A inicios de esta semana participé junto al empresario César Zamora y el exministro de Defensa, Avil Ramírez, en el programa Entrevistas del colega Plinio Suárez en el Canal 23. En un momento expresé que los nicaragüenses estamos pasivos mientras se nos está llevando, paso a paso, hacia un estado fascista.
Mis compañeros discreparon de mi definición de este régimen, pero la sostengo y creo que vale la pena aprovechar este espacio para explicarla.
Si bien es cierto sobre el fascismo no hay una definición clara, sí tiene muchas características que comparte con este régimen. Cito algunas. El presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt (de 1933 a 1945) describió el fascismo así: “La libertad de una democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder en manos privadas hasta el punto de que se convierte en algo más fuerte que el propio estado democrático. Eso, en esencia, es el fascismo, la propiedad del Estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro que controle el poder privado”.
Por su parte, Robert Paxton, profesor emérito de la Universidad de Columbia, Nueva York, define el fascismo como: “… una forma de comportamiento político en que un partido de masas o un conjunto de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en difícil pero efectiva colaboración con las élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue, con redentora violencia y sin restricciones éticas o legales, metas de limpieza interna…”
El régimen actual ha forjado una “alianza” con algunos empresarios, desconoce las libertades democráticas, no tiene el mínimo respeto por las limitaciones legales y no duda en usar la violencia cuando lo cree necesario.
El marxista peruano José Carlos Mariátegui describe el estado fascista como una estructura autoritaria vertical de corporaciones. En una línea similar, José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española, escribió que “el fascismo… es una idea: la unidad. Frente al marxismo, que afirma como dogma la lucha de clases, y frente al liberalismo, que exige como mecánica la lucha de partidos, el fascismo sostiene que hay algo sobre los partidos y sobre las clases”.
El orteguismo ha casi logrado su objetivo de hacer irrelevante a los partidos —incluso al mismo Frente Sandinista—. Aquí, “El Pueblo” encarnado según el régimen en el presidente inconstitucional Daniel Ortega, es lo que está por encima de todo. Además, no es secreto que Ortega se siente más cómodo en un sistema sin partidos, o de partido único, que es lo mismo. Lo dijo en La Habana en febrero del 2009 y luego propuso a los empresarios en una reunión en el Incae disolver la Asamblea Nacional y volver al Consejo de Estado de los años ochenta, donde no había partidos representados ni funcionarios electos sino corporaciones representadas y funcionarios designados. El inconstitucional, igual que Primo de Rivera, considera que “los partidos dividen al pueblo”.
Para continuar con las características, Emilio Gentile, profesor titular de Historia Contemporánea en la Facultad de Ciencias Políticas de la Università “La Sapienza” de Roma, describe el fascismo como “la sacralización de la política”.
Recordemos el 19 de julio pasado. Solo el Inconstitucional y su esposa fueron permitidos en la tarima principal, como una especie de santos o ídolos, o líderes únicos. Detrás de ellos, únicamente miembros de la Juventud Sandinista, todos uniformados con camisas decoradas de manera sicodélica, que recordaban a los camisas negras de Mussolini o los camisas pardas de Hitler. Los camisas negras y pardas eran los encargados de reducir a la oposición con el uso de la violencia. ¿Recuerdan lo que vestían las turbas orteguistas que sofocaron las protestas posteriores al fraude del 2008? Esas mismas camisas sicodélicas.
Para terminar, por falta de espacio, está el profesor inglés Roger Griffin, quien se ha enfocado en la definición del fascismo, él dice: “El mito movilizador central del fascismo, que condiciona su ideología, su propaganda, su estilo político y sus acciones, es la visión del inminente renacer de la nación desde la decadencia”.
O sea, algo muy parecido a lo que cree que está haciendo la pareja presidencial después de “los 16 años de neoliberalismo”.
Algunos lectores pensarán que no tiene importancia cómo se define el régimen que estamos viendo levantarse —porque no está consumado aunque sí muy cerca— pero yo creo que sí, ya que debemos saber que otra característica de líder fascista es que no contempla la entrega del poder.
Los nicaragüenses estamos hastiados de la violencia y las guerras, por lo tanto no podemos darnos el lujo de quedarnos viendo pasivamente mientras construyen un estado fascista, aunque sea sicodélico. Los nicaragüenses tenemos el deber de participar en las oportunidades cívicas y pacíficas que aún quedan para regresar a la democracia.
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