Jesucristo nunca dijo que la Iglesia se convertiría en un partido político. Pero esta, como una poderosa institución espiritual ha sido un atractivo pastel a través de la historia para muchos, que invocando justicia fabrican profecías donde el pastor o el líder cristiano es llamado a lanzar una candidatura para liderar el país y así convocar a las “ovejas”, vendiendo el atractivo paquete de un futuro gobierno. Todos participarán de esa “primicia” del reino en la tierra, como seducción subliminal de un singular evangelio político.
“Es una gran tentación utilizar el poder político al servicio de la Iglesia”, dice José Miguel Bonino en su libro Poder del Evangelio y poder político (1999); y añade, “no nos engañemos si nosotros decimos que todo lo hacemos para el avance del evangelio, pues para eso bastarían nuestras iglesias”. Entonces ¿qué buscan realmente los pastores que dicen querer cambiar el país y darle el rostro de la justicia de Dios? ¿Será que fracasaron en la Iglesia, al no poder sembrar desde el púlpito la semilla del evangelio de Cristo en la conciencia de sus ovejas?
En Latinoamérica el poder de la Iglesia es grande, su convocatoria no tiene acepción de personas, sus asientos testimonian las visitas de grandes y pequeños. Empresarios, políticos, académicos, gobiernos y oposición, todos acuden en busca del solaz espiritual y el perdón para lograr la visa al cielo. ¿Es que el poder de Cristo Jesús, a quien dicen representar los pastores ya no sirve? La gran mayoría de políticos activos están en la Iglesia, hasta sueñan con poder escalar a un gobierno de púlpito. Entonces ¿qué es lo que impulsa a catapultar el pastorado a la arena política?
Claro, cuando un líder de la Iglesia habla, dicen, es la Iglesia la que habla, es la Iglesia la que quiere, es Dios quien inspira. El gobierno pregunta: ¿a quién representa este candidato? Entonces salta lo de la Iglesia. Miles de ovejas domesticadas espiritualmente reafirman con su cédula, ser el respaldo de la santidad que les ha vendido su guía. Nadie puede acusar de truhán al pastor —cualquiera que sea este, y cualquiera que sea su decisión—, ya que podrían pasar al mundo de las almas que penan en vida, sin Iglesia que los reciba.
Tenemos que hacer la diferencia entre un ciudadano cristiano de cualquier denominación que quiera lanzarse a una carrera política y un líder de la Iglesia. ¿Qué es lo que no aplica aquí? Es que la búsqueda de justicia se convierte en otra cosa cuando un candidato deja su pastorado y su liderazgo espiritual de la Iglesia donde ministra, asumiendo que “ayuda más dentro del gobierno” apoyándose —aunque no públicamente— en las ovejas, a quienes ha manipulado con una supuesta santidad a prueba de fuego. La realidad es que se intenta llevar a la Iglesia donde no se puede llevar. Donde se discuten asuntos de un terreno nada espiritual, salpicado de intereses personales y luchas de poder, ¿cómo va a insertarse ahí un pastor que predica los intereses del amor, la paz y la fe cristiana?
Decidir que un partido político podría cambiar el corazón del hombre es insensato, si la Iglesia lleva más de dos mil años en esa tarea. Esa ilusión que nos dice Bonino de creer que “como creyentes somos incorruptibles” es grave. Hay muchos cristianos en la política, haciendo un buen trabajo y son orgullo de la Iglesia, esa es su misión. Lo que muchos ven como desatino, es intentar participar en el ejercicio de gobernar un país, cuando el trabajo de toda la vida ha sido el púlpito, con únicamente “fieles oidores”, y asumir que esa experiencia pueda trasladarse a paredes que no son el templo. “El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse”, nos recuerda el novelista francés Roger Martin du Gard.
El autor es escritor
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