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México: Fin de una era

Jorge Ramos Avalos

Por fin. Por primera vez en 71 años los mexicanos tendrán a un presidente que no es del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Pero el legado del PRI es funesto, criminal, y se necesitarán varios años para corregir sus errores y abusos.

Desde luego, el partido que ahora conocemos como el PRI surgió ante la necesidad de romper el ciclo de violencia que caracterizó la época posrevolucionaria. México, no hay duda, vivió varias décadas de estabilidad con el PRI. Pero el precio fue altísimo.

A cambio de estabilidad, casi todo lo demás fue sacrificado: la democracia, la justicia social, el respeto por las leyes. La herencia del PRI son muchos pobres, un puñado de multimillonarios, fraudes, mentiras, asesinatos y un sistema de gobierno marcado por el abuso y la impunidad.

Vamos por partes.

Tras siete décadas en el poder el PRI deja por lo menos 60 millones de pobres. Los gobiernos priístas crearon, casi siempre, más pobres que el régimen anterior. Ese es su gran logro. La pobreza: esa es la herencia más significativa del PRI.

Pero aún hay más. México tiene una de las peores distribuciones de ingreso del mundo. El diez por ciento más rico acapara aproximadamente el 40 por ciento de los ingresos. De tal manera que durante siete décadas la riqueza continuó concentrándose en las manos de unos pocos. El PRI, como si fuera poco, fue una mágica maquinita que transformaba a funcionarios públicos en multimillonarios.

De forma totalmente inexplicable miles de funcionarios con salarios de sobrevivencia se convertían en ricos potentados al final de los sexenios. E incluso todos nuestros ex presidentes tienen un nivel de vida muy superior del que sugerían sus modestos salarios de servidores públicos. ¿Cómo le hicieron? ¿Con qué se compraron esas casotas en El Pedregal? ¿De dónde sacaron el dinero? ¿Hacían sus negocitos aprovechando su puesto en Los Pinos? Los mexicanos nos merecemos una explicación. Después de todo, es nuestro dinero. La concentración del poder económico en muy pocas manos: esa es la herencia más vergonzosa del PRI.

Aquí no para la cosa. Durante los regímenes priístas reinó la impunidad. La justicia del PRI no fue ciega; siempre tuvo un ojo abierto para proteger sus intereses. Podemos hablar de muchísimos casos que quedaron impunes, pero basta mencionar tres: los cientos de estudiantes masacrados por el ejército mexicano en la Plaza de Tlatelolco en 1968; los más de 500 opositores perredistas que perecieron durante el gobierno de Salinas de Gortari; y el asesinato el 23 de marzo de 1994 del ex candidato priísta Luis Donaldo Colosio, cuyos autores intelectuales no han sido, ni siquiera, identificados. Esos crímenes nunca fueron resueltos y probablemente nunca lo serán. La impunidad: esa es la herencia que dejan los priístas respecto a la impartición de la justicia en México.

Por fin se van los priístas de la Presidencia y llega la democracia representativa a México. Siempre pensé que México no sería un país verdaderamente democrático hasta que la alternancia de los partidos políticos llegara a la Presidencia. Y la alternancia llegó con Vicente Fox del Partido Acción Nacional (PAN).

No es mi intención aguarle la fiesta de despedida a Ernesto Zedillo, pero no creo que se merezca el título del presidente de la democracia. El crédito de la democracia en México se lo merecen los opositores del PRI que durante décadas lucharon —e incluso murieron— para arrancarle a los priístas el control sobre el conteo de votos, el Distrito Federal, las gubernaturas, el Congreso y la Presidencia. A Zedillo no le quedó más remedio que reconocer el triunfo de la oposición en las elecciones del pasado dos de julio. Ese fue su único mérito.

Durante su campaña electoral, Zedillo pidió que le hablaran con “la neta”. Pero él no siempre lo hizo así. A mí —en una entrevista realizada en Los Pinos en octubre del 96— me negó haberse reunido con Salinas de Gortari el viernes tres de marzo de 1995 en una casa de Tecamachalco. “Es absolutamente falso”, me aseguró Zedillo. Sin embargo, la reunión sí se realizó (de acuerdo con varias fuentes y declaraciones del propio Salinas).

Entonces, si Zedillo no nos dijo la verdad sobre esa reunión ¿podría habernos mentido también sobre otras cosas? Es pregunta. ¿Sabemos, por ejemplo, todo lo que hay que saber sobre quiénes y por qué fueron favorecidos con los dineros del Fobaproa? Zedillo es el punto final de una era marcada por las mentiras y los abusos del PRI.

Se van. Sí. Pero los priístas no deben dormir tranquilos. En inglés existe una bella palabra que no tiene una traducción precisa al español: accountability. Y eso falta en México. Ya llegará la hora de llamar a los priístas a responder por sus acciones y abusos.

Ahora viene el cambio. Pero ¡cuidado! El gobierno de Fox no podrá resolver en sólo seis años el enredo que hereda del PRI. Y por esto, inevitablemente, va a desilusionar. Las expectativas puestas en Fox son tantas que va a dejar a mucha gente descontenta. Es imposible, por ejemplo, que de un trancazo saque de la pobreza a seis de cada 10 mexicanos, ponga tras las rejas a los autores intelectuales del asesinato de Colosio y destape a los que usaron los millones del Fobaproa como cuenta personal.

Pero es una nueva época que comienza con muchas esperanzas. Por dos razones. Primero, porque Fox sí es un presidente elegido legítimamente; no fue empujado desde lo alto como sus predecesores priístas. Y segundo, porque la apuesta es que le ponga un alto a las siete décadas de abusos de poder del PRI.

A ver cuánto dura la luna de miel. Por ahora, en este ratito, las cosas huelen bien.  

Editorial
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