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El infierno de Massiel

Massiel Serrano fue una niña asmática y por lo mismo, solitaria. Jugaba en el patio de la casa de sus padres; enlodando las sábanas con que improvisaba ranchitos para ella y sus muñecas. Hacía tortas de lodo que colocaba en diminutos platos de plástico sobre hojas caídas que funcionaban como tortillas. Luego bañaba a sus muñecos de trapo. Y perdida la paciencia, su mamá, doña Eva Benavides, la regañaba: “¡Massiel, esos muñecos no se mojan!”.

Por Amalia del Cid

Massiel Serrano fue una niña asmática y por lo mismo, solitaria. Jugaba en el patio de la casa de sus padres; enlodando las sábanas con que improvisaba ranchitos para ella y sus muñecas. Hacía tortas de lodo que colocaba en diminutos platos de plástico sobre hojas caídas que funcionaban como tortillas. Luego bañaba a sus muñecos de trapo. Y perdida la paciencia, su mamá, doña Eva Benavides, la regañaba: “¡Massiel, esos muñecos no se mojan!”.

Massiel Serrano Benavides, 28 años (q.e.p.d.).

La niña nació el 24 de julio de 1984 y “mire usted cómo son las cosas”, en esa misma fecha, pero del 2013, se entregó a la Policía el hombre que la mató, cuenta doña Eva, envuelta en sus recuerdos y su tristeza, sentada en la sala donde hasta hace poco más de un año platicaba con su hija. Massiel vino al mundo en el Fernando Vélez Paiz, a las 2:00 de la madrugada, y era “pelona y rosada”. Su padre, Luis Serrano, cree que el aire acondicionado la resfrió y la dejó enferma de asma, porque cuando la sacó del hospital para llevarla a casa “tenía los ojitos llorosos”.

Fue la menor de los cuatro hijos de doña Eva y los dos de don Luis. Creció en el barrio Altagracia, en Managua, y según sus padres era tan bien portada que nunca le pegaron. “Ni siquiera un jalón de oreja”. Terminó la escuela primaria gracias a una beca y culminó la secundaria en el colegio María Inmaculada. Como era “hermosa y popular” fue palillona dos años seguidos, dice su mamá. Y muestra la foto donde, vestida de azul y blanco, Massiel dirige a un grupo de colegialas en una calle de la capital.

Era una enamorada de la belleza. Se vestía con esmero, poniendo atención a detalles como la combinación del color de las botas con el de la camisa, y asimismo arreglaba a sus hijos, una niña y un niño. Cuatro años antes de su muerte aprendió estilismo en una academia con la intención de poner un salón en su casa; no lo hizo, pero trabajaba a domicilio y desde entonces le “hacía las manos y los pies” a su mamá y le teñía las canas a su padre.

Tejía gorritos, chalecos y zapatitos de lana; hacía “rumbos” en una máquina de coser y vendía de casa en casa mercadería que compraba en el Oriental. Le gustaban las sopas y domingo a domingo cocinaba una perolada. También tenía debilidad por el pollo rostizado, pero solo cuando se trataba de “pollos anónimos”, es decir, no era capaz de comerse a las gallinas que había visto vivas.

Tuvo un gato llamado “Mocho”, al que bañaba con champú, igual que a los muñecos de trapo de su infancia.

A los 17 años conoció al hombre que sería el padre de sus hijos, cuando ambos trabajaban en una zona franca, y se quedó con él durante once años. Se separaron porque “parece que él andaba con otra”, dice doña Eva. Entonces Massiel conoció a Andy Rivera, de 32 años, quien vivía de alquilar juegos de vídeo. La relación solo duró nueve meses; pero fueron tormentosos y acabaron en un crimen que a doña Eva le parece salido de una “película de terror”.

El crimen

Massiel murió el 21 de julio de 2013, dos días después de haber ingresado, en coma, al Hospital Lenín Fonseca y tres días antes de cumplir los 29 años. Había planeado hacer un vaho para celebrar su cumpleaños y tenía esperanzas de conseguir trabajo en una embotelladora. Poco antes de que Andy la matara solicitó una nueva cédula de identidad para llevar sus documentos a la empresa, pero ya no pudo ir por ella. Su madre la fue a retirar un mes después del crimen y la conserva entre fotografías familiares, copias de denuncias y recortes de los diarios que le dieron seguimiento al caso. Papeles que reflejan cuánto sufrió su hija en sus últimos meses de vida.

Andy y Massiel llevaban seis meses juntos cuando comenzó el maltrato. La levantaba por el cuello y la amenazaba con la pistola; la encerraba en el cuarto y afuera los niños escuchaban sus gritos. La hija mayor pateaba la puerta y rogaba: “Andy, dejá a mi mama”. Y Massiel salía, “toda golpeada y llorando”. Dormían en la misma habitación y una noche la niña abrió un hoyito en la sábana solo para ver cómo el hombre le tiraba un zapato a su mamá. Todo eso se lo contó a doña Eva y ella le pedía a Massiel que acabara con esa relación.

Finalmente la muchacha parecía decidida a salir del infierno. Doña Eva afirma que se había separado de su verdugo y que la tarde del 18 de julio llegó solo a buscar el cochecito de su niño, pero “el hombre ya no la dejó salir”. En la madrugada del 19, casi al amanecer, después de un pleito, Massiel caminó al corredor de la casa para encender un cigarro, Andy la siguió y le disparó en la cabeza.

“¡La mataste!”, gritó un adolescente de 15 años, hijo de Andy. Y él respondió: “No la maté. Andá llevala al cuarto”.

El adolescente la arrastró por las piernas hacia el interior de la casa y detrás iba el hijo de Massiel, entonces de 2 años, quien presenció el crimen. En el piso quedaron las huellas de sus piecitos, manchados de sangre, porque estaba descalzo cuando se acercó al cuerpo de su madre.

Doña Eva todavía llora. Toma una foto grande de Massiel, se la pone en las piernas y platica con ella. Don Luis se la pasa metido en el cementerio. Va semanalmente para ver si le están “cuidando” a su hija. Y le habla. La regaña por no haberle hecho caso cuando él le imploraba que se saliera de esa relación.

Sin embargo, hay recuerdos que no pueden soportar. Por ejemplo, don Luis ya no se pone el pantalón de mezclilla azul que Massiel le dio y doña Eva botó unos calcetines que fueron de ella. Hace un tiempo tomó las chapitas de elefantes que su hija le regaló y se fue caminando sola, apretándolas en la mano. En la calle las soltó, solo las dejó caer.

Pero los niños no solo la recuerdan; sino que se esfuerzan para no olvidarla. Si doña Eva le pone algo de más a la sopa de pollo, la niña protesta: “¡Así no la hacía mi mama!”. Y si al niño le preguntan dónde está su madre, responde que se fue al cielo, donde la perrita “Lula” la está cuidando.

Eva Benavides, de 63 años, y Luis Serrano, de 60, padres de Massiel. Ella es costurera y él es consultor en una casa que vende automóviles.  Aquí muestran fotos de su hija.

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