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¿Vuelve el caos a Nicaragua?

  • El gobierno liberal, cien veces acusado de corrupto, ha contribuido a asquear a miles de nicaragüenses hasta el extremo de hacerlos decir que no hay diferencias entre liberales y sandinistas

Carlos Alberto Montaner*

Sorpresa: mientras los norteamericanos y medio

planeta discutían si los perros de Palm Beach eran galgos o podencos, en Nicaragua unos oscuros comicios locales encaminados a seleccionar alcaldes y autoridades municipales demostraban cómo los sandinistas habían conseguido revitalizar su imagen tras una década de oposición y ostracismo. Era como si a la mayoría de los nicaragüenses se les hubiera olvidado el horror de la dictadura sandinista, con sus dos décadas de arbitrariedades, enriquecimientos ilícitos, abusos y crímenes. O tal vez sucedió que los electores percibieron que aquellos sandinistas que perdieron el poder en 1990, hoy, diez años más tarde, habitantes de un mundo en el que el comunismo se desacreditó totalmente, volverían al poder con un plan de gobierno distinto, con una dieta política vegetariana, mucho más digerible.

La verdad es que si el sandinismo ha cambiado, los síntomas que muestra no son nada claros. Es evidente que algunos ex sandinistas sí han evolucionado hacia posiciones democráticas -Sergio Ramírez y Joaquín Cuadra son buenos ejemplos-, pero Daniel Ortega insiste peligrosamente en un lenguaje ambiguo, indiferente a la realidad, y nadie le ha oído nunca a Tomás Borge pedirle perdón a su país por el inmenso daño que sus policías le causaron a la población cuando intentaron convertir a Nicaragua en un satélite de Moscú o en un subsatélite de La Habana. Ese mea culpa y esa renuncia a los dogmas marxistas se escuchan en El Salvador y en Guatemala, donde ni siquiera los ex guerrilleros comunistas tomaron el poder, pero nunca en Managua, donde el sandinismo tradicional rumia sus resentimientos sin una gota de autocrítica, sin una lágrima de arrepentimiento, inmóvil, endurecido y enroscado como una momia parlante encajada en su sarcófago.

¿Cómo es posible que semejante grupo haya podido volver a cautivar a la mayoría de los nicaragüenses? La respuesta es muy amarga: porque el gobierno liberal, cien veces acusado de corrupto, encharcado en opacos pactos con el sandinismo, tan injustos como proteger a Daniel Ortega de las acusaciones de violación y estupro que su hijastra ha tratado infructuosamente de ventilar en los tribunales; o tan arbitrarios como cambiar las leyes electorales para cerrarles el camino de las urnas a otras fuerzas políticas distintas, ha contribuido a asquear a miles de nicaragüenses, hasta el extremo de hacerlos decir que no hay diferencias entre liberales y sandinistas.

¿Quién puede sorprenderse de este cambio de la opinión pública? No era posible tirar por la borda al liberal José Antonio Alvarado, acaso porque no era suficientemente obediente, o cambiar las líneas de la geografía municipal de la capital para excluir al candidato conservador, sin que ello tuviera un altísimo costo electoral. No se podía esperar las simpatías de unas masas hambrientas, cuando la gestión de los escasos recursos públicos no ha sido suficientemente transparente. La política es mucho más que trucos y maniobras. Y el pueblo siempre acaba por descubrir y rechazar este tipo de conducta, especialmente cuando la exhibe un grupo que prometió crear un partido honrado y moderno, alejado de cualquier herencia somocista, dedicado a rescatar a Nicaragua de la miseria.

¿Está liquidado el Partido Liberal Constitucionalista de Arnoldo Alemán a pocos meses de las elecciones generales? No. Pese al descalabro, sigue siendo la segunda fuerza política del país. No, si es capaz de hacer un esfuerzo creíble de rectificación democrática, permitiendo que las bases elijan libremente a un candidato limpio que logre devolverle la ilusión a la sociedad, y que esté en condiciones de forjar un acuerdo con otras formaciones democráticas, más o menos dentro del espíritu de la coalición que en 1990 dirigió la inolvidable Violeta Chamorro. Alguien con peso y prestigio a quien no se le pueda imputar ningún hecho censurable. Alguien que pueda prometer lo que verdaderamente entraña el pensamiento liberal, y lo que juró defender Alemán durante una campaña en la que involucró y comprometió a no pocas figuras internacionales: respeto por las leyes, decencia en el manejo de la cosa pública, eficiencia en las tareas de gobierno, frugalidad en la vida privada, y responsabilidad en la administración de los recursos nacionales.

¿Existen esos líderes en el liberalismo nicaragüense? Hay varios. El canciller Eduardo Montealegre es uno de ellos. José Rizo –ex diplomático, abogado culto-, es otro. Seguramente hay unos cuantos más. Este último, Rizo, hombre sereno donde los haya, despierta la admiración y el respeto del entorno internacional, muy alerta de cuanto sucede en Nicaragua. ¿Por qué esa preocupación en las cancillerías de medio planeta? Porque vuelve a enrarecerse el entorno latinoamericano de una manera alarmante. Castro en La Habana y Chávez en Caracas, su protector y amigo, son dos caotizadores natos, instintivamente dedicados a desestabilizar todo lo que tocan.

La grave crisis del mundo andino tiende a agravarse día a día, y a medio plazo ya comienza a verse como una posibilidad real el triunfo de las guerrillas comunistas en Colombia. Mientras tanto, en Brasil no debe descartarse la victoria del Partido del Trabajo de Lula da Silva, otra formación delirante, perteneciente a la órbita del radicalismo político adscrito al llamado Foro de Sao Paulo, con lo cual el Mercosur, ya estremecido por la profunda crisis de Argentina, pudiera saltar por los aires. La única zona más o menos estable parecía ser Centroamérica. Era falso. Nicaragua es su punto flaco. Y los liberales son los que tienen la llave del caos en el bolsillo. [©FIRMAS PRESS]

* www.firmaspress.com  

Editorial
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