César Augusto Bravo Vargas
Mucho se habla de la brutalidad nazi y de los seis millones de judíos que exterminaron en el Holocausto, pero nada, o casi nada se dice de los siete millones de ucranianos que asesinó Stalin entre 1932 y 1933, superando a Hitler en brevedad de tiempo, crueldad y número de muertos. Por ello, cuando vemos que Ucrania no se resigna a volver al yugo ruso es porque los ucranianos han abierto las páginas de su historia para interrogar su pasado, y lo han hecho bien.
Desde hace años Putin ha venido hablando de la necesidad de crear una estructura que sustituya a la extinta y otrora poderosa Unión Soviética. Según declaraciones recogidas por diarios europeos, Putin, el nuevo y diabólico zar de Rusia, ha dicho que “la desaparición de éste bloque político es la peor desagracia que les ha pasado, mayor que el Holocausto, peor que la invasión germana a la URSS, más grande que cualquier otra maldición del siglo XX”.
Ante esta sentencia conviene recordar que en el período ya mencionado, Stalin lanzó una guerra contra los “kulakos”, campesinos propietarios, que luego la extendió contra toda la población. La hambruna devastó a la población rural y se extendió a las ciudades. Así, mientras millones de ucranianos morían, la URSS exportaba su trigo.
El cónsul italiano en Járkov, Sergio Gradenigo, escribió por entonces la desgarradora realidad ucraniana: “Cada vez hay más campesinos que fluyen a la ciudad porque no tienen esperanza de sobrevivir. Traen sus niños los que luego abandonan con el anhelo de que sobrevivan y regresan a morir a sus aldeas. Se ha movilizado a los “dvorniki” (porteros) que patrullan la ciudad y colectan a los niños. Se llevan en camiones a la estación de Severo Donetz. Allí se seleccionan. A los no hinchados se les dirige a unas barracas en Golodnaya Gora donde en hangares agonizan cerca de 8,000 almas. Los hinchados son transportados en trenes de mercancías hasta el campo y abandonados a 50 o 60 kilómetros de la ciudad para que mueran sin que se les vea. Llegando a los lugares de descarga se excavan grandes fosas donde se echa a los muertos”.
Ante la indecible hambruna el canibalismo pronto llegó a ser común, incluso, entre las familias. La policía política de Járkov narra otra perturbadora escena: “cada noche traen unos 250 cadáveres entre los que un número muy elevado no tiene hígado. La policía acaba de atrapar a algunos “amputadores” que confiesan que con esa carne confeccionaban un sucedáneo de pirozki (empanadillas) que vendían inmediatamente en el mercado”. En este período infame las personas morían en las calles a un ritmo que no daba tiempo a limpiarlas.
Ante este apocalipsis de un pasado reciente, no es extraño que un amplio sector ucraniano haya manifestado su encono ante la noticia de que su presidente Viktor Yanukóvich había renunciado a un acuerdo de asociación con la Unión Europea en aras de unirse a los planes satánicos de Putin. El autor es jefe de redacción de la revista literaria “Letras de Barro.”