14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

El pasado es prólogo

Hoy se conmemora el 34 aniversario del 22 de enero de 1967, cuando una multitudinaria manifestación antisomocista fue ametrallada en Managua por la Guardia Nacional, provocando una mortandad que jamás se pudo cuantificar.

Ese día, la Unión Nacional Opositora (UNO) cerraba su campaña política para las elecciones del 5 de febrero. La UNO estaba integrada por los partidos Conservador de Nicaragua, Liberal Independiente, Liberal Auténtico y Social Cristiano (los partidos de izquierda Movilización Republicana y Socialista Nicaragüense, apoyaban a la UNO pero no estaban integrados en ella). El candidato de la oposición democrática era el líder conservador Fernando Agüero Rocha.

Ese mismo día, el general Anastasio Somoza Debayle, candidato presidencial del gobernante Partido Liberal Nacionalista, cerraba su campaña electoral en la ciudad de León. El Presidente de la República era el Dr. Lorenzo Guerrero Gutiérrez, quien había sustituido al Presidente René Schick Gutiérrez, fallecido el 3 de agosto de 1966, ocho meses antes de terminar su período presidencial. El jefe de la Guardia Nacional era oficialmente el mismo Presidente de la República, pues cuando el general Somoza Debayle renunció formalmente a la jefatura militar, en julio de 1966, para poder ser candidato presidencial, no quiso confiar el mando de la Guardia a ninguno de sus altos oficiales.

Los trágicos sucesos del 22 de enero de 1967 ocurrieron por los mismos motivos que siempre han ocurrido los capítulos sangrientos de nuestra historia, de la que los políticos gobernantes jamás han querido aprender. Los Somoza y la cúpula del Partido Liberal Nacionalista, que asaltaron el poder en 1936, no querían abandonarlo y no permitían una elección libre, limpia y democrática. En 1966, para seguir en el gobierno, el somocismo impuso otro proceso electoral amañado que debía desembocar, y desembocó, en la “elección” fraudulenta del general Somoza Debayle -Somoza III-, el 5 de febrero de 1967.

Apoyado en la gigantesca manifestación del 22 de enero de 1967, el alto mando de la UNO exigió al Presidente Lorenzo Guerrero suspender las elecciones del 5 de febrero, por un tiempo prudencial, a fin de reformar la Ley Electoral, reestructurar el Tribunal Nacional de Elecciones y garantizar que los comicios fuesen libres y limpios. Agüero también pidió al Estado Mayor de la Guardia Nacional que bajase a la Avenida Roosevelt para dialogar con los líderes opositores, y ordenó a los manifestantes -entre los que habían numerosas personas armadas-, que no se movieran del sitio mientras los jefes militares no accedieran a dialogar.

Pero en vez de diálogo lo que hubo fue tabletear de ametralladoras. El centro de Managua se cubrió de cadáveres y por sus calles corrió la sangre de innumerables nicaragüenses que demandaban libertad y democracia. Al amparo de la brutal represión que se desató el 22 de enero, el general Somoza Debayle se hizo “elegir” el 5 de febrero. Después, empecinado en eternizarse en el poder, Somoza Debayle pactó -en 1971- con el líder del Partido Conservador, Fernando Agüero Rocha, y siguió imponiendo su régimen autoritario hasta que fue sangrientamente derrocado el 17 de julio de 1979.

Ahora, 34 años después del 22 de enero de 1967 Nicaragua se encuentra ante una encrucijada política, en la que es aconsejable recordar las lecciones de la historia y aprender de ellas, para tratar de no volver hacia atrás.

El proceso democrático tan difícilmente iniciado en 1990 ha sufrido un brusco retroceso. El pacto bipartidista -libero-sandinista- ha prostituido las instituciones. La corrupción ha desvalijado éticamente al poder y a la sociedad. A cualquier precio se trata de imponer un asfixiante bipartidismo político como el que condujo al “domingo sangriento” del 22 de enero de 1967, a la guerra de liberación, al derrocamiento del somocismo en 1979, y a todo lo aciago que aconteció posteriormente.

Los actores y usufructuarios del pacto libero-sandinista dicen que no hay que mirar hacia atrás, que las circunstancias han cambiado y que la historia no se puede repetir. ¿Quién sabe? Muy bien se dice que quienes no conocen su propia historia ni aprenden de ella, están condenados a repetirla. Sin dudas que en este sentido es que Shakespeare dijo que “el pasado es prólogo”, una sagaz advertencia que no es prudente desestimar.  

Editorial
×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí