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proceso electoral, Daniel Ortega, Nicaragua

Día de votaciones, el 25 de febrero de 1990, en Pantasma, Jinotega. La concurrencia a las urnas fue masiva y bajo observación internacional. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

El bálsamo del proceso electoral de 1990

Daniel Ortega adelantó nueve meses las elecciones de 1990 y resultó en un alivio para la tensión que había en Nicaragua. Casi 30 años después, Ortega no quiere saber de adelanto de elecciones

“Yo estuve (en la Presidencia de la República) cinco años y un embarazo”, solía decir Violeta Barrios de Chamorro, según recuerda el analista político Carlos Tünnermann. Lo del “embarazo” Barrios de Chamorro lo decía porque ganó unas elecciones que se realizaron nueve meses antes de lo que estaba previsto.

Adelantar las elecciones de 1990, que según la Constitución Política debían realizarse en noviembre pero se efectuaron el 25 de febrero de ese año, fue una decisión unilateral del entonces presidente Daniel Ortega, explica el exjefe contra Luis Fley.

La guerra civil que vivió Nicaragua en la década de los años ochenta tenía contra las cuerdas al gobierno revolucionario de los sandinistas, ya que había producido miles de muertos, migración y una crisis económica desesperante. Adelantar las elecciones era la mejor forma de terminar el conflicto armado, analiza la comandante guerrillera Dora María Téllez.

A la postre, según diversos analistas, las elecciones del 25 de febrero de 1990 fueron como “un bálsamo” para todos los problemas que había en Nicaragua para 1989. “Cuando hay elecciones limpias, justas, transparentes, ganan todos”, dijo el especialista en procesos electorales Roberto Courtney.

Un domingo en que madres y padres visitan en la escuela de Mulukukú a sus hijos que cumplen el Servicio Militar Patriótico (SMP). Los sandinistas estaban claros de que el SMP era causa de malestar aún entre sus propios simpatizantes, pero el mismo Daniel Ortega confesó en una entrevista que no lo podían eliminar por el acecho de la contra. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

La decisión

Una tarde de enero de 1989, Daniel Ortega iba manejando su jeep y como copiloto llevaba a su vicepresidente, el escritor Sergio Ramírez Mercado, quien cuenta en su libro Adiós Muchachos que en esa ocasión convinieron en adelantar las elecciones a febrero de 1990.

Los motivos para llevar a esta decisión son múltiples, de acuerdo con diversos personajes que fueron protagonistas de este momento de la historia de Nicaragua.

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La Unión Soviética ya no quería ni podía seguir financiando a los sandinistas, explica Moisés Hassan. De acuerdo con Hassan, en 1988 la Unión Soviética mandó a Boris Yeltsin a Nicaragua a comunicarle a los sandinistas que se acababa la ayuda soviética. Además, Yeltsin llevó un reporte a los soviéticos de que los sandinistas no podían ganar la guerra a la Contra, tampoco podían levantar la economía de Nicaragua pero sí podían vivir con lujos.

Lo que Ramírez Mercado indica en su libro es que el gobierno ya estaba agotado de tantos problemas que había, como los muertos por la guerra y la crisis económica.

El asedio a los comerciantes y a los campesinos por parte de Micoin fue otro factor que mantenía estresada a la población nicaragüense y en contra de los sandinistas. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

Un exaliado de Ortega, Agustín Jarquín Anaya, recuerda que había mucha represión contra diferentes sectores de la sociedad. A los políticos, a como ocurre en la actualidad, no los dejaban manifestarse, y a los campesinos los sandinistas los obligaban a venderles sus cosechas a bajo precio, tanto que los productores a veces preferían dejar perder las mismas.

Los mismos sandinistas, la Dirección Nacional del FSLN, analizaron después, en un documento que está en el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (Ihnca), que ya era intolerable el Servicio Militar Patriótico (SMP). Por causa del SMP habían muerto muchos jóvenes y se habían ido del país muchos otros.

“Al momento de iniciarse el proceso electoral, el país continuaba sumido en una grave crisis económica que había provocado un profundo deterioro en las condiciones de vida de la población. Los desequilibrios estructurales y los efectos de la crisis económica internacional fueron agudizados en extremo por la política de agresión norteamericana. Los yanquis nos bloquearon, sabotearon nuestra economía, chantajearon a nuestros aliados y amigos y nos impusieron una guerra que destruyó vidas y propiedades, y consumió miles de millones de dólares de nuestros escasos recursos”, reza parte del análisis que hizo el sandinismo después que sufrieron la derrota electoral.

Tres cosas agudizaron los problemas económicos del país, según los mismos sandinistas: arrebatarle las cosechas a los campesinos, hostigar a los comerciantes con el tema de la especulación y racionar la venta de alimentos y otros productos a la población.

También estaba el tema de la hiperinflación. Apenas un año antes de que en febrero de 1989 Ortega se comprometiera ante los demás presidentes centroamericanos a adelantar las elecciones, el gobierno sandinista implementó un cambio de moneda en el que miles de nicaragüenses quedaron descapitalizados. En la operación, que se llamó Bertha, por cada mil córdobas viejos el ciudadano recibía un córdoba nuevo. A cada persona se le cambió un máximo de diez millones de córdobas “viejos”, es decir, un máximo de diez mil córdobas “nuevos”. Así, entre personas que no lograron cambiar y personas a quienes no se le cambió todo el dinero que tenían ahorrado, muchos fueron quienes se sintieron “asaltados” por el Gobierno.

Además, desde 1987 los sandinistas buscaban lograr la paz cuando firmaron los Acuerdos de Esquipulas II.

“Veíamos las elecciones como la mejor manera de conseguir una situación de estabilidad que nos permitiera iniciar, por fin, la reconstrucción del país. Las señales de inconformidad, la resistencia creciente frente al servicio militar, las calamidades económicas, las considerábamos situaciones pasajeras a las que, precisamente, el cese de la guerra traería remedio”, escribió Ramírez Mercado. Es decir, los sandinistas contaban con que tenían las elecciones ganadas, señala el analista Carlos Tünnermann.

La candidata de la UNO, Violeta Barrios de Chamorro, en campaña en el departamento de Rivas, el 2 de diciembre de 1989. Ella fue capaz de unir a los opositores al FSLN. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

Un cambio de actitud

De alguna manera, estar inmerso en un proceso electoral obligó a Daniel Ortega a hacer un cambio. En su libro de memorias Sueños del Corazón, Violeta Barrios de Chamorro cuenta que en agosto de 1989 Ortega hizo un intento de reconciliarse con los grupos de oposición.

“Nos convocó a un diálogo nacional para resolver las diferencias. En el encuentro, Daniel realizó una serie de concesiones. Se comprometió a suspender el reclutamiento militar durante seis meses, a poner fin a las detenciones de activistas políticos y a conceder un tiempo igual en la televisión a los partidos de oposición. A cambio, los partidos de oposición tenían que exigir el desarme de la Contra”, escribió Barrios de Chamorro.

De acuerdo con el analista Roberto Courtney, un proceso electoral limpio, justo, transparente, tiene la virtud de llevar a todos hacia el “centro”, es decir, de alejarse de las posiciones extremas, “que es donde están los que quieren sangre”. “Las elecciones te despolarizan y te llevan hacia el centro, que es donde está la gente juiciosa. A tu misma base le gusta el centro, aunque tengan posiciones extremas”, explicó Courtney.

Daniel Ortega Saavedra en campaña electoral, en noviembre de 1989. Los sandinistas estaban triunfalistas y pensaban que iban a ganar, admitieron después de la derrota. LA PRENSA/ CORTESÍA/ IHNCA

Según Courtney, en todo país donde hay una situación de polarización y de violencia, “el ejercicio electoral tiene un efecto balsámico y muy positivo. Todo país en guerra sale de ella con elecciones justas, porque con ellas ganan todos”.

Y, afirma Agustín Jarquín Anaya, lo de ganar todos habría pasado con las elecciones de 1990, en las que, a pesar de haber sufrido una fuerte derrota electoral, Daniel Ortega emergió como el primer candidato en la historia de Nicaragua en reconocer haber sido derrotado por el candidato de un partido rival, ya que hasta entonces solo había habido cambios de gobierno por las balas o por elecciones ganadas por un candidato del mismo partido en el gobierno.

Además indica Jarquín Anaya, las elecciones de 1990 fueron como un “parte aguas”, ya que marcó el fin definitivo de la guerra y dio paso a gobiernos civiles en Nicaragua, poniéndose a tono con el resto de Centroamérica, donde en varios países hubo elecciones en 1989.

El disidente sandinista Moisés Hassan destaca que durante el proceso electoral de 1990 hubo un gran alivio de la tensión que había en Nicaragua, porque los opositores pudieron luchar cívicamente sin temor a ser reprimidos y además hubo una amnistía, en la que salieron de las cárceles sandinistas muchos presos políticos, entre ellos exguardias de Somoza.

En la Contra, el adelanto de las elecciones fue recibido con mucho escepticismo, sin embargo, el exjefe contra Luis Fley afirma que con ese anuncio la Contra logró su objetivo de que en Nicaragua se realizaran elecciones limpias, justas y transparentes. “Las elecciones de 1990 fueron trascendentales para Nicaragua, significó un cambio para el país, pasar del totalitarismo hacia una naciente democracia, de la noche al día”, expresó Fley.

Se necesitan otras elecciones adelantadas

El experto electoral Roberto Courtney indicó que el expresidente costarricense Óscar Arias explicó muy bien por qué Ortega aceptó adelantar las elecciones de 1990 y ahora se niega a adelantar las del 2021, cuando expresó que en 1989 Daniel Ortega tenía una expectativa de ganar las de 1990 y vio la salida electoral atractiva con la cual pretendía quitarle argumentos a sus enemigos.
“Ahora, Ortega siente la urna como el purgatorio y la democracia como el infierno”, manifestó Courtney.

La comandante guerrillera Dora María Téllez explica que en la actualidad se está hablando de la necesidad de nuevamente adelantar las elecciones, programadas para el 2021, ya que se está en una “crisis de clara ingobernabilidad”.

Según Roberto Courtney, un candidato o un gobernante puede decir que un 70 por ciento del electorado está con él, pero no le sirve de mucho si esa cifra en realidad “no vale un centavo” y es mejor que solo tenga un 30 por ciento pero que sea una cifra real, algo que en el caso de Daniel Ortega en la actualidad solamente se sabría si se realizan unas elecciones correctas.

“Cuando hay elecciones justas no es una situación de perderlo todo, porque el pastel queda bien repartido y todos pasan a ser parte de la solución y ya nadie actúa como ladrón”, manifestó Courtney.

Hasta el momento, después de las protestas sociales que iniciaron en abril pasado y que han costado la vida a más de cuatrocientos nicaragüenses debido a la represión con armas de guerra por parte del gobierno de Daniel Ortega, el actual mandatario se niega a adelantar las elecciones que están programadas para el 2021.

“Ya habrá tiempo, tal como manda la ley, habrá tiempo para elecciones, todo tiene su tiempo”, dijo Ortega en julio pasado, cuando acusó a los obispos de la Iglesia católica de “golpistas”, porque ellos trasladaron a Ortega la propuesta realizada por la Alianza Cívica de realizar elecciones en marzo del 2019.

Al igual que en 1989, el ejecutivo de Ortega no permite que el pueblo se exprese en las calles. El ingeniero Agustín Jarquín Anaya observa dos diferencias entre la actualidad y 1989: hoy la represión es más cruel y en aquel entonces no existían las redes sociales, con las cuales el pueblo está documentando mejor esa represión.

Cifras de la guerra

Aunque nunca se brindó una cifra oficial de los muertos en la guerra civil de los años ochenta, varios organismos estiman que hubo entre treinta mil y cincuenta mil muertos en ese conflicto entre los sandinistas y la Contra. En la edición de junio de 1983, la revista Envío, en un escrito de Raquel Fernández, calcula las víctimas de esa guerra en 150 mil, entre muertos, discapacitados, viudas y huérfanos.

El exjefe contra Óscar Sobalvarro reconoció que ese cuerpo armado sufrió 13 mil muertos. Y del Ejército Popular Sandinista (EPS) dijo que pudieron ser entre 15 mil y 20 mil muertos.

El número de jóvenes reclutados por el Ejército Popular Sandinista también es un misterio. El periodista Luis Duarte indicó que los datos del INEC, actualmente Instituto de Información de Desarrollo (Inide), sostienen que la población de jóvenes entre 15 y 29 años para 1986 era de casi 420 mil.

En cuanto a lo económico, doña Violeta Barrios de Chamorro indicó que para 1989 el 65 por ciento de la fuerza de trabajo carecía de empleo, más del 70 por ciento de los nicaragüenses estaba en extrema pobreza y la inflación ascendía a 20 mil por ciento al año.

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