Hace 261 años en Londres, un 11 de abril, nació un niño llamado James Parkinson que se convertiría en uno de los más importantes médicos clínicos que nos legara el estudio de la “parálisis agitante” (1871), que después de su muerte fue nombrada Enfermedad de Parkinson (EP).
La EP registra cinco millones de afectados en el mundo y en nuestro país unas 1,500 personas. Está producida por el deterioro progresivo de causa desconocida, en una zona del cerebro productora de dopamina localizada en la sustancia negra.
Produce manifestaciones motoras y no motoras que afectan a personas de todos los sexos, razas y ocupaciones en la inmensa mayoría de los casos a partir de 60 años.
La herencia parece aumentar riesgo de padecerla y las personas de área rural resultan más afectadas, al parecer por efecto de plaguicidas.
Manifestaciones cardinales: temblor que aparece cuando el paciente está en reposo, pero disminuye cuando realiza actividad o al dormir. En los dedos de las manos adquiere el aspecto clásico de “contar monedas”.
La bradicinesia o movimientos lentos afectan la movilidad y dificulta al levantarse de una silla o de la cama y hace que camine de forma lenta. Movimientos finos se alteran. Hay rigidez muscular y la alteración al estar de pie que favorecen las caídas, que junto con las infecciones son las principales causas de muerte en estos pacientes.
Los síntomas empeoran con el paso del tiempo y se incrementan con estrés, además se produce mejoría con el sueño y la relajación.
Otras manifestaciones: letra pequeña, ausencia de expresión facial que se acompaña de disminución de parpadeo, dificultades para tragar y voz “apagada”
Otros síntomas: depresión y ansiedad, trastornos del sueño, dificultades de aprendizaje, demencia, alteraciones de la presión arterial.
El médico internista puede ayudarle.
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