En ocasión de su 80 cumpleaños, la trayectoria profesional de Jaime Incer Barquero ha sido elogiada en numerosos foros. Por el esplendor de su obra probablemente sea el científico más influyente en la historia de Nicaragua.
Su versatilidad intelectual y cultura científica le han permitido moverse con soltura en una amplia esfera de disciplinas. Además de dominar ciencias “duras” como la ecología, biología, botánica y astronomía, ha destacado también en geografía e historia.
¿Quién si no Incer pudiera dirigir con tanta destreza, por ejemplo, una facultad que entrelace las humanidades y las ciencias, como lo hiciera en la Universidad Centroamericana?
A pesar de que el quehacer científico nunca haya sido suficientemente valorado y que los posgrados continúen siendo esencialmente profesionalizantes en nuestro país, el doctor Incer ha sido persistente en estimular la pasión por la investigación. El sistemático desdén por la ciencia ha dificultado, sin embargo, que la semilla cayera en tierra más fértil. Fiel creyente de la inversión en desarrollo científico, Incer puso en el debate público la importancia de la ciencia para el desarrollo humano y social.
La educación y la investigación científica no han desempeñado en Nicaragua el papel crítico que deberían jugar en la construcción de una sociedad avanzada. Reclamando que la postración económica tiene su raíz en la exigua inversión en educación y ciencia, el doctor Incer ha abogado por una política científica de largo plazo.
Por décadas Incer ha insistido en que el mejoramiento de los contenidos educativos se vincula intrínsecamente a una visión científica del mundo. Su pasión por la mejora de los niveles educativos lo llevó a la popularización de la ciencia, convirtiendo el conocimiento en información asequible y comprensible para todos. Un ejemplo es su Manual de Astronomía para centroamericanos (2013).
Como Carl Sagan, que destaca a nivel global por su trabajo de difusión científica, Nicaragua tiene en Incer su astrónomo y divulgador más aplaudido. Esa notoriedad, de la que difícilmente goza cualquier otro investigador, se explica porque no ha sido un científico recluido en un laboratorio.
Cosmopolita pero también lugareño, el doctor Incer se desenvuelve a gusto entre los pobladores de las comunidades por donde le llevan sus estudios. Esto le ha ganado el reconocimiento de su pueblo, una verdadera hazaña en el contexto actual en el que la imagen de un científico difícilmente compite con la de un pelotero o la de un boxeador. Como se supone que el científico es un sabio que lo sabe todo —así lo cuenta Incer— igual se le pregunta del efecto del eclipse en las embarazadas como de los espíritus en el “grisi siknis”.
Pero la gloria de Incer se debe especialmente a su humanismo expresado en su obra de protección de la naturaleza que le mereciera la distinción de “Líder Conservacionista” de la National Geographic Society. Hombre probo, sincero, humilde, se le ve con los jóvenes en campañas de reforestación o de limpieza de ríos y lagunas, enfrentado las crisis con responsabilidad y perseverancia. Como lo dijera en los foros de la Academia de Ciencias: la destrucción ambiental es un problema más ético que científico.
Entendiendo así los desafíos actuales, aprendemos de Incer que es inaceptable hacerse el desinformado, que no cabe el silencio porque terminamos siendo encubridores y cómplices de las atrocidades. Por eso seguiremos viendo por allí al doctor Incer, libro en mano a sus 80 años, defendiendo valientemente nuestros bosques y lagos de los traficantes y especuladores.
Honor a este ilustre nicaragüense, pilar del pensamiento conservacionista.
El autor es doctor en biología molecular
Ver en la versión impresa las páginas: 10 A