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Benjamín Lanzas, Oscar Amador y Marco López, de izquierda a derecha, aclimatando en el Cayambe.

En la cima del mundo

A la medianoche, después de cinco horas de sueño, el grupo despertó en el refugio y se preparó para seguir escalando. A un kilómetro y medio, pálida y agreste, esperaba la cumbre nevada del Illiniza Sur, un volcán ecuatoriano de 5,263 metros de altura.

A la medianoche, después de cinco horas de sueño, el grupo despertó en el refugio y se preparó para seguir escalando. A un kilómetro y medio, pálida y agreste, esperaba la cumbre nevada del Illiniza Sur, un volcán ecuatoriano de 5,263 metros de altura.

Oscar Amador y Benjamín Lanzas, ambos nicaragüenses de 43 años, se enfundaron en sus trajes de montañista hasta quedar mejor abrigados que un esquimal y salieron a enfrentar un clima de 30 grados bajo cero y vientos de hasta 100 kilómetros por hora. Los acompañaba el guía ecuatoriano Gaspar Navarrete, a quien conocieron en Perú, en agosto del 2009, cuando conquistaron tres montañas de la Cordillera Blanca.

Faltaba en esta expedición Marco López, también de 43 años, amigo y compañero de montañismo de Oscar y Benjamín. Unos días antes se había lastimado los pies al bajar del Cayambe, un volcán que se eleva a 5,790 metros sobre el nivel del mar, y esta vez no pudo tomar parte en la aventura.

El paisaje era lunar y plutoniano. Si cabe imaginarse una mezcla de dunas blancas con precipicios de hielo, lo blando de la nieve más lo duro de la roca helada, es posible tener una breve idea de lo que vieron y sintieron los escaladores.

Desde tres meses antes habían estado entrenando para este día. Deportistas extremos los tres, amantes del ciclismo de montaña, la natación, el kayak, las carreras a campo abierto y los maratones (en el caso de Benjamín), se encontraban en plena condición física. Pero necesitaban más que eso si en verdad querían sobrevivir a los volcanes de Ecuador.

Subieron a los nacionales Mombacho, Momotombo y Maderas, cada uno cargando en una mochila varios botellones llenos de agua que juntos pesaban unas 40 libras. Hicieron esto para simular el volumen del equipaje con el que tendrían que subir a las cimas de Ecuador. Y había sido ese el mismo entrenamiento realizado en vísperas del viaje a la Cordillera Blanca.

Oscar, publicista; Benjamín, gerente general de una firma de ingenieros; Marco, alto ejecutivo de un banco, y todos padres de familia, es de entenderse que no tuvieran las agendas más desahogadas del mundo. Sin embargo, ¿cómo podían negarse al llamado de la montaña?, ¿cómo no aceptar el reto?

A pesar del poco tiempo libre, hicieron lugar para más visitas al gimnasio, paseos en bicicleta, senderismo y trote en pendientes. De esa forma prepararon los músculos y los pulmones para el esfuerzo titánico que se avecinaba y a la vez tuvieron un buen pretexto para escaparse por unas horas de las redes de sus rutinas.

A finales de julio de este año, cumplido el entrenamiento, alistaron botas, crampones (uñas metálicas para no resbalar), piolets (una especie de pico), guantes, gafas, chaquetas, cascos, cuerdas, casas de campaña y el resto de los más de 40 accesorios que todo montañista necesita. Después tomaron un vuelo con destino a Ecuador, dispuestos a pasar dos semanas en brazos de la libertad. En los primeros cinco días estuvieron aclimatándose para tolerar la escasez de oxígeno propia de las alturas de Los Andes, capaz de acabar con las fuerzas del escalador más experimentado.

Les tomó cuatro días iniciar el ascenso al primer volcán. Subían un poco y luego bajaban, con caminatas de cuatro a cinco horas, así hasta llegar a unos 4,500 metros. Cuando estuvieron listos se instalaron en un rústico refugio, ubicado en las faldas del volcán Cayambe. Desde ahí partirían hacia la cumbre. Pero únicamente Benjamín y Marco conquistaron la cima, pues unos 150 metros antes de llegar, Oscar se sintió exhausto y tuvo que regresarse. Estuvo tan cerca… y tan lejos, pues allí arriba 100 metros se escalan en una hora. Eso porque a la casi ausencia de oxígeno (por cada paso dado se tiene que respirar y exhalar una vez), debe sumarse el cansancio y una inclinación que causa vértigo.

Después del Cayambe, por estar Marco lesionado y sentirse Oscar cansado, solo Benjamín subió al Cotopaxi, que con 5,897 metros es uno de los volcanes activos más altos del mundo. Y al regresar de la cima pensó: “Soy el nicaragüense que más cerca ha estado del Sol”.

Al parecer no hay razón para que tres empresarios exitosos abandonen sus responsabilidades laborales y familiares para ir a escalar paredes de hielo y salvar glaciares de grietas sin fondo. La verdad, ellos no la necesitan. Les gusta el montañismo porque sí. Así de sencillo. “Es algo que no se descubre, simplemente se hace”, explica Benjamín.

Sueñan con el Monte Everest, el punto más alto e inhóspito sobre la Tierra, pero no lo escalarían por dos motivos: tiempo y dinero. “Para lograr aclimatarse en el Everest son necesarios tres meses y se requieren 50 mil dólares solo para conseguir el permiso de subir”, señala Oscar, quien además no está dispuesto a separarse tanto de sus dos hijitos para correr en pos de una aventura.

No escalan tan seguido. Empezaron hace diez años con el Mombacho y la experiencia los atrapó. Después Marco y Benjamín treparon a una montaña en Estados Unidos y animaron a Oscar a unirse en la siguiente expedición, que fue en Perú, hace dos años. La más reciente fue la de los Andes ecuatorianos., hace menos de un mes.

El Illiniza fue la reivindicación de Oscar; aunque, de todas formas, para él lo importante no era alcanzar la cumbre, sino llegar hasta donde fuera posible, seguir avanzando aun cuando se encontrara hundido en la nieve hasta las rodillas y su cuerpo le dijera: “Ya no puedo, regresate, por favor”.

La salida, como dicta la regla, fue poco después de la medianoche, a eso de la una de la madrugada. Puede que parezca extraño que sea necesario escalar cuando todo está oscuro; pero hay un motivo muy lógico por el que así debe ser: las primeras horas del día son las más frías, el hielo está más sólido y la nieve más compacta; por lo tanto hay menos riesgo de derrumbes y avalanchas. Esto también implica que el descenso se hará en las horas menos calientes, que son las que anteceden al mediodía.

A eso de las 7:30 de la mañana, con dolores como de artritis, el pelo congelado y los músculos engarrotados por el frío, Benjamín y Oscar llegaron a la meta y locos de alegría gritaron ¡cumbre! ¡cumbre! ¡cumbre! Pero estaban conscientes de que se encontraban a mitad del camino.

“Eso es algo que todo escalador tiene presente cuando está en la cumbre. Pensás en que tenés que descender y el descenso puede ser incluso más difícil, porque ya venís cansado y la nieve está más suave”, cuenta Marco. Pero esos 15 minutos en la cumbre, por encima de las nubes, lo valen todo y la satisfacción de haber cumplido no tiene precio.

Poco antes de mediodía, Oscar y Benjamín bajaron del Illiniza, exhaustos y felices. Solo entonces pudieron decir: “Conquistamos el volcán”.

El próximo viaje de los tres amigos será a Alaska, para practicar en kayak de río, y el siguiente, en unos dos años, a Bolivia, para escalar más volcanes.

—¿No les da miedo arriesgar tanto la vida?

—¡Claro que da miedo! ¡Por supuesto! —dice Benjamín.

—¿Y entonces?

—La vida se tiene que vivir todos los días —apunta Oscar.— Además, hay más chance de morirse manejando de la casa al trabajo que haciendo montañismo.

Les complace tener la certeza de que cuando les toque partir de este mundo, no sufrirán por lo que pudieron haber hecho y no hicieron. Benjamín lo resume así: “Cuando me esté muriendo no habrá un hubiera, solo muchos hice”.

La Prensa Domingo altura Cayambe Cima Mundo archivo

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