sus restos no serían encontrados sino hasta un año más tarde, el 23 de mayo de 2019. En esos doce meses la madre y la abuela de Diana Raquel la buscaron por todas partes, con la esperanza de hallarla viva. Ortiz participó en la búsqueda, preguntaba frecuentemente si ya la habían encontrado e incluso anduvo pegando papeletas con el rostro de su víctima.

Lea también: La historia de Diana Raquel, la niña asesinada y desaparecida durante un año

Iveth Gutiérrez y Nora Hernández, madre y abuela de Diana Raquel, asesinada a los 12 años de edad, en 2018. Ellas fueron “madre y padre” para la niña y su hermana mayor, Génesis Sarahí. En la imagen muestran fotos de Diana Raquel. LA PRENSA/ Archivo/ Oscar Navarrete

Jesbelin Espinoza Calero también conocía a los hombres que la mataron. El 24 de noviembre de 2017 la niña estaba a menos de un mes de cumplir 12 años. Ese día Rommel Jiménez, de 27, la citó para que se encontraran en una pulpería del pueblo donde ambos vivían: Los Llanos, un caserío pobre y solitario en el departamento de Estelí.

Se terminaron viendo en un potrero, cerca de un pozo en construcción. Jiménez sabía que la madre de la menor ya se había enterado del “noviazgo” y que interpondría una denuncia en la Policía. Por la noche llegó a la cita armado con un machete y acompañado de su primo Jorbin García, de 21 años. Cuando la niña se resistió a sostener relaciones sexuales, la mató a machetazos.

De acuerdo con la Fiscalía, Jorbin también participó en el asesinato y luego ambos se deshicieron del cuerpo. Con sondaleza negra y alambres de púas, le amarraron una piedra de más de sesenta libras al vientre y luego la lanzaron al pozo, donde sería hallada tres meses después.

Recientemente un nuevo crimen cometido contra niñas conmovió al país. Dos hermanitas, de 12 y 9 años, fueron violadas y asesinadas a machetazos en el municipio de Mulukukú, a 240 kilómetros de Managua. El hombre que planificó y ejecutó los crímenes era un amigo de la familia. Rosario Soza Centeno, de 32 años, un agricultor que ya ha confesado lo que hizo y para quien el Ministerio Público ha solicitado 110 años de prisión.

Mientras se desarrolla el proceso contra el asesino de las hermanas, la abogada de Jorbin García, condenado a 20 años de cárcel por el homicidio de Jesbelin, está solicitando en Estelí que se “evalúe la conducta” de su defendido. Se presume que van a solicitar su libertad o al menos una rebaja de la pena, aunque solo ha cumplido tres años.

Lea además: Así fue el asesinato de Jesbelin, la niña encontrada en un pozo en Estelí

La pequeña Jesbelin Espinoza Calero estaba en quinto grado.

Aumento de casos

Es evidente que este año ha aumentado el número de niñas asesinadas en Nicaragua, señala María Teresa Blandón, reconocida experta en temas de género y activista feminista.

Con una ojeada a los medios de comunicación pueden identificarse al menos cinco femicidios contra niñas menores de 14 años: la niña a la que un guarda de seguridad mató con una escopeta en Bello Horizonte; la pequeña de cuatro años que en agosto fue asesinada junto con su madre por su padrastro, en Matagalpa; la niña de 10 años cuyo cadáver fue hallado en junio, semidesnudo, en un cauce del municipio de La Libertad, Chontales; y las dos hermanitas de Mulukukú. Todo esto sin contar los casos de abuso sexual.

No obstante, según el monitoreo independiente de Católicas por el Derecho a Decidir, en lo que va del año ya se registran diez femicidios contra niñas de 0 a 17 años. Mientras que en todo 2019 fueron siete.

Para Martha Flores, activista de la organización, el incremento de casos podría estar relacionado con los más de 23 mil reos comunes liberados por el régimen Ortega Murillo. Algo que envía a los agresores un mensaje de impunidad.

De acuerdo con los anuarios del Instituto de Medicina Legal (IML), de 2014 a 2018 en Nicaragua fueron asesinadas 43 niñas entre las edades de 0 a 13 años (un promedio de 8.6 por año) y 63 entre 0 y 17 años. A la fecha, no se han publicado las estadísticas oficiales de 2019.

De esos cinco años, el peor fue 2015. En el informe del IML aparecen 19 niñas de 0 a 13 años víctimas de homicidio. Nueve de ellas en el departamento de Jinotega. En agosto de ese año fue asesinada Deyling del Socorro Dávila, de 12 años; y su cuerpo encontrado en una propiedad de la comunidad Aguas Zarcas Abajo, en el municipio jinotegano de San José de Bocay, luego de tres días de búsqueda. La pequeña tenía una herida de arma blanca en el cuello y signos de agresión sexual. Alrededor estaban tirados sus útiles escolares y su celular.

Meses antes, el sábado 10 de enero de 2015, Walter José Huete, de 28 años, mató a su hijastra Yusdenia Olivas en el barrio capitalino Isaías Gómez. Ese día la niña estaba cumpliendo 13 años y pidió permiso a su madre para salir a celebrarlo con sus amigos; el padrastro montó en cólera y le asestó una puñalada en el cuello.

Cuando la Policía ingresó el caso al archivo, descubrió que Huete ya estaba circulado por haber matado a un hombre, Sulman Zeledón, el 25 de noviembre de 2007, en una calle del barrio Grenada, Managua. A él lo mató de una cuchillada en el pecho y, sin embargo, llevaba ocho años en completa impunidad. En el caso de su hijastra, el homicida quiso alegar “desequilibrio mental”, pero lo condenaron a 30 años de cárcel.

La casa donde vivía Jesbelin Espinoza Calero, en Los Llanos, Pueblo Nuevo. En la puerta quedó pegado uno de sus dibujos, con un corazón, un árbol, un río y un animal que parece ser un perro. LA PRENSA/ Archivo/ Oscar Navarrete

En 2016 el IML contabilizó cuatro niñas de 0 a 12 años víctimas de homicidio. El número subió a cinco en 2017 y a ocho en 2018. En la gran mayoría de los casos el agresor era conocido por su víctima. Lo que significa que, de alguna manera, gozaba de su confianza.

En 2017 Medicina Legal registró 61 femicidios y únicamente siete de los autores eran sujetos desconocidos. El resto entraba en las categorías de “pareja, expareja, otro familiar, conocido, novio y sin datos”. Ese fue el año que asesinaron a Jesbelin, la niña arrojada al pozo de Estelí.

Al año siguiente la cifra aumentó a 64 femicidios, de los cuales solo 20 fueron cometidos por agresores desconocidos. Los demás eran “parejas, exparejas, otros familiares y conocidos”.

Peligro en casa

“La mayoría de los agresores son hombres que están en el entorno cercano de la víctima: primos, tíos, el padrastro, el papá, el novio, el vecino, personas que tienen una cierta cotidianidad en el entorno de la víctima”, apunta María Teresa Blandón, socióloga. Como se trata de personas cercanas, las madres de las niñas “suelen creer que no se van a atrever a hacerles daño”.

Sin embargo, es precisamente esa cercanía lo que les da ventaja. La mayoría de los victimarios, afirma Blandón, “son parte de la familia o tienen acceso a los espacios donde están las víctimas. Incluso planifican momentos y lugares para quedarse a solas con ellas”.

Por otro lado, como el tema de las agresiones dentro del círculo cercano sigue siendo un tabú, en muchas ocasiones no se habla con las niñas y los niños, y por lo tanto sus tutores (madre, padre o ambos) no sospechan que algo raro está ocurriendo.

No se trata de “andar desconfiando de todo mundo” y tampoco de estar alerta las 24 horas, porque “eso es no es vida”, señala la experta. Lo que sí debe hacerse es mantener una “actitud vigilante”. “Hay que ver cómo se comportan los hombres de la casa, cómo se acercan a las criaturas y hay que promover relaciones de confianza con niñas y niños, para que al menor indicio puedan decir cómo se sienten”.

La mayoría de las niñas víctimas de asesinato vivían, además, en condiciones de extrema pobreza. Es el caso de todos los femicidios que hasta el momento hemos recordado. La abuela de Diana Raquel, quien se encargó de la crianza de la niña, lavaba ropa ajena, por ejemplo. Y la madre de las niñas de Mulukukú criaba sola a sus hijas en una diminuta casa de tablas viejas y techo de paja.

Lea también: Fiscalía pide 110 años de cárcel para asesino y violador confeso de las niñas de Mulukukú

Rosario Soza Centeno, de 32 años, autor confeso de los crímenes contra las hermanitas de Mulukukú, violadas y asesinadas a machetazos.

La niña mayor ya había sido violada en dos ocasiones, cuando tenía 6 y 8 años. El primero que abusó de ella fue un sobrino de su madre. El segundo, su propio padre. Su mamá, Carmen Rodríguez Dávila, fue a denunciarlos ante la Policía, pero no la escucharon.

“Me violaron a esa niña más grande, vine a poner la denuncia, solo agarraron los trapos y se pusieron a investigarme a mí, como que yo era la de la culpa”, relató entre lágrimas y sollozos al corresponsal del canal local Notimatv. “Les dije que lo espiaran porque ese día se podía ir y se fue y es hoy y no lo buscan. Dos veces me la violaron a la pobrecita. Y mire, yo ponía denuncia y no me escuchaban… No es una vez que me he ido a quejar a esa Policía, solo por decir que son y no le ayudan de corazón a uno”.

No era raro que Rosario Soza Centeno llegara a la casita donde Carmen vivía con sus niñas; pero en los días previos a los asesinatos estuvo apareciendo más seguido.

La última vez que visitó la vivienda fue al mediodía del pasado 12 de septiembre. Les pidió a las niñas que fueran a llamar a su madre al río para que la casa “no quedara sola” y a Carmen le dijo que tenía que irse porque iba a cobrar “los reales” de unos chanchos vendidos. Pero en lugar de irse recto por el camino, se “tiró por monte” para ir a buscar a las hermanitas, que a esa hora buscaban cangrejos en el río.

La madre no sospechó de Soza. Pensaba que de verdad se había “ido de viaje” a cobrar el dinero que le debían. Fueron los policías quienes empezaron a hacer preguntas que condujeron hacia él como principal sospechoso.
Al conocerse la noticia de los crímenes, estallaron las redes sociales y muchos se preguntaron: “¿Dónde estaba la madre?”. Algo que a juicio de María Teresa Blandón “es horrible”. “La sociedad tiende a poner de lado e incluso a justificar los comportamientos agresivos de los hombres y de manera casi automática, porque ya está instalado, a culpar a las madres. Detrás de todo eso hay una idea de que las madres son las únicas responsables de proteger a las criaturas”, expone.

El que muchos responsabilicen a las madres por lo que les ocurre a sus hijas y no a los agresores, muestra, por un lado, “un reconocimiento implícito de que los hombres no se involucran como las mujeres en el cuidado y la protección de los niños y las niñas”, apunta la socióloga. Sin embargo, por otra parte, “hay un juicio atroz por el cual se termina afirmando que, si la madre hubiese estado ahí, el agresor no hubiese agredido”.

Para la feminista, ese comportamiento es “el núcleo duro de la tolerancia social hacia los agresores”. Es como si la gente dijera: “Los hombres no se pueden contener, están hechos para ser violentos, y las que tienen que proteger a las posibles víctimas son las mujeres”.

El crimen de las niñas de Mulukukú ha conmovido a la sociedad nicaragüense; más que cualquier asesinato cometido contra una mujer adulta. En cierta forma eso es un reflejo de que, cuando se trata de víctimas mayores de edad, en una sociedad tan profundamente machista como la de Nicaragua “siempre permanece la marca sexista y el prejuicio”, analiza Blandón.

Las opiniones prejuiciadas suelen poner en tela de juicio “la moral de la víctima”. Se dice, por ejemplo, que era “vaga”, que le puso “los cuernos” al novio o al marido, casi siempre recurriendo a “indagar en la vida sexual de la víctima”. Pero esos prejuicios no pueden aplicarse cuando la víctima es una niña. “Ahí queda el delito al desnudo”, dice la especialista. Cuando eso pasa “la crueldad masculina no tiene oportunidad de justificarse”.

Aunque el Ministerio Público ha solicitado 110 años de prisión para el asesino de las hermanitas y la cárcel es una forma de justicia, jamás puede repararse el daño. No solo por las vidas que se pierden y por el sufrimiento ocasionado a las víctimas, también por el dolor que permanece en las familias.

“Las niñas sin discusión, sin nada me las degolló. Me mató a las dos”, llora la madre. “No me quiero dar cuenta jamás ni nunca que ese hombre está vivo o que anda libre. Mis niñas yo no las volveré a ver jamás ni nunca y darme cuenta que él ahí anda… Se lo juro que yo soy mujer, pero por Dios que a esa hora yo no sé qué haría”.

Los ataúdes de las niñas de Mulukukú. En 2020 han aumentado los crímenes contra niñas debido al contexto general, a la masiva liberación de reos comunes, a la impunidad que campea en el país y a que las prioridades de la Policía no tienen nada que ver con prevenir la violencia, señala la socióloga María Teresa Blandón.

Signos de alerta

Una de las principales conductas de los potenciales agresores es que intentan sostener una relación directa y cercana con las niñas o niños, pero a escondidas de sus tutores. Por eso es necesario mantener una buena comunicación con los pequeños y una actitud vigilante para detectar cualquier indicio o conducta sospechosa de parte de un posible agresor.

Estas son señales a tomar en cuenta, de acuerdo con la socióloga María Teresa Blandón, directora del programa feminista La Corriente. Sospeche de un sujeto cuando:

  • Procure una cercanía física con las criaturas, más allá del típico abrazo. Por ejemplo, que intente tenerlas sentadas en las piernas o que, de alguna manera, se mantengan en permanente contacto físico.
  • Haga muchas referencias sobre el cuerpo de las niñas o adolescentes.
  • Procure siempre quedarse a solas con las criaturas.
  • Irrumpa con frecuencia en los espacios privados de las niñas o niños. Por ejemplo, los cuartos o los baños. Por lo general, los agresores mantienen una actitud de acecho hacia sus víctimas.
  • Que vea pornografía o material erótico en presencia de las niñas o niños, para procurar su atención. Este es un intento de sexualizarlas y estimularlas, para luego abusar de ellas.
  • Que hurgue entre las ropas de las niñas o niños. Se trata de un comportamiento completamente anormal.
  • Que sin tener autorización de los padres o tutores busque a las criaturas en la escuela o las intercepte en la calle. Es decir, en lugares donde están fuera del control de personas adultas. Esto es “peligrosísimo” y una señal de alerta por excelencia. Los agresores desarrollan relaciones clandestinas con sus víctimas, porque saben lo que están haciendo. Unas veces las persuaden y otras las amenazan para que no les cuenten nada a sus padres. En muchas ocasiones, incluso, se aprovechan del afecto que las niñas y niños pueden desarrollar hacia ellos.
  • Que haga muchos regalos. Hay que observar la frecuencia y el tipo de objetos que ofrecen a sus posibles víctimas. No es normal que les lleven regalitos a cada momento y sin justificación. También se ha observado que hay agresores que regalan celulares para poder estar en contacto con las niñas. Se debe saber quién y cómo hizo cada regalo recibido por una niña o un niño.
Nora Hernández, abuela de la niña Diana Raquel. LA PRENSA/ Archivo/ Oscar Navarrete

También abuso sexual

De enero de 2014 a mayo de 2019, la Policía contabilizó a 6,719 víctimas de abuso “relacionado al orden sexual” en Nicaragua. Y las niñas menores de 14 años representaron un 42 por ciento de las víctimas a nivel nacional, cifras que según organizaciones feministas reflejan una realidad alarmante. Los datos fueron brindados por el comisionado de la Policía, Jaime Vanegas.

Hasta esa fecha los casos se habían presentado con mayor periodicidad en seis departamentos del país, las dos regiones autónomas y el Triángulo Minero.

La Prensa Domingo Femicidios Nicaragua niñas archivo

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí