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¿Cómo Daniel Ortega, con sus luces y sombras, se convirtió en un dictador en Nicaragua?

El libro “El Preso 198. Un perfil de Daniel Ortega”, del periodista Fabián Medina Sánchez, a debate en el libro-foro del Pen Nicaragua

¿Quién demonios es Ortega?, se preguntó el periodista Fabián Medina Sánchez en su columna semanal de LA PRENSA, En letra pequeña, un septiembre del 2018, fecha en que apareció su libro “El Preso 198. Un perfil de Daniel Ortega”. Un año después su revelador contenido, basado en entrevistas e investigaciones periodísticas, será debatido en el libro-foro del Pen Nicaragua.

Medina Sánchez, también autor de “Secretos de confesión” y “Los días de Somoza”, dos libros de personajes y entrevistas que marcan la historia del país en las recientes décadas marcadas por las dictaduras de Somoza y Ortega.


Foro debate: Martes 29 de octubre a las 6.30 p.m., Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra. Acompañarán a Medina Sánchez, Auxiliadora Marenco y Alfonso Malespín.


“El Preso 198. Un perfil de Daniel Ortega”, es la primera aproximación biográfica que se ha escrito en el país. Este acucioso perfil revela facetas de Ortega, su cambio de guerrillero a dictador con discursos mesiánicos, repetitivos. Y que para demostrar su poder en público, aparece escoltado por el alto mando policial y militar.

Su origen familiar, vida como estudiante, Boy Scout y monaguillo. Su incursión en la guerrilla, años de cárcel, torturas, miedos, traumas. El caso de violación de Zoilamérica Narváez. Su primera escolta personal formada de tres antiguos carceleros. Y sus hábitos de prisionero que mantiene en nuestros días.

Ortega nació un 11 de noviembre de 1945 en La Libertad, Chontales. Fue coordinador de la Junta de Gobierno (1979-1985), presidente (1985-1990). Perdió las elecciones en los 90.

Retornó al poder mediante elecciones fraudulentas (2007-2012),  se reeligió para el periodo (2012-2017), vuelve a reelegirse por cuarta vez (2017-2021) y lleva como vicepresidente a su esposa Rosario Murillo.

A partir de la represión del 2018 y lo que va del año,  su gobierno es señalado por organizaciones humanitarias de constantes violaciones a los derechos humanos de los nicaragüenses y de “crímenes de lesa humanidad”.

El libro “El Preso 198. Un perfil de Daniel Ortega”, se encuentra en las librerías de Hispamer y Literato; LA PRENSA, y en la plataforma de Amazón (digital e impreso).


El Periodista y escritor Fabián Medina Sánchez, también es autor de los libros: “Secretos de Confesión” (2002) y “Los Días de Somoza” (2009). LA PRENSA/Oscar Navarrete

Compartimos un fragmento del libro “El Preso 198. Un perfil de Daniel Ortega”:

La historia de Daniel Ortega es, en primer lugar, la de un sobreviviente. Poco de sus originales compañeros de lucha llegaron vivos hasta 1979. Incluso, es posible que los siete años de cárcel en los peores años del Frente Sandinista hayan determinado esa sobrevivencia.

Es la historia de un hombre cuyo tiempo lo colocó en un lugar privilegiado de la historia, el del guerrillero que llega a ser jefe de Estado y tiene, por tanto, la posibilidad de demostrar que valían la pena las ideas por las que luchó y por las que murieron miles de personas.

Lamentablemente ese no es el caso de Daniel Ortega. Al contrario. Desdijo con su actuación las razones que lo llevaron a esa posición de poder. Como se ve en este relato, Daniel Ortega convirtió al poder en el propósito de su vida.

El poder por el poder. Para ello eliminó toda la competencia interna, a costa incluso de la división en su partido, de tal forma que él y solo él ha sido el candidato del Frente Sandinista en siete elecciones consecutivas. Perdió una vez, otra y otra, hasta que al cuarto intento logró regresar al poder gracias, principalmente, a un ignominioso pacto con el caudillo liberal Arnoldo

Alemán. Una vez en la Presidencia de nuevo, diseñó su propia dictadura y activó la sucesión dinástica con el propósito de no irse nunca del poder.

Eliminó, fraude tras fraude, el poder del voto ciudadano para cambiar autoridades, para no dejarle a nadie más que a él la posibilidad de decidir quién y cómo se gobernará Nicaragua.

Hasta antes del 18 de abril de 2018 todo le funcionó más o menos bien. Las encuestas le otorgaron entre el 60 y 70 por ciento de las simpatías de la población. Las protestas generalmente no pasaban de conatos, porque eran reprimidas violentamente desde su origen por grupos de choque entrenados y dispuestos para este propósito. Toda esta maquinaria de poder era aceitada con los recursos del Estado y por unos 500 millones de dólares aproximadamente que llegaban cada año de la cooperación petrolera venezolana.

Estableció de facto una especie de apartheid, con dos categorías de ciudadanos: una que mostraba lealtad al partido de gobierno y con ello tenía todas las ventajas en becas, distribución de bienes, sentencias judiciales, trabajos, y la otra que, por ser crítica, era acosada, excluida de algunos espacios e ignorada por el Estado. El discurso oficialista puso énfasis en vender Nicaragua como el país más seguro de Centroamérica, con mayor crecimiento económico y gozando de paz, como si ese fuese el resultado de este modelo de gobierno autoritario y concentrado en una sola familia. El mensaje parecía ser: denme sus libertades y les daré paz y prosperidad. Cuando los ciudadanos, sin poder de voto y hastiados de ese sistema, salieron a las calles a pedir que se fuera del gobierno, masacró al pueblo nicaragüense para mantenerse en el poder, al costo que fuera.

A partir del 18 de abril Nicaragua cambió radicalmente. Comenzó con una protesta pacífica contra unas reformas a la Seguridad Social que recibió el mismo tratamiento de siempre: garrotazos de la Policía y los grupos de choque. La diferencia fue, esta vez, que la protesta no se disolvió. Al contrario, se multiplicó. El Gobierno respondió con más represión, incluyendo balas vivas contra los manifestantes. A los primeros muertos, Nicaragua se insurreccionó. Comenzaron a levantarse barricadas en los barrios y ciudades, y el tema de la protesta evolucionó del malestar por la reforma a la Seguridad Social a pedir la renuncia y rendición de cuentas ante la justicia de Daniel Ortega y todos los implicados en los crímenes. Tres meses después había más de 400 muertos, cárceles llenas de presos políticos, miles de nicaragüenses huyendo, escondidos o migrando hacia otros países, y un Daniel Ortega en jaque, aislado internacionalmente, y sostenido por un ejército de paramilitares, una Policía que se desnaturalizó, y un Ejército que simula estar al margen de todo. Las posibilidades de Ortega se redujeron notablemente y, a estas alturas, la sucesión dinástica parece un sueño de opio.

“Estamos ante un sujeto sádico, Daniel Ortega, de pensamiento esquizoide mágico, que es capaz de torturar y de matar para seguir llevando hasta lo indecible su delirio de poder. Un sujeto maniaco, que cuando se le hace ver la realidad evidentemente explota porque es un sujeto que vive a partir de un principio de fantasía y no un principio de realidad”, dice el doctor José Antonio Lara Peinado, de México, autor de la investigación Psicoanálisis del poder.

¿Cómo alguien con las pocas luces que los cercanos a Ortega dicen ver en él llegó a convertirse en el personaje más importante de los últimos 40 años en Nicaragua? León Trostky, disidente revolucionario ruso, dijo de Stalin que la posición que alcanzó en la desparecida Unión Soviética “fue la suprema expresión de la mediocridad del aparato”. Que Daniel Ortega llegase a ser la principal figura de una revolución triunfante, a pesar de su modesta participación en ella, que además se haya convertido en jefe de Estado, caudillo y dictador, a pesar de su poca preparación académica y el escaso carisma personal que se le achaca, solo se explica por la sobrevivencia de ese modelo de sociedad primitiva que pone sus destinos en manos del “hombre fuerte”, el gamonal de hacienda, el caudillo. Esa sociedad que se cree menor de edad, dependiente, que busca el hombre fuerte que la guíe y, a su vez, ese hombre fuerte cuida que la sociedad siga en esa condición de dependencia para evitar que crezca la poca república que lo negaría como figura de poder.

Si por Daniel Ortega y Rosario Murillo fuese, ellos serían el inicio de una dinastía de mil años, enraizada en una historia guerrillera donde Ortega mismo, como un semidiós, derrotó a la bestia negra que es el somocismo.

Para ello es necesario uno, tomar el poder; dos, reescribir la historia para asignarle el papel que cree merecer; tres, crear con la propaganda una realidad paralela donde la sociedad “vive bonito” y conforme; y cuarto, sostenerse en el poder a través del control total de las instituciones, el fraude y la represión al pensamiento diferente.

El orteguismo sólo es el somocismo con otro nombre, igual que el somocismo solo fue otra versión del zelayismo. Nicaragua no cambiará solo porque se vaya Daniel Ortega del poder. Cambiará cuando existan leyes e instituciones fuertes y, en consecuencia, deje de haber hombres fuertes.

Con la revolución sandinista en general, y con Daniel Ortega en particular, se perdió una oportunidad histórica para ese cambio. Daniel Ortega pudo pasar a la historia como el guerrillero que sufrió cárcel, encabezó una revolución triunfante, llegó a la Presidencia de la República, dejó su legado, bueno o malo, y se fue. Pero esa no es la historia de Ortega.

“La historia será amable conmigo, porque tengo intención de escribirla”, dijo el primer ministro británico Winston Churchill en su momento.

Este trabajo no trata convencer a nadie de que Daniel Ortega es buena o mala persona, que tiene pocos o muchos méritos como guerrillero, caudillo o jefe de Estado, o que es trascendente o intrascendente en términos históricos. La idea fue siempre dejar que los hechos hablen. No se pueden inventar unas situaciones y ocultar otras, según nuestros intereses, simpatías o antipatías personales. Porque así como resulta un ridículo histórico que Daniel Ortega, como Churchill, trate de reescribir su vida a la medida de sus pretensiones de poder y grandeza, tampoco puede alguien contar su historia con la pretensión de lo contrario, achicarlo o ridiculizarlo más allá de sus propios actos.

Lo justo es contarlo tal cual lo muestran los hechos. Con sus luces y sombras. Y que sea la historia y el juicio de cada lector quienes los juzguen. Que lo absuelva o lo condene.

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