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Amak, colonos, invasores

Esta es una de las viviendas que han construido los colonos sobre las comunidades del territorio Mayangna Sauni Bu. LA PRENSA/Cortesía

“Si regreso ahí me pueden matar”. La historia de una mujer a la que los colonos le invadieron su propiedad en una comunidad indígena en Bosawas

En 2018, Ileana Dixon, vivió en carne propia un problema que desde hace años afecta al territorio indígena Mayangna Sauni Bu: la invasión de colonos. Ella junto a su familia tuvo que abandonar las 2,000 manzanas que le pertenecían

Ileana Dixon es una habitante de la comunidad Amak, del territorio indígena Mayangna Sauni Bu, ubicado en la Reserva de Biósfera de Bosawas. En 2018 vivió en carne propia un problema que desde hace años afecta a los territorios indígenas: la invasión de colonos. Las 2,000 manzanas que le pertenecían a ella y a su familia fueron arrebatadas, según su versión, por un hombre originario de Siuna.

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El 22 de abril del año pasado a eso de las 11:30 de la mañana, ella estaba en su casa junto a su marido cuando llegó el colono acompañado de otros hombres, todos armados. Luego de golpearla, le dijo que de sus 2,000 manzanas le dejaría diez a ella, donde estaba ubicada su casa y donde sembraba maíz y frijoles, y él se apropiaría del resto.

“Si regreso ahí me pueden matar. Es una inseguridad totalmente”, asegura Dixon, quien hace seis meses regresó a la zona, llamada Ulamak, para observar cómo estaban las tierras. Lo que vio fue a los invasores sembrando y despalando.

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Aunque Dixon es la más afectada en su zona, la invasión ha alcanzado el 95 por ciento del territorio en los últimos tres años, según un coordinador comunal de Amak, quien prefiere mantener el anonimato por motivos de seguridad. El territorio Mayangna Sauni Bu está compuesto por 19 comunidades de las cuales las más afectadas son: Wisuh, Yapuwas, Kudahwas, Wina, Ahsawas, Nawahwas y Amak.

El despale es una de las afectaciones que deja la invasión de los colonos a las comunidades indígenas. LA PRENSA/Cortesía

Esta última comunidad queda a dos días, viajando en bus y bote, de la cabecera del departamento de Jinotega. Las familias que habitan la zona sobreviven de la pesca, la caza y la siembra de banano, arroz, frijoles y maíz. Los productos son de consumo propio, pues no es rentable comercializarlos por la lejanía de la zona. Para movilizarse, sus habitantes viajan en bote y no cuentan con el servicio de agua potable, ni de energía eléctrica. A pesar de que tienen un puesto médico, este apenas abastece durante dos o tres días con medicamentos a los indígenas, por lo que deben recurrir a la medicina natural. Y el nivel de educación apenas alcanza la secundaria.

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Las tierras de Dixon estaban ubicadas a las afueras del poblado de Amak y en ella habitaban unas 70 personas, incluyendo menores y personas de la tercera edad. El día de la invasión, cuenta Dixon, el colono le aseguró que “cuando hayan autoridades les voy a entregar la propiedad, mientras no haya autoridad va a ser ocupado”. Aunque Dixon aceptó la propuesta del colono de quedarse con las diez manzanas, tuvo que salir del lugar tiempo después por su seguridad y otros problemas personales. Ahora habita junto a su familia en el poblado de Amak, donde tenía otra vivienda y en la que su vecino acordó compartirle unas 50 manzanas para que trabajara la tierra y pudiera alimentarse junto a su familia.

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Aunque Dixon cuenta con un título de propiedad comunal que la certificaba como dueña de las tierras bajo la ley 445, Ley de Propiedad Comunal de los Pueblos Indígenas, la invasión ocurrió. La mujer supo que un grupo de indígenas identificados como “los Jarquines” se encargó de venderle al colono su propiedad a cambio de animales y 95 mil córdobas.

El hecho fue denunciado ante el líder territorial, pero éste, asegura Dixon, no le dio respuesta y le aseguró que no contaban con autoridades para que resolvieran el caso. “A las autoridades que ayuden, que resuelvan, que legalicen y me devuelvan la propiedad que me pertenecía”, es la demanda de Dixon, que ahora sobrevive lavando ropa ajena en la comunidad y de la siembra que realiza su familia.

Los colonos despalan la zona que invaden para la ganadería. LA PRENSA/Cortesía

Efectos de la invasión

A nivel del territorio son aproximadamente 3,000 familias indígenas mayangnas, dice el coordinador comunal, de las cuales 150 familias han tenido que emigrar a otras comunidades producto de la invasión, pues los colonos se han apropiado desde el corazón de la Reserva hasta la zona de Pueblo Amado. “Nosotros los indígenas por varios años habíamos cuidado esta Reserva, pero lamentablemente lo que está pasando nos hace botar lágrimas. ¿Nuestros niños, hijos, todos lo que habitamos (aquí), dónde vamos a vivir?”, agrega el líder.

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La invasión de los colonos ha provocado que los comunitarios se queden sin fuentes hídricas, pesquen, siembren e incluso construyan sus casas pues el material está en la zona montañosa y los invasores no permiten que ingresen al lugar. “Antes tomábamos agua de un río que se llama Amak, ahora como fue invadido estamos escasos de agua, aunque estemos en la reserva”, asegura el coordinador comunal. Las pocas fuentes hídricas que quedan en el territorio mayangna están siendo contaminadas por la actividad ganadera que realizan los colonos. Los ríos contaminados son el río Bocay, río Wina, río Puyu, caño de Ulamak, caño de Kuli, caño de Sanawas y Kul Wasn.

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“De ese 95 por ciento (de tierras ocupadas) le puedo comentar de que al nivel del territorio que era reserva ya no entramos nosotros los indígenas, porque si vamos es un conflicto, si vamos a pescar es un conflicto, si vamos a sacar madera es un conflicto, amenazas de muerte; entonces hemos abandonado nuestro territorio, nuestra reserva”, dice.

Los colonos, según el dirigente, son originarios de El Rama, Tipitapa, Bluefields, Ayapal, Bonanza y Siuna y se establecen en la zona montañosa de la región, a veces con el apoyo de otras familias de mayangnas. “A la orilla de las comunidad ellos vienen a ofrecer dinero, vienen a platicar con los dueños de propiedades que tienen los indígenas”, indica, pero si éstos se oponen los amenazan con apropiarse a la fuerza, pues llegan al territorio con pistolas y escopetas. Estas amenazas han desencadenado enfrentamientos que han cobrado la vida de tres personas en los últimos años.

La invasión de los colonos al territorio indígena ha empeorado en los últimos tres años. LA PRENSA/Cortesía

Ineficiencia del líder territorial

El coordinador comunal, que prefirió omitir su nombre por seguridad, sostiene que la situación que enfrentan se ha agravado por la mala ejecución del líder territorial que lleva dos años al mando de la comunidad, pues permite la invasión de los colonos, al otorgarles avales políticos para que se apropien de las tierras. “Pasaron los dos años, más bien pidió ayuda para que le dieramos un año más de prórroga, entonces ante esta situación, le dimos aval para que se preocupara, pero más bien parece que tenía otros intereses personales”, dice.

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Ahora, los pobladores se reúnen constantemente “para ver cómo nos autosostenemos” y han organizado un nuevo movimiento denominado Gobernanza Municipal, con el que pretenden realizar una asamblea a finales del año para elegir a un nuevo líder. A esta nueva organización se le suman otros movimientos, como el de jóvenes. “Es muy alarmante, la situación se ha aguantado mucho y no podemos dejar este caso. Queremos levantar nuestra voz”, asegura el joven Rike Pineda, miembro de la comunidad Amak.

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