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La reencarnación de Rubén Darío en Benjamín Itaspes

Josefina Haydée Argüello

Cuando Benjamín Itaspes sale del muelle marsellés hacia Palma de Mallorca por el mar Mediterráneo, va en busca de una renovación corporal y espiritual. En el ocaso de su vida, cansado, desorientado, convaleciente, con un sentimiento profundamente cristiano, en busca de retiro y aislamiento, huyendo del bullicio de las grandes ciudades, de la explotación cerebral a la que había sido expuesto, y lejos de los alcoholes excitantes, va a Palma de Mallorca, a la isla dorada por el sol, allí lejos de su amada patria, a encontrar paz interior.

Por invitación de un viejo amigo, hombre de noble corazón, Juan Sureda para Rubén y Luis Arosa para Benjamín, un gran lulista que habita en el castillo de la Real Cartuja en Valldemosa, donde en un tiempo vivió un rey asmático, Sancho, hijo de Jaime I. Castillo que después de ser morada Real, fue convertido en el año 1399 en monasterio, habitado por los monjes cartujos durante cuatro siglos, quienes vivían en oración y sacrificios. Castillo, que pasa de generación en generación a través de la historia a manos privadas, allí nuestro amado Rubén, es decir también su personaje “Benjamín”, se refugian por un buen tiempo.

Dejó París después de veinte años de llevar una vida bohemia. Creyó que al partir sufriría, ya que Paris era para él un ideal; sin embargo, no derrama una sola lágrima. En “La Vida de Rubén Darío escrita por él mismo” (p.296) dice:

Juventud divino tesoro

Ya te vas para no volver

Cuando quiero llorar, no lloro

Y a veces lloro sin querer

Benjamín Itaspes, un gran músico de profesión y gran amante de Frederick Chopin, encuentra que en una de las celdas del castillo, había vivido este con su amada, una escritora francesa, George Sand (Aurore Dupin). Benjamín pasaba horas de regocijo entre los libros y manuscritos en una de las torres del castillo, en la antigua biblioteca. La misma donde habían pasado hombres de letras como Miguel de Unamuno, José Martínez Ruiz, “Azorín” y el gran sabio Melchor de Jovellanos. Disfrutaba de los ocasos sobre el mar y cielo azul, del paisaje de las montañas y del gran sol matinal que bañaba la isla de oro. En el teatro familiar, algunas noches, Benjamín Itaspes tocaba en el mismo piano, donde el gran compositor polaco, un día se inspirase.

Escuchaba las campanas de la iglesia de la vieja Cartuja y afloraba su religiosidad y recuerdos. Religiosidad llevada interiormente e inyectada desde su infancia por su tía abuela y más tarde en su adolescencia, por los jesuitas de la vieja iglesia, La Recolección, en un lejano país tropical de León, Nicaragua.

Cierto día, Benjamín paseaba hundido en sus pensamientos. Admiraba los parajes, los pinares, las parras e higueras, los olivos.

Le saludaron unos viejos amigos y conoce a Margarita. Una bella viuda parisiense que tiene una historia similar. Ambos habían tenido una niñez sufrida, un destino incierto. Estaban sedientos de afecto y cariño. Desilusiones y sentimientos románticos eran compartidos y estas dos almas, tímidas y silenciosas, se encuentran.

Margarita, escultora y artista, era exquisitamente culta. Tenían muchas afinidades en común que compartir. ¡Son felices! pero, ¿por qué no se encontraron antes en París? se pregunta. Mas el destino y Dios que todo propone, no lo quiso así. Fue un encuentro fugaz y profundo, el cual no pudo ser llevado a una realidad existencial. Ella prefiere recordarlo así no más, como dos amigos, para no romper el hechizo mágico que los unía.

Benjamín se va de regreso a la vieja cartuja, henchido de amor, a hacer vida de ermitaño. ¿Por qué antes cuando joven no eligió esa vida de ensueños y pureza? Para ser como los monjes cartujos hay que renunciar a Satanás que te tienta con sublimes engaños. En su vida de recuerdos y anhelos, se retira con su música a hacer vida de oración, a seguir el ejemplo de los antiguos monjes que habitaron el monasterio de la Real cartuja. Y es allí, en Valldemosa de Mallorca, en esa isla llena de encantos que Rubén Darío recupera sus fuerzas y vitalidad. Es allí, donde su espíritu se alimenta de esperanzas e ilusiones y gana de nuevo sus anhelos por vivir. Es allí, donde Rubén Darío por un momento, dejó de ser llamado Rubén y se hizo Benjamín Itaspes.

El Oro de Mallorca, novela escrita en Palma de Mallorca (1913-1914) por Rubén Darío, el autor la finaliza con una larga poesía dedicada “A la Cartuja, en Valldemosa”.

Véase la última estrofa:

¡Y quedar libre de maldad y engaño

y sentir una mano que me empuja

a la cueva que acoge el ermitaño,

o al silencio y la paz de la Cartuja!

(Rubén Darío)

La autora es graduada de Saint Louis University con una Maestría MA en Literatura Española.

Cultura Opinión Rubén Darío archivo

COMENTARIOS

  1. Luvidico
    Hace 10 años

    Muy bonito Josefina. Ilustrante y confirma que Rubén terminó su novela, no como lo dicen el montón de falsos darianos que la dejo inconclusa.

  2. Sherlock Holmes
    Hace 10 años

    El Poema ” A la Cartuja ” decia Ruben Dario, que era uno de sus mejores poemas. En mi humilde opinion, creo que es el mejor poema que Dario escribio, y pienso que todo los estudiantes del Pais deberian de leerlo y empaparse del genio de nuestro Poeta Universal, y digo Universal, porque lamentablemente es mas querido, admirado y reconocido, fuera de su propia Patria, los Somoza, son los unicos que reconocieron con el Teatro que lleva su nombre, a Dios gracias que los “cambia nombre” lo dejaron.

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