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Con Beltrán Morales. La prensa/Archivo.

Champán para el César

Si bien el exteriorismo de Coronel y Cardenal marcó a los poetas nicaragüenses de la generación del 60; los dos poetas más admirados por estos, Joaquín Pasos y Carlos Martínez Rivas, cultivaron una poesía de mayor complejidad; aunque, como señalara Fanor Téllez, de Carlos, las nuevas generaciones solo asimilaron el modito de hablar.

Franklin Caldera

Si bien el exteriorismo de Coronel y Cardenal marcó a los poetas nicaragüenses de la generación del 60; los dos poetas más admirados por estos, Joaquín Pasos y Carlos Martínez Rivas, cultivaron una poesía de mayor complejidad; aunque, como señalara Fanor Téllez, de Carlos, las nuevas generaciones solo asimilaron el modito de hablar.

De padres nicaragüenses, Martínez Rivas nació en Guatemala el 12 de octubre de 1924. Se bachilleró en el Colegio Centro América del Sagrado Corazón de Jesús en Granada, Nicaragua.

A los 19 años publicó (en Cuadernos del Taller San Lucas) su extenso poema, El paraíso recobrado , cuya musa, la colombiana Yadira Jiménez Argüello (de Covo Tono), fue identificada por Alejandro Bolaños Geyer (que quiso desentrañar en ese poema una fantasía edípica) y localizada por el investigador cultural Francisco Gutiérrez Barreto. Yadira recordaba al poeta, pero no el poema.

En 1945, Carlos inició en España estudios de Filosofía y Letras, que continuó en París. Ahí frecuentó con Octavio Paz y el pintor peruano, Fernando de Szyszlo, el mítico Café de Flore, en la intersección del bulevar Saint-Germain y la calle Sanit-Benoit. El día del suicidio de su madre, Berta Rivas Novoa (30 de noviembre de 1951), Carlos estaba en Managua, pasando vacaciones.

PUBLICA EN MÉXICO

En 1953 publicó en México (Editorial Guarania) su poemario fundamental, La insurrección solitaria (con influencia de Garcilaso de la Vega, Villon, Baudelaire y el Rilke de las Elegías de Duino ), que en palabras de María Teresa Sánchez, contiene “los más herméticos, originales y hermosos poemas de amor que se hayan escrito en Nicaragua”.

En 1963, por gestiones del sacerdote León Pallais (fundador de la UCA y primo de Melba Debayle, belleza legendaria que inspiró a Carlos su elegía Dalila : “Si hablo Melba me oigo Dalila”), fue nombrado agregado cultural de la Embajada de Nicaragua en Madrid (durante la presidencia de René Schick Gutiérrez).

El futuro siquiatra y cronista cinematográfico, Ramiro Argüello, llegó a esa ciudad en 1966 y compartió con Carlos (durante año y ocho meses) alojamiento en una residencia familiar en la Calle Raimundo Lulio 2do, 4to piso izquierda, Plaza de Olavide, barrio Chamber.

Para entonces, de los poetas nicaragüenses anclados en Madrid: Horacio Peña, Rolando Steiner, Luis Rocha, Francisco de Asís Fernández, Julio Cabrales y Beltrán Morales (que gustaba evocar la caminata de Carlos por la Gran Vía junto al actor Jack Palance, que sobrepasaba al poeta en estatura de hombros arriba), solo quedaban Melvyn Barquero Cerna, del Grupo “U” de Boaco, y Francisco Valle.

Carlos se había separado de su esposa, Esperanza Mayorga y sus dos hijos, Emmanuel y Carlos Ernesto, estudiaban en Aranda de Duero, Burgos.

[doap_box title=”El Carlos de los 90″ box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

En la década de 1990, cientos de jóvenes lo visitaban para tomarse fotos con él como pasaje gratuito a la posteridad. Estas fotografías de un Carlos prematuramente envejecido e hinchado (parecido a Peter Lorre en Cuentos de terror), han sido publicadas hasta la saciedad, opacando la imagen del hombre de mirada penetrante y gran magnetismo personal de mejores tiempos.

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Sus recorridos por la ciudad se desarrollaban por los cafés cercanos a las calles Altamirano y Barbieri (la taberna del Quinto Toro; las Cuevas de Luis Candela y las Cuevas del Sésamo), con destino obligado en el Gran Café de Guijón, frecuentado por escritores jóvenes.

Carlos cautivaba por su agudeza de ingenio, su vasta cultura y su guitarra. Era el poeta que uno esperaba encontrar después de leer La insurrección solitaria .

Por su alcoholismo (incapacidad genética y progresiva para controlar la ingestión de bebidas alcohólicas) fue introducido a los grupos de Alcohólicos Anónimos, pero nunca aceptó la sobriedad como solución a un problema que no le quitaba el sueño (siempre encontró personas bien colocadas dispuestas a protegerlo). La enfermedad progresó hasta la etapa crónica, aunque su fortaleza física y sed de vivir lo salvaron de una muerte prematura.

En los años setenta trabajó en la Editorial EDUCA de Costa Rica, dirigida por Sergio Ramírez. La poeta nicaragüense Yolanda Blanco lo visitó en el albergue denominado Hotel Sheraton, donde residía: “Iba con mis 19 años, mi sombrero cordobés… Me recibió y me trató como a su par. Al partir, humildemente, le dejé el libro. Cuando volví al mes siguiente, me devolvió el poemario. Desbordando erudición, una caligrafía exquisita comentaba cada poema y cumplía mi ego. Fue para mí, mi iniciación”.

EL BIBLIOTECARIO

De regreso en Nicaragua, dirigió (1978-79) el suplemento Mosaico del diario Novedades. Tras el triunfo de la Revolución Sandinista, el comandante Jaime Wheelock lo nombró bibliotecario de Procampo-Midinra. Posteriormente se le asignó la casa en Altamira d’Este, No. 8 (Managua), que ocupó hasta su muerte ocurrida el 16 de junio de 1998.

Compuso La ejecución de Lorelei para Ligia Chamorro Cardenal (“Sin cabellera y al pie del cadalso nos dijo adiós”), cuando esta llevaba en su vientre a Ximena. Antes de fallecer prematuramente el día de mi cumpleaños (2009), Ximena (Barreto-Chamorro) me confió sus recuerdos de aquella casa que el poeta compartía con sus gatas Electra y Clitemnestra: “Y las paredes grafitiadas y la comida a medio terminar y los baúles llenos de tesoros. Yo llegaba a observar y oír a ese gran hombre que sufría por su incomprensión de sí mismo, tal vez tratando de descifrar la palabra que le faltaba para el cierre”.

Conocí al poeta a comienzos de la década del ochenta y varias veces lo fui a dejar, junto con Ramiro Argüello, a casa de su prima Olga Rivas (viuda de Carlos y sobrina de Gabry Rivas Novoa), en la Carretera Sur, donde Carlos se hospedaba durante sus visitas a Managua (cuando todavía residía en el Instituto Tecnológico Nacional de Granada).

Aunque oficialmente “recuperado” por la revolución, su estilo hermético, intelectual y vitalista, era lo que la burocracia cultural pretendió sustituir por un estilo llano y didáctico, apropiado para la difusión de su ideología. Carlos repetía que cuando los sandinistas tildaban peyorativamente a alguien de “esteticista”, sin darse cuenta lo estaban elogiando.

CONTESTARIO

La mayor concesión de Carlos a la revolución fue un extenso poema contra monseñor Pablo Antonio Vega (expulsado de Nicaragua por sus posiciones antisandinistas), publicado en Nuevo Amanecer Cultural , en el que, irónicamente, compara el rostro del prelado con el de uno de los borrachos de Velásquez. Fue como hacer leña con árbol caído.

La escritora Helena Ramos (Yelena Rounova) lo recuerda al final de su vida: “Nos conocimos en una de las inolvidables cátedras que impartía en la UNAN-Managua. Conocía muy bien la literatura rusa, que había leído en español, inglés y francés. Yo le recitaba en ruso a Pushkin, Lérmontov, Blok y Anna Ajmátova. Desde joven fue autodestructivo pero también había en él un impulso poderoso hacia la armonía. Hechizado por la oscuridad, amaba la luz”.

Ramiro Argüello rescata esta imagen vigorosa en la instantánea madrileña con que remata su artículo-homenaje publicado en Decenio (septiembre-octubre 98) en ocasión de la muerte del poeta: “Lo vislumbro en el momentum de una joven adultez que parecía no terminaría nunca, atravesando la Gran Vía, sorteando los taxis que poblaban la noche (él los llamaba ‘luciérnagas’). Entra a saco en un vehículo, para sorpresa del conductor de Lavapiés, y ordena perentorio: ‘Gran Café de Guijón, Paseo de la Castellana, si me hace usted el favor’”.

Cultura César Champán archivo

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