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Frontera, coladera y cementerio

  • Más inmigrantes han muerto en la frontera entre México y los Estados Unidos en cinco años, que soldados y civiles norteamericanos en las últimas guerras en que ha participado Estados Unidos

Jorge Ramos [email protected]

SANTA ANA, CALIFORNIA.- La frontera entre México y los Estados Unidos es una verdadera coladera. Y lo es porque así le conviene a los dos países. A México le da una válvula de escape para sus millones de trabajadores que no tienen un empleo. Y a los Estados Unidos le permite adquirir toda la mano de obra que necesita en este momento.

La inmigración indocumentada es un simple problema de oferta y demanda; en América Latina sobran trabajadores y aquí, en Estados Unidos, faltan. Sobre todo en la agricultura y la industria de servicios. Por ejemplo, hay Estados como Iowa en donde la tasa de desempleo apenas sobrepasa el dos por ciento. Y no es de extrañar, por lo tanto, que ahí se esté implementando un plan para atraer a los nuevos inmigrantes. Con papeles o sin papeles, da lo mismo. Les urgen trabajadores.

Cada día cruzan unos mil inmigrantes indocumentados de México a los Estados Unidos. Son más de 300 mil al año los que se quedan a vivir permanentemente en el norte. Nada va a parar esta ola migratoria. Ni el nuevo presidente de Estados Unidos, ni Vicente Fox, ni más bardas o cercas. Nada. Y no porque Estados Unidos no pueda, sino porque no quiere.

De verdad, Estados Unidos no quiere cerrar su frontera del sur a los inmigrantes indocumentados. No quiere porque no le conviene; porque necesita a estos trabajadores, porque los bajos precios de sus alimentos y de sus servicios depende de estos nuevos inmigrantes. Aún en una recesión, Estados Unidos seguiría necesitando inmigrantes para salir adelante.

No me trago el cuento que Estados Unidos no puede controlar su frontera con México. Si Estados Unidos, la única superpotencia mundial, quisiera parar en seco a los inmigrantes indocumentados, tan sólo tendría que enviar a su Ejército a la frontera. Y asunto resuelto. Pero no quiere.

Ahora bien, históricamente México y Estados Unidos han preferido el desordenado status quo a negociar un acuerdo migratorio. Es lo más cómodo y ningún mandatario o funcionario tiene que pagar un alto precio político por ello. Pero mantener las cosas como están es criminal. La frontera entre México y los Estados Unidos, además de ser una coladera, es también un cementerio.

En el año 2000 casi 400 inmigrantes murieron en la frontera; por deshidratación, ahogados en un río bravo y grande, por haberse perdido en el desierto de Arizona o en las montañas de California, por abuso y asesinato… Esta cifra es superior a la de 1999 cuando 358 inmigrantes murieron tratando de cruzar de México a los Estados Unidos.

Estados Unidos lleva varios años poniendo en práctica una estrategia destinada a recuperar el control de su frontera. En cada Estado estas operaciones llevan un nombre distinto: Gatekeeper o Guardián en California, Safeguard en Arizona y Río Grande en Texas. Desde luego, estas operaciones han sido un soberano fracaso. Sí, han aumentado dramáticamente el número de detenciones, pero no han parado el impresionante flujo migratorio del sur al norte.

La migración indocumentada es como un globo con agua. Si la empujas o detienes por un lado se va por el otro. Y esto mismo ha ocurrido con las operaciones Guardián, Safeguard y Río Grande. Hay muchas zonas urbanas que están fuertemente protegidas con agentes del servicio de inmigración y naturalización de los Estados Unidos (INS). Cruzar por esos lugares es dificilísimo. Así que muchos inmigrantes han tomado rutas más lejanas y peligrosas. Y el resultado es una verdadera masacre.

Más inmigrantes han muerto en la frontera entre México y los Estados Unidos en cinco años -1,720 fallecidos- que soldados y civiles norteamericanos en las últimas guerras en que ha participado Estados Unidos, después de Vietnam. Es decir, la frontera México/Estados Unidos es mucho más peligrosa que una zona de guerra.

¿Qué se puede hacer para cambiar esto?

La realidad es que Estados Unidos no está dispuesto a abrir su frontera con México. Ni ahora ni en 10 años. La propuesta de abrir legalmente y a largo plazo la frontera entre ambos países que hiciera el presidente de México, Vicente Fox, rebotó aquí como pelota de basquetbol. A casi nadie le gustó. Pero la realidad es que, en muchos sentidos, la frontera ya está abierta y que los inmigrantes mexicanos y de otros países latinoamericanos continuarán su peregrinaje hacia el norte.

¿Entonces?

Entonces la única solución es un acuerdo migratorio entre México y los Estados Unidos. El tema migratorio fue evitado a propósito durante las negociaciones del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. Pero ya no se puede seguir escondiendo la cabeza ante los problemas, como el avestruz.

Urge que los presidentes George W. Bush y Vicente Fox se sienten a negociar el asunto migratorio. Primero, para que la migración al norte se haga de una forma más ordenada y planeada. Y segundo, ese acuerdo migratorio debería tener como otro de sus objetivos principales el detener las muertes en la frontera. El INS y la Policía mexicana tienen la obligación moral de evitar esas muertes. No se trata, como hasta ahora, que sólo recojan cadáveres sino que hagan todo lo posible para que nadie muera en el trayecto. Y eso, definitivamente, no lo están haciendo.

La frontera entre México y los Estados Unidos es a la vez coladera y cementerio. Muchos, demasiados, se quedan atorados en el intento. El reto está en transformar la frontera de una zona de guerra a una región de esperanzas. Y sólo un acuerdo migratorio binacional podrá lograr el truco. Las buenas intenciones no son suficientes.

La última palabra la tienen ahora Bush y Fox.  

Editorial
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